11 de mayo de 2018

Cuadernos canadienses (VII): Montreal

Después de pasar unos días en Quebec nuestro siguiente destino fue Montreal, la ciudad más grande en extensión dentro de la única región francófona de Canadá. Desde luego es bastante más grande que Quebec, pero aun así se puede recorrer perfectamente caminando, excepto algún que otro sitio que pilla más lejos; en cualquier caso, la red de transporte público funciona estupendamente, si es que preferimos utilizarla. De hecho nosotros tuvimos el coche aparcado en la puerta del hotel la mayor parte de lo que duró nuestra estancia allí...

Supongo que lo más natural, sobre todo si no dispones de mucho tiempo, es visitar primero el centro histórico o, como lo llaman aquí, Vieux Montreal. Al igual que pasa en Quebec, el centro respira ese aire europeo (francés, básicamente) en sus edificios y sus calles; aunque en nuestro caso lo primero que conocimos fue el barrio latino, que era donde estaba nuestro hotel, el St Denis, del que ya os hablé. En sus orígenes la ciudad estuvo amurallada, pero actualmente las murallas ya no se conservan; la mayor parte de los edificios del casco histórico sin embargo sí conservan su herencia colonial francesa, lo que apreciaremos enseguida a poco que paseemos por la zona, como decía al principio preferiblemente si es a pie.

Uno de los lugares más visitados, ya que se trata del centro neurálgico de la ciudad, es la place d'Armes, en la que destacan la basílica de Notre Dame o el seminario de Saint Sulpice (que tiene el honor de ser el edificio más antiguo de Montreal). No muy lejos de esta plaza y si nos apetece pasear un poco, podemos ir caminando hasta la calle Saint Paul, peatonal y llena de tiendas y restaurantes; esta calle discurre paralela al río San Lorenzo y, si la seguimos durante un tramo, desembocaremos en la place Jacques Cartier que estará a nuestra derecha. Desde allí, si nos dirigimos hacia el río, tenemos a dos pasos el port Vieux, el antiguo puerto, que en su día fue el centro de comunicaciones de Montreal y que en la actualidad se utiliza como lugar de paseo y de entretenimiento; tiene un pequeño museo, el Montreal Science Centre, además de unas pasarelas de madera que podemos recorrer andando en paralelo con el río, un edificio con varios sitios donde tomar algo y tiendas para comprar todo tipo de cosas, y un muelle en el que atracan embarcaciones de recreo.

También desde el propio puerto tenemos la opción de visitar las dos islas que están situadas en el río, Sainte Helene y Notre Dame, que en su día albergaron la Expo de 1967 y forman el parque Jean Drapeau. Actualmente este espacio se utiliza como lugar de recreo, ya que tiene zonas verdes y de playa, un museo ambiental, un circuito de fórmula 1 y un parque de atracciones, entre otras cosas. Se puede llegar a estas islas o bien caminando o en bici, o incluso en barco si nos apetece coger uno de los que salen hacia allí. Si después (o en lugar) de visitar el puerto queremos seguir caminando hasta el final por la calle Saint Paul, la que habíamos tomado para llegar al río, nos encontraremos con la iglesia de Notre Dame de Bon Secours, en la parte más al norte de la ciudad. Y ya que estamos allí, si nos apetece caminar un poco más, podemos tomar la calle Sainte Catherine hacia el este; esto es muy habitual en las ciudades canadienses, y es que la mayoría de sus calles, sobre todo si son de las principales que atraviesan la ciudad de un extremo a otro, tienen tramo o bien norte-sur o bien este-oeste. Como además la calle Sainte Catherine es larguísima, es importante tener en cuenta si debemos dirigirnos al este o al oeste para no ir justo al extremo contrario de la ciudad, por eso lo aclaro. Aquí nos encontraremos en la arteria principal de Montreal, en este caso en el barrio más bohemio.

Dirigiendo nuestros pasos un poco más hacia el este, podremos también visitar otra de las zonas más curiosas de la ciudad; se trata del parque olímpico, en el que todavía se puede ver lo que queda del estadio, además de los numerosos edificios que se construyeron para los juegos olímpicos de 1976. Lo más llamativo es el estadio con su torre inclinada, y además las vistas desde esas alturas son bastante buenas, aunque la verdad es que a mí toda esta zona me pareció que estaba un poco desangelada... Aunque al menos el ayuntamiento tuvo la buena idea de aprovechar los edificios y actualmente hay un par de jardines botánicos (uno exterior y otro cubierto), un pequeño zoológico y el edificio principal de la villa olímpica, en el que se alojaban los atletas. No muy lejos de aquí se encuentra el Plateau, un barrio de la ciudad que podemos visitar si nos apetece probar la gastronomía típica de Montreal; lo más famoso es el poutine, que se puede probar en cualquier parte porque hay puestos callejeros, pero si os apetece ir en plan restaurante, esta zona es la mejor para probar este plato que básicamente está compuesto de patatas fritas, queso cheddar y salsa de carne.

Por el contrario, si lo que queremos es dirigirnos por la misma calle Sainte Catherine en el sentido opuesto, es decir hacia el oeste, llegaremos a otro de los puntos más famosos de la ciudad, la place des Arts, muy conocida sobre todo porque en ella tienen lugar multitud de espectáculos al aire libre, lógicamente en verano. Y además es una buena zona donde parar a tomarse algo o a realizar compras, ya que todos los alrededores de Sainte Catherine están plagados de tiendas, restaurantes y bares de todo tipo; en el punto en el que esta calle se cruza con Peel, otra opción es tomar esta última hasta llegar a Mont Royal, que creo que es uno de los sitios que sí o sí hay que visitar cuando se va a Montreal, y al que podemos llegar también muy fácilmente si antes hemos estado en el Plateau, ya que está muy cerca de este barrio; Mont Royal es un parque enorme situado en una colina y, como curiosidad, es precisamente este lugar el que le dio el nombre a la ciudad. Aquí podemos pasar un buen rato, porque hay infinidad de caminos por los que podemos pasear rodeados de árboles; y también podemos subir al punto más alto, llamado Chalet Mont Royal; desde él, ni que decir tiene que las vistas de la ciudad y del río a nuestros pies son espectaculares.

Por desgracia no he tenido ocasión de visitar Canadá en otoño, pero con todo ese parque tan verde y con tantos árboles, en esa época del año el Mont Royal tiene que ser una auténtica maravilla...

Y ya que hemos llegado hasta aquí, podemos aprovechar la ocasión para visitar otro sitio muy famoso en la ciudad. Se trata del oratorio de Saint Joseph, que se encuentra en la cara norte de este parque y es un lugar de lo más curioso; su basílica es la iglesia más grande de todo Canadá y también un lugar de peregrinación porque tiene fama de curar a los enfermos de forma milagrosa. El recinto se puede recorrer por libre o bien con visita guiada, y en él veremos desde una exposición con todo tipo de objetos religiosos hasta por supuesto la propia basílica y la capilla, una tienda de recuerdos e incluso una cafetería. Y si te apetece, también puedes dedicarte un rato a pasear por sus enormes jardines.

Para terminar, una última curiosidad de la que no hablé cuando escribí sobre Toronto, es la ciudad subterránea o, como la llaman por aquí, RESO. A los canadienses esto les parece de lo más normal, pero como turista llama la atención eso de en algunas ciudades de este país haya una red de túneles bajo el suelo, que conectan algunos de los principales puntos para poder llegar a ellos sin tener que salir a la calle; claro que esto solo ocurre en el centro, porque si vives a las afueras no te queda más remedio que salir aunque estés a 40 bajo cero o lo que toque. Como veis, aunque para mi gusto no tiene el mismo encanto que Quebec, Montreal también es una ciudad a la que está bien dedicarle algo de tiempo; aunque es bastante grande y las distancias lógicamente también lo son, con un par de días se pueden ver la mayoría de las cosas; y si tenéis más tiempo, siempre podéis visitar además sitios de los alrededores. A mí desde luego esta ciudad me gustó muchísimo también, aunque en este caso la paliza de andar sí que fue morrocotuda; pero sin duda mereció la pena.

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