14 de diciembre de 2017

Postneocolonialismo

Fotografía: Gettyimages
En esta era cibernética e internáutica todos tenemos la opción y oportunidad de publicar nuestras ideas, impresiones y experiencias vitales a través de muchos medios pero, sobre todo, de eso que se denomina blog y, para el caso que nos ocupa (y preocupa), los blogs viajeros; los hay de todo tipo, unos muy interesantes y otros no, pero en algunos de ellos (demasiados) vemos con frecuencia lo que yo denominaría postneocolonialismo, que es manifestar el profundo desprecio que a algunos les produce eso llamado "destinos exóticos" pero disfrazado bajo una abundante y empalagosa capa de aparente adulación y hasta admiración, y con la guinda final de tener el osado atrevimiento de considerar su estancia ocasional de, pongamos tres meses, como "una total inmersión cultural" en el "exótico" destino de su viaje.

Es muy fácil decir ciertas cosas cuando esa supuesta y ficticia "total inmersión cultural" es con un billete de regreso a casita, con una cuenta corriente solvente, cheques de viaje y acreditada tarjeta de crédito de banco patrio (requisitos habituales, cuando no indispensables, para poder entrar en los "destinos exóticos"); por muy destartalada que sea la economía personal y bancaria del "inmerso", puede llegar a suponer el sueldo de años de "los exóticos y hospitalarios lugareños" de cuya hospitalidad, con la excusa de la "total inmersión cultural", se abusa. Y es que no hay cosa que ponga más cachondo y orgulloso de sí mismo al "inmerso" que compartir casa, comida y uso del baño con "los lugareños". Huy, perdón, quería decir con los lugareños, las lugareñas, los lugareños gays, lesbianas y transexuales, y me disculpen si me olvido de algún género.

Resumiendo, eso de afirmar que ya se tiene una "total inmersión cultural" en no importa qué país por pasar en tal destino un periodo de tres meses, no solo es una majadería digna de risa: eso sería la parte divertida (y yo, que soy entre rara y optimista por naturaleza, siempre le encuentro algo divertido a cualquier cosa); es, sobre todo, un desprecio latente y apenas disimulado, por muy inconsciente e involuntario que sea, a todas esas culturas que se denominan "exóticas" y también a las que no lo son. Porque, para no tener que copiar ciertas cosas que los "inmersos" cuentan en sus publicitados blogs con mal disimulado deleite de sentirse superiores a los "exóticos lugareños", y que me niego a reproducir porque mi religión me lo impide y, además, no me apetece nada, imaginemos un ejemplo que pudiéramos encontrarnos en un blog viajero guiri: "He estado tres meses en España (¿dónde de España? ¿En el sur, en el norte, en la meseta, en las islas, en clima mediterráneo, en clima atlántico...? ¡No importa, España! Como si España entera fuese del tamaño de Mónaco, hala, el bloguero viajero "inmerso" es que es así, sin complejos)... Y blabla de flamenco, tortilla, paella, sangría, olé, "El Clásico" y "La Liga", Zara, Picasso, tapas y vino, y oye, genial todo y, aunque son muy distintos a nosotros, sus lugareños son hospitalarios y por eso me fui con ellos de botellón, comí pimientos de Padrón y hasta dormí en el mismo colchón; y así ha sido total mi cultural inmersión. España es rara pero maravillosa, ¿por qué?, porque lo digo yo que he estado tres meses y de no ser por mí viviríais en la total ignorancia de lo que es España. Agradecedme que os lo cuente y me dan igual vuestros comentario pero no olvidéis el like. Mañana ya os cuento mi total inmersión cultural de tres meses en Argentina. Sí, toda Argentina, en tres meses. Porque yo lo valgo.".

Sí, es un mero y (no tan) exagerado ejemplo pero esto de la era cibernética e internáutica nos descubre que hay mucha gente que va de concienciada, solidaria y "amante de las culturas exóticas" y, por supuesto, que no falte "implicación y entusiasmo por las labores humanitarias" cuando, en realidad, es un nuevo colonialista que encuentra las "exóticas y divertidas aunque extrañas" costumbres que no le son familiares como un ocasional encuentro con la pobreza y la miseria ajena (que seguramente también existen en zonas de su propia ciudad, pero a donde no se acercaría ni obligado por pura supervivencia) y que, gracias a su billete de vuelta y su tarjeta de crédito, le hace sentirse feliz y un ser superior por estar lleno de bondad y empatía respecto a esos "lugareños hospitalarios" (¡ y felices!, la inevitable coletilla es que los lugareños siempre están felices "a pesar de su pobreza" que ya ven, se ve que no hay cosa que más alegre la vida de un lugareño que tener un "inmerso" cerca; es la panacea de la paz mundial, y la ONU sin saberlo...). Y, sobre todo, con la gran suerte de poder salir de allí cuando quiera, volver a casita y dar gracias por no haber nacido en tan "exótico" lugar. Sí, lo que más le gusta al "inmerso" con billete de vuelta en la maleta de su viaje de "total inmersión cultural" es, no lo duden, volver cuanto antes a su casa y poder contarlo. Y recibir muchos likes en su blog, claro. Si le ofrecieran renunciar a su pasaporte y vuelo de vuelta y así vivir el resto de su vida como esos "exóticos y felices lugareños", sí que iba a saber algo de lo que es "inmersión cultural". Pero mucho nos tememos que no, que al "inmerso viajero" ese plan no le iba a gustar tanto...

Señoras y señores, si la mayor parte de nosotros no sabemos ni cuarto y mitad de nuestra propia cultura y de la provincia o el pueblo de al lado, y ni sabemos el gentilicio de sus "lugareños", aun viviendo toda la vida en el mismo y propio país de nacimiento y crecimiento, ¿cómo puede alguien atreverse y tener esa absoluta falta de respeto de proclamar que, por estar tres meses en donde sea, eso ya es una "total inmersión cultural" ? Y de un país entero, nada menos...

1 de diciembre de 2017

En ocasiones veo a Bill Gates...

Sabiendo, como sé, que Bill Gates está vivo y (creo y espero) goza de buena salud, tengo que contarles este extraño suceso paranormal que en ocasiones se produce y es que el espíritu de Bill Gates se sienta a mi derecha, cómoda y serenamente a mi lado, hasta el punto de reclamar compartir manta-de-ver-la-tele cuando estoy en la comodidad e intimidad del sofá negro de mi hogar; o a mi izquierda, levemente apoyado en la mesa, en la menos intimidad del despacho en mis quehaceres profesionales.

No, no es por nada político; es solo una mera cuestión de la lógica espacio-tiempo de la situación de las cosas-muebles en este mi particular espacio del universo. Bill no hace ni dice nada, es todo un caballero y solo se acomoda y me mira con su perenne sonrisa. Y, en ocasiones, con unas mal disimuladas carcajadas. Y si bien no lo veo claramente, sí noto su presencia, su respiración pausada y el aliento fresco de su chicle de sabor a gominola y, sobre todo, esas sus no siempre contenidas ganas de carcajearse de mí. No hace mucho tuvimos uno de nuestros habituales encuentros cuando, aquí servidora, había recibido el encargo de un trabajo con un montón de cositas interesantes a las que me dedico. Un documento de unas 46 páginas lleno de estupendas ideas, fotos variadas, numeritos, dibujitos y un detallado presupuesto económico de cómo hacer la vida más feliz y agradable a un grupito de personas, de esos momentos en que una se siente como un hada madrina que, con sus dulces deditos que recorren el teclado del ordenador, elabora un mundo mágico de luz e ilusión. Vamos, un panfleto publicitario de los de toda la vida para que la gente se gaste el dinero en lo que una hace y que me quedan divinos, se me dan de miedo y aunque luego siempre viene la parte triste de "esto me lo quitas que es muy caro", "esto se lo puedo encargar a mi cuñao que sabe de mecánica" y "me dice mi madre que sobran flores y falta comida", lo que es el proceso creativo, no se lo voy a negar, es muy entretenido.

Luego llega la cruda realidad económica y te lo jode todo, pero ¿y lo bien que me lo he pasado? Y yo, siempre positiva, nunca negativa, y que si no gusta el proyecto lo cambio ―vaya, que tampoco es problema porque el caso es que en algo piquen y me paguen, que una es optimista y vitalista pero tiene la tonta manía de comer cada día y el mal vicio de fumar y todo cuesta una pasta―. Pues me estaba quedando de fábula el proyecto, de esos que te dices cómo molo y que hasta te das besos en la cara tú misma. Y acabado de editar y con todo en su sitio, todo estupendo y maravilloso, solo quedaba el tonto trámite de imprimir y encuadernar. Y, más satisfecha de mí misma que una mona en celo, le di al botoncito de imprimir con toda la solemnidad que precisa ese momento del "deber cumplido". ... Y no pasó nada... En las épocas de mi bisoñez ante un ordenador, esto habría sido un momento de intenso pánico, gritos y sudores fríos incluidos. Siempre se tiene miedo atroz a lo desconocido y que el ordenador no responda a tu razonable a la par humilde petición de imprimir un documento que te ha llevado tu buen tiempo elaborar y que, además de no hacerlo, sea incluso capaz de eliminarlo en menos de lo que dura un pestañeo, es algo por lo que ya he pasado y es realmente aterrador.

Bien, con el paso de los años sigo sin entender gran cosa de cómo funcionan estas malditas máquinas con teclas y pantalla pero, aun sin haber salido de esa ignorancia, ya les he perdido todo miedo y respeto y soy absolutamente dictatorial con los ordenadores: ni el más cruel de los esclavistas de toda la historia ha sido tan sucio, rastrero y falto de moral como yo cuando me enfrento a un ordenador que no responde a mis órdenes. Como ustedes saben, esa actitud de desprecio y crueldad no es más que una forma de tapar la propia ignorancia respecto a cualquier cosa, y nos pasa a todos los dictadores más o menos clandestinos del mundo, que lo que no entiendes lo ignoras o lo destruyes porque no está una para perder el tiempo con tonterías en su triunfal camino profesional. Pero claro, aquí falla un componente clave de la historia entre amo y esclavo, y es que el ordenador pasa de ti como de la mierda y ni se inmuta. Y como no merece la pena ser un cruel dictador ante un esclavo que te ignora y cuya respuesta es la total indiferencia ante tu autoridad, una vuelve de muy mala gana al raciocinio y busca desesperadamente la neurona científico-mecánica con la que pueda solucionar el problema y desfacer el entuerto.

Imagen: Quora.com
Y entonces, cual inspector del CSI, toca que hay que investigar minuciosamente todo ese montón de teclas y cables buscando la causa de este misterio: mi trabajo, mi estupendo trabajo, está aquí dentro, en esta máquina infernal. Eso es un hecho probado; y lo sé porque me he tirado unas cuantas horas y me lo sé casi de memoria, pero malditas las ganas que tengo de volver a hacerlo. Por tanto, ante todo mucha calma e investiguemos. No hace falta ni que les diga que es justo en ese momento, en que le doy a imprimir y no imprime, cuando Bill Gates se acomoda con parsimonia a mi lado y, sonriente, me contempla en todo ese proceso de enfurecerme, volver a la calma, enfurecerme de nuevo por ya dar por perdido el trabajo, y de nuevo volver al optimismo de que, de alguna manera, seré capaz de rescatar mi trabajo de las pérfidas fauces del ordenador.

Y bien, en el proceso en que le das a todo y lo pruebas todo y lo único que pasa es que tu trabajo aparece en pantalla pero escrito en caracteres extraterrestres, y las fotos descolocadas y/o desaparecidas y te quieres morir o matar a alguien (lo que más rápido sea), Bill Gates y su aliento de chicle de gominola están ahí, a mi lado. Y, aunque no apetezca nada eso de tener testigos de la propia y supina ignorancia referente al glorioso y maldito invento de esto de internet y los ordenadores, debo decir y digo que si bien es muy incómodo ser observada por el creador de este sofisticado sistema de tortura humana, a la vez y a la par me ayuda bastante a controlar mis ganas de tirar el ordenador por la ventana. Sí, el tener a Bill a mi lado me reconforta. Porque pienso en todas las sucias trampas que, a lo largo de su carrera, hizo para llegar a ser multimillonario con lo que empezó siendo un mero hobby, en cómo pisoteó sin piedad ni compasión a la competencia mientras le dejaron y en que, cuando lo pillaron, fue obligado a dividir su empresa-imperio y perder gran parte de su inmensa fortuna en indemnizaciones; y, a pesar de, o gracias a todo eso, pues ahí está, tan sonriente y tranquilo con su camisita azul, mascando chicle y diciéndome sin decir nada, pero lo oigo perfectamente:

―No te preocupes, chica , yo también soy un puto friki de los ordenadores que jura en arameo cuando le joden su trabajo.

Y vale que el hombre, a pesar de los "reveses" de la vida, sigue manteniéndose en el glorioso podium de los multimillonarios del mundo y el cuarto de baño de su casa seguro que es más grande que el parque municipal de mi ciudad, mientras que yo soy una friki miserable que bastante suerte tiene con llevar las facturas al día. Pero como entre frikis nos entendemos y no nos envidiamos porque las casas grandes no me gustan, pues la que podría ser molesta presencia de Bill y su sonrisita, por esas cosas de confiar en la bondad de los desconocidos y los sucesos paranormales, hace el efecto de serenarme. Y, entonces, llega ese sublime momento en que, tras probar todo lo probable y lo improbable y ver que el trabajo sigue sin imprimirse, y quién sabe si ya en grave riesgo de desaparecer o desaparecido para siempre, es cuando te pones, brazos en jarras y frente al ordenador, cual vaquero del far west ante su dudoso destino, y dices con toda sinceridad:

―Mi trabajo está ahí dentro y no tengo ni puta idea de cómo sacarlo.

Y recuerdas una tontería de tecla-función a la que aún no le has dado, buscas, abres, das al ratón, cierras los ojos y te encomiendas a Bill Gates y su puta madre (frase hecha y siempre dicha desde el cariño a las sufridas madres de los frikis del mundo, incluida la mía y yo misma), y... funciona. Sí, al final siempre funciona. Y se imprime el trabajo de los cohones que, de estar tan satisfecha, ahora ya has pasado a cogerle un asco que te mueres y ni lo miras ni lo repasas ni hostias en vinagre, que se quede como está y punto y que nadie me pida que mueva ni una coma, que se lo tiro a la cara... Y lo mismo que científico loco que ha conjurado la destrucción masiva del mundo conocido desde el anonimato de su laboratorio clandestino, y que nadie nunca lo sabrá ni falta que hace, respiro hondo y, con calma, estiro mi mano al paquete de cigarrillos, cojo uno y con deliberada parsimonia lo enciendo... Y esa primera calada a ese vicio mortal me hace saborear la misma sensación que, tras la habitual jornada de luchar contra las fuerzas del mal, tiene que sentir Batman encaramado en los tejados de Gotham al saber que la ciudad está a salvo...

Y Bill Gates desaparece en esa primera bocanada de humo y parece que nunca estuvo. Pero él y yo sabemos que sí.

30 de noviembre de 2017

Ø - Neønymus

La primera vez que oí hablar de Neønymus fue en 2015, a través del I Congreso de la España Mágica que tuvo lugar a finales de mayo. No asistí a ese congreso, pero al ver el programa me llamó la atención el nombre de este músico; y meses después tuve ocasión de escucharlo en directo, en una ruta que hice con los chicos de la OTO, la Orden del Toledo Oculto, con los que por cierto os recomiendo que os animéis a ver Toledo con otros ojos, porque estoy segura de que os sorprenderá.

Neønymus es un músico de lo más peculiar que, como él mismo dice, nos hace viajar a lo remoto; de hecho tiene canciones con títulos tan sugerentes como Ecos de la Prehistoria o Relato de una antigua batalla de la Edad del Hierro. Sus composiciones son una extraña mezcla de sonidos originados por su propia voz, así como por diversos instrumentos, desde objetos de la naturaleza como troncos o huesos, hasta un instrumento "mágico" que maneja con los pies y que repite los sonidos que él produce. Con este instrumento consigue crear un bucle infinito, que por un lado va grabando los sonidos y por otro va reproduciendo los que ha grabado con anterioridad, originando así una melodía que en un principio es muy sencilla y poco a poco se va complicando cada vez más. Así explicado es quizá un poco lioso, y como una imagen vale más que mil palabras, os pongo un ejemplo (que en realidad no es una imagen sino un vídeo) para que se entienda mejor.




Por otro lado, Neønymus suele hacer sus conciertos en sitios de lo más curiosos; yo lo vi por primera vez en el museo de la España mágica, en Toledo, pero ha cantado en sitios tan originales como el monasterio de Santo Domingo de Silos, el torreón de Fernán González en Covarrubias o el parque arqueológico de Campo Lameiro en Pontevedra, entre otros. También he podido escucharlo en algún que otro sitio menos original, como un salón de actos de un pueblo madrileño, y la verdad es que resulta mucho más apropiado, para mi gusto, uno de estos sitios "alternativos", porque al ambiente que este músico consigue recrear le pega más algo así, diferente.

Ø es su primer disco, pero creo que ya tiene en mente lanzar otro más. Si estáis suscritos a Spotify podéis escuchar todas sus canciones desde este enlace, y así decidir si os apetece comprarlo o no. En cualquier caso, lo que yo sí os recomiendo es que lo escuchéis. Me resulta difícil elegir una sola canción favorita, aunque la que he puesto aquí, Mati eri marne, es de las que más me gustan; pero, por poner algunos ejemplos, tanto el Funeral visigodo como El lamento de Kristina son una auténtica maravilla; precisamente fue Neønymus quien me descubrió quién fue la princesa Kristina, y gracias a él me animé a conocer la maravillosa localidad de Covarrubias y su no menos maravilloso festival Notas de Noruega (aquí el programa de su última edición, la de octubre de 2017).

28 de noviembre de 2017

Romanorum vita. Una historia de Roma

La carpa que alojó la exposición
Me temo que ya llego tarde para hablaros sobre esta exposición, Romanorum vita, en la que estuve hace algunas semanas en la ciudad de Segovia; y es que el último día era el pasado 7 de noviembre... Pero como me he enterado de que está itinerante por más lugares de España, aprovecho para contároslo, pues me parece que no os la deberíais perder; siempre y cuando os interese el mundo romano, claro.

En realidad yo la visité un poco casualmente; sí tenía pensado ir a verla, pero no en la fecha en la que finalmente fui, a finales de septiembre. Había estado un par de semanas de vacaciones y como el día que volvíamos a casa era entre semana, pensamos que Segovia estaría menos concurrida que si íbamos cualquier sábado o domingo, que era cuando teníamos previsto en un principio ir a la exposición, así que como no estábamos lejos, hicimos una parada allí. La carpa estaba situada muy cerca del acueducto; desde luego todo un acierto, porque particularmente a mí no se me ocurre un lugar mejor para alojar una exposición relacionada con Roma que este monumento tan emblemático de la ciudad.

Y ¿en qué consiste Romanorum vita? Pues se trata, ni más ni menos, que de la reproducción de una ciudad romana, en miniatura, eso sí; la exposición no es demasiado grande y la visita es únicamente guiada, en grupos de un máximo de 25 personas, que acceden al recinto cada media hora. Lo primero que se hace es entrar en una sala en la que proyectan un audiovisual que explica lo que verás en la exposición, para pasar inmediatamente después a una calle cualquiera de la ciudad eterna en tiempos romanos. Enseguida te encontrarás inmerso en el bullicio de la ciudad, con sus ruidos, sus olores, su actividad diaria... Todo está cuidado hasta el más mínimo detalle, y de hecho no menciono los olores sin razón, ya que al acercarse a las letrinas notaremos el olor característico de unos baños públicos, y al pasar por la panadería nos ocurrirá lo mismo.

Varias imágenes del recorrido.
En esta calle romana veremos como ya digo unas letrinas, el empedrado de los suelos, diferentes comercios (las llamadas tabernae), una fuente pública, una proyección sobre un día cualquiera en la vida de la ciudad, para acabar por último accediendo a la reproducción de una auténtica domus romana, con su famoso Cave canem (cuidado con el perro) en un mosaico en la entrada, o el atrio donde se recogía el agua de la lluvia, y alrededor del cual se distribuyen las diferentes estancias (dormitorios, despacho del cabeza de familia, cocina...).

Ya mencionaba al principio que la exposición es breve, pero no está nada mal montada; como curiosidad está bien visitarla, aunque si os interesa el mundo del arte romano es posible que no os aporte nada que no sepáis ya. Yo la recomiendo sobre todo si tenéis niños pequeños, que estoy segura de que ellos la disfrutarán muchísimo. Así que si os animáis, en estos momentos podréis verla en Santa Cruz de Tenerife, del 5 de diciembre de 2017 al 25 de enero de 2018.

21 de agosto de 2017

Cuadernos hispánicos (XIV): sinagoga de Santa María la Blanca

Por muchas veces que vayas a Toledo, creo que es absolutamente imposible llegar a conocer todos sus rincones; los romanos siempre dicen que para ver Roma entera no basta una sola vida, y yo creo que a Toledo le pasa exactamente lo mismo; he ido por allí infinidad de veces, pero cada una de ellas he descubierto un rincón nuevo, una calle por la que no había pasado antes, una fachada en la que no había reparado... Pero también es cierto que hay algunos monumentos emblemáticos que es bastante probable que se visiten, aunque sea la primera vez que vayamos a esta ciudad.

Uno de estos monumentos es la sinagoga de Santa María la Blanca, una de las aproximadamente diez o quizá doce que se cree que llegaron a existir aquí. Se encuentra en pleno barrio judío, muy cerca de la del Tránsito, otra sinagoga de las que aún quedan en pie, y también muy cerca del espectacular monasterio de San Juan de los Reyes.



Si tienes previsto visitar más monumentos, puede que te sea rentable adquirir la pulsera de Toledo, disponible en cualquiera de las oficinas de turismo; con ella podrás visitar entre otras cosas esta sinagoga, que se cree que data de finales del siglo XII (aunque algunos expertos consideran que es más tardía, del XIV, por su decoración parecida a la del arte nazarí) y cuyo horario de apertura y precio de las entradas puedes consultar aquí.

El edificio comenzó siendo sinagoga, la mayor de la judería además, y con el tiempo fue también iglesia cristiana, casa de acogida para mujeres arrepentidas, cuartel durante la Guerra de la Independencia... Tuvo una vida bastante movidita, e incluso llegó a estar amenazado de ruina por el deterioro que sufrió en muchos momentos. Por suerte, a mediados del siglo XIX la administración se hizo cargo de él, llevó a cabo varias reparaciones, y finalmente en los años 30 la sinagoga fue declarada monumento nacional. Debido a este ajetreo, la evolución histórica se refleja en lo que veremos en el edificio: planta judía, decorado por musulmanes, con influencias mudéjares... Es una mezcla de lo más peculiar.

Al atravesar la verja de entrada veremos primero la taquilla-tienda de regalos, y a continuación el jardín por el que podemos pasear y admirar su bosquecillo de cipreses, además de disfrutar de la tranquilidad que se respira. Una vez en el interior de la sinagoga, cuya decoración contrasta totalmente con la sencillez exterior, observaremos que su planta es irregular, algo poco habitual pero que aquí se entiende por la superposición de edificios de diferentes épocas; la entrada principal es una enorme puerta de madera, decorada con motivos mudéjares de lazos y estrellas.

Nave principal
Una vez dentro, lo primero que nos llamará la atención serán las cuatro filas de columnas que recorren la sinagoga dividiéndola en cinco naves, la central la más alta de todas; son columnas octogonales, hasta un total de 32, y tienen los capiteles decorados con piñas y motivos vegetales, un poco enrevesados pero muy bonitos, de esos que te puedes pasar un buen rato mirando y mirando porque casi te hipnotizan. La nave central es la más ancha, y las cinco están separadas entre sí por esas filas de arcos, que son de herradura y descansan sobre las columnas octogonales. Por encima de estas filas de arcos hay otras más, de arcos más pequeños y polilobulados, que actualmente están tapiados, así que lo único que vemos a través de ellos son las paredes del edificio. Los techos son de madera, artesonados y preciosos; pero lo más espectacular sin duda es la iluminación, porque todas las paredes, las columnas y los arcos son tan blancos que casi deslumbran, y la combinación del blanco con el dorado de las decoraciones es simplemente perfecta.

Arcos y columnas
Y si es espectacular la arquitectura de esta sinagoga, tampoco se quedan atrás otros de sus aspectos artísticos: hay algunas pinturas que se han perdido, pero otras se siguen conservando porque fueron labradas en el yeso utilizado para las paredes. Y hay otras, que están a los dos lados de la puerta principal, que son todo un misterio porque su dibujo está formado por cintas, cadenas, círculos, cabezas de serpiente y peces; se supone que pertenecen a un edificio mudéjar que se construyó antes que la sinagoga, y es que hay unos dibujos muy parecidos en sitios tan dispares como el castillo de Brihuega (en Guadalajara), la torre de Hércules (en Segovia) y la mezquita del Cristo de la Luz (en el propio Toledo).

Detalle de un capitel
Destaca por supuesto la escultura, que podemos ver en los capiteles que ya he mencionado, con esas piñas que son típicas tanto de la tradición israelí como del cristianismo. Pero además de los motivos vegetales también los hay geométricos y de elementos marinos, e incluso una estrella de David en la nave central. Por último, también hay cerámica, principalmente en los suelos, aunque los originales no sobrevivieron y los que aún se conservan son posteriores; están hechos de barro cocido y algunos están adornados con piezas de cerámica que forman varios dibujos entre las baldosas, de motivos abstractos y muy llamativos porque son azules y naranjas sobre fondo blanco.

Mezcla de estilos
Como veis, la sinagoga tiene una interesante mezcla de estilos y eso se ve muy bien sobre todo en la cabecera, en la nave central, donde encontramos los arcos de herradura típicamente árabes junto a bóvedas doradas o trozos de construcciones más antiguas. Es muy interesante pararse a observar detenidamente todo esto.

Ya decía al principio que Toledo es una ciudad sorprendente en la que nunca dejas de descubrir rincones nuevos; esta sinagoga no es precisamentena de los rincones que se pueden considerar escondidos, desde luego, y además puedes aprovechar el paseo para visitar también la sinagoga del Tránsito y el monasterio de San Juan de los Reyes, de los que hablaba antes. Como estos edificios están muy cerca unos de otros, por ejemplo puedes dedicarles una mañana a los tres; además merece la pena pasear por la judería y recorrer sus callecitas. Si te interesa el mundo del arte seguro que disfrutarás de esta sinagoga; y si no, siempre puedes pasar un rato de lo más agradable en su jardín. Hagas lo que hagas, seguro que te sorprenderá, como a nosotros...

Boquiabiertos

17 de agosto de 2017

Cuadernos hispánicos (XIII): ruta de la arquitectura negra

Son ya varias las veces que he tenido ocasión de hacer esta ruta, de lo más interesante y curiosa, que discurre por la sierra noroccidental de Guadalajara y a la que el nombre le viene por el color de la pizarra que se utiliza tanto en los tejados como en los revestimientos de los muros de las casas de la zona. El recorrido oficial que suelen recomendar en las oficinas de turismo pasa exactamente por diez pueblos de la zona, aunque hay algunos más a lo largo del camino. Todos ellos son muy pequeñitos y la ruta entera se puede hacer en un solo día, pero si tenéis tiempo, yo recomendaría aprovechar y dedicarle por ejemplo un fin de semana; también se puede hacer entre semana, como hicimos nosotros la última vez, porque así además te lo encontrarás todo bastante menos masificado que durante los sábados y los domingos. Pero, en cualquier caso, es una excursión que merece la pena hacer, aunque después de haber probado diferentes modalidades, para mí la mejor es más de un día y a ser posible entre semana.


Por lo general se suele empezar en Tamajón, y desde aquí la ruta hace una forma de V; así que según el tiempo del que dispongamos, podemos hacer un solo "palito" de la V o los dos, pero teniendo en cuenta que, empecemos por donde empecemos, habrá que retroceder de nuevo hasta Tamajón para hacer el lado opuesto de la ruta. Si por un casual tenéis previsto hacer el recorrido completo, lo que suelo recomendar es empezar por el pueblo más lejano de cualquiera de los dos palitos de la V (Majaelrayo si vamos hacia el oeste, o Valverde de los Arroyos si vamos hacia el este), y desde allí ir bajando, llegar a Tamajón y continuar hacia el extremo contrario; para mí es lo más práctico pero, como siempre digo, cada uno es libre de organizarse como quiera.

Valverde de los Arroyos
Según dicen en la zona, Valverde de los Arroyos es el pueblo más conocido de la arquitectura negra; desde luego su casco histórico, que se encuentra concentrado en torno a la plaza Mayor y a la iglesia, es de los mejor conservados y de los más llamativos. Precisamente la plaza Mayor es una de las cosas que más llama la atención, porque toda ella está solada con lajas de pizarra; normalmente se ven las pizarras en los tejados y en algunos muros, pero en casos como el de Valverde hay calles que también han sido empedradas con pizarra en lugar de con cantos rodados. Así que cuidadín si vais en invierno, porque este suelo resbala y bastante. Además de la plaza, podemos ver aquí mismo la iglesia parroquial, consagrada a San Ildefonso, y la ermita de la Virgen de Gracia, que está a las afueras del pueblo, al lado del cementerio. Pero sin duda lo que no nos podemos perder aquí son las chorreras de Despeñalagua, una serie de cascadas por las que el agua va cayendo escalonadamente desde una altura de algo más de 100 metros. Si algún valiente se atreve a meterse, tendrá que hacerlo en verano porque durante la mayor parte del invierno el agua en esta zona está directamente congelada.

Ermita de Nuestra Señora de los Enebrales
Un poco más adelante llegamos a Palancares, que yo diría que es el pueblo más pequeño del recorrido; al pasar por él estaremos rodeando una ladera del pico Ocejón, que es uno de los puntos más conocidos de esta zona. Sin embargo y aunque está incluido en la lista de pueblos de la arquitectura negra, creo que lo más destacado de Palancares, sin duda, más que sus casas y sus edificios, son los bosques que lo rodean. De hecho es curioso porque más que un pueblo construido en mitad de un bosque, la sensación que nos da al pasar por allí es más bien la de que ha sido el bosque el que se ha ido metiendo en el pueblo. Si seguimos avanzando nos encontramos Almiruete, situado en la falda del monte Cabeza de Almiruete; lo primero que veremos casi con total seguridad será su iglesia parroquial, del siglo XII. Como curiosidades, en la plaza hay una fuente que se construyó a finales del siglo XVIII en honor a Carlos IV; y aunque parezca increíble tenemos un museo en este pueblo tan pequeñito; se trata del museo de botargas y mascaritas, que no he tenido ocasión de ver pero que menciono porque me resulta interesante: lo han dedicado al Carnaval del pueblo, en el que los botargas son los chicos y las mascaritas las chicas.

Ciudad encantada
Al llegar a Tamajón desde Valverde de los Arroyos habremos terminado nuestro recorrido por uno de los brazos de la ruta. En Tamajón, entre otras cosas, podemos visitar su monasterio cisterciense del siglo XIII, la iglesia románica de Nuestra Señora de la Asunción, y un antiguo palacio de estilo plateresco que hoy alberga el ayuntamiento. A las afueras del pueblo están la antigua fábrica de vidrio, que por desgracia en la actualidad se encuentra en ruinas; la ermita de Nuestra Señora de los Enebrales, junto a un bosque precisamente de enebros; y la ciudad encantada, una zona muy curiosa en la que la erosión ha ido creando diferentes formas e incluso cuevas en las rocas. Muy cerca de Tamajón, tras pasar la ermita de los Enebrales, hay una carretera que nos lleva a un pueblo que no está en la lista oficial, pero que de todos ellos es mi favorito. Se trata de La Vereda, que supongo que lo visita menos gente porque la carretera que lleva hasta él no es que sea muy buena; de hecho está sin asfaltar, y la última vez que fuimos yo juraría que tanto mi padre como mi hermano no se fiaban de mi memoria y pensaban que me había equivocado de camino, cuando veían que pasaban los minutos y esa carretera no se acababa. Y esto fue en otoño; en invierno, a no ser que vayas en todoterreno, es bastante posible que no consigas ni llegar.

La Vereda
Desde la primera vez que lo visité hasta esta última, La Vereda ha cambiado bastante, porque estuvo durante mucho tiempo despoblado y de un tiempo a esta parte lo están rehabilitando. El único requisito reconstruir las casas utilizando los materiales típicos de la zona que, por supuesto, son la piedra y la pizarra; el objetivo es que todas tengan el mismo aspecto. Personalmente, a mí este pueblo es el que más me gusta no sólo por su arquitectura, sino principalmente por su entorno; si vas paseando por él pueblo, acabas llegando a una zona en la que tienes frente a ti las montañas y a tus pies un acantilado. Y allí se respira una tranquilidad que no he visto en otros. Desde aquí otra opción es continuar por la carretera hasta llegar a Matallana, y después retroceder de nuevo hasta Tamajón porque allí el camino se acaba y no podemos continuar.

El Espinar
Una vez que hayamos llegado a Tamajón, podremos hacer el lado opuesto de la ruta; así pasaremos en primer lugar por Campillejo, una aldea de varias casas rurales con muy buena pinta. Es muy curioso porque la mayoría de sus calles son en realidad callejones sin salida, a los que sólo tienen acceso las personas que viven en la casa correspondiente. En cualquier caso, por él pasaremos sí o sí, porque está pegado a la carretera así que lo atravesaremos en algún momento de la ruta. Otro pueblo también muy pequeñito es El Espinar, que está en un sitio muy chulo, rodeado de huertos y hasta con un lavadero de piedra que todavía se conserva. En sus cercanías se encuentra el cerro del Jaralón, al que merece la pena dedicarle una pequeña excursión si tenemos tiempo. Más adelante volveremos a pasar por el pico Ocejón, cuando lleguemos a Roblelacasa; las viviendas de este pueblo están incluidas entre los mejores ejemplos de la arquitectura negra; sin embargo, de su iglesia sólo quedan restos. Es llamativo además que en un pueblo tan pequeño haya nada menos que cuatro tiendas en las que podemos comprar productos artesanos. Si nos apetece además darnos una vuelta por las afueras, podemos ir hasta la cascada del Aljibe, una ruta muy facilita de hacer y en cuyo final veremos unos saltos de agua espectaculares.

Campillo de Ranas
En Campillo de Ranas también se encuentran otros de los mejores ejemplos de la arquitectura negra. Casi todas sus casas tienen la misma estructura: un zaguán, la planta baja que se utiliza como vivienda, un corral y el piso superior, que se suele usar como pajar; algunas de ellas han sido rehabilitadas como casas rurales, y yo diría que de todos los pueblos del recorrido, este es el que más alojamientos tiene. En la plaza de Santa María Magdalena podemos ver la iglesia parroquial consagrada a esta virgen y de las iglesias más bonitas de todo el recorrido; destaca principalmente su torre, que es bastante alta y mezcla piedras de distintos colores. Al lado de la plaza y de la iglesia hay un curioso reloj solar, y aquí también tenemos un museo de maquetas de lo más interesante. Si nos apetece ir a las afueras, podemos subir hasta el mirador de la fuente de las ranas, desde el que hay unas vistas preciosas.

Por último, ya sólo nos quedarán un par de pueblos más para dar por finalizada la ruta. El primero de ellos es El Cardoso de la Sierra, en el que destaca su iglesia de Santiago Apóstol, del siglo XI, y la ermita de San Roque, bastante más moderna, del XIX. La fuente de la plaza fue reconstruida hace algunos años; también se encuentra aquí la fuente de la Malilla, la más antigua de la zona, y un molino construido con piedras del mismo lugar, que está situado junto al río. Y en último lugar llegamos a Majaelrayo, donde podemos visitar su iglesia parroquial, consagrada a San Juan Bautista, y por supuesto recorrer sus calles y ver sus casas, que también son uno de los mejores ejemplos de arquitectura negra. A las afueras del pueblo podemos ir al arroyo de la Matilla o al pico Campachuelo, desde donde hay unas vistas muy chulas del pico del Ocejón.


Majaelrayo
Si la zona os pilla cerca y no la conocéis aún, yo ni lo dudaría y me animaría a hacer esta ruta aunque fuera para dedicarle un solo día. Ya puestos, lo divertido es quedarse por allí un fin de semana, porque además desde que la zona se puso de moda han proliferado las casas rurales y seguro que en cualquiera de los pueblos del recorrido encontráis alguna; las hay chulísimas además. La ruta de la arquitectura negra parece un trayecto muy largo, sobre todo porque pasaremos por un montón de pueblos (incluyendo algunos a los que nos podremos desviar aunque no estén en la lista "oficial"; pero sumando todas las distancias entre unos pueblos y otros, el total de kilómetros no llega a los 100 así que desde luego el número de kilómetros no es excusa.

8 de mayo de 2017

¡Mi reino por unos tacones!

No recuerdo qué quería ser de mayor en mi infancia, pero sí sé lo que me habría gustado ser: más alta. Y será por eso que, desde mi más tierna adolescencia, me calcé unos tacones y pocas veces me he bajado de ellos. Pero no por coquetería , sino por pura necesidad...

Les comento.

Estoy mal hecha, soy un producto tremendamente defectuoso. Tengo la cabeza grande, el cuello corto, me sobresale de forma extraña el esternón en el escote, no tengo cintura definida, tengo un culo enorme y unas piernas cortas y regordetas, sobre todo de la rodilla al tobillo. Por supuesto, no tengo unos finos y delicados tobillos, eso que es un dato tan femenino en una mujer: tengo tobillos. Punto. Y mis pies han ido creciendo (inexplicablemente), pues he pasado de usar un 36 a mi actual 39. También mi nariz ha ido creciendo con el tiempo. Es decir, soy un pequeño monstruo andante. Y para colmo, soy un tapón. Y por si eso no fuese suficiente, estoy absolutamente reñida con la fotogenia desde la tierna edad de 8 años. Hasta esa edad yo era una niña bastante normal e incluso guapita, pero fue cumplir 8 años y se jodió el invento.

En lo relativo a la vestimenta no tengo reparo en confesar que soy una hortera total. Mis combinaciones de colores, tejidos y complementos son únicas e inigualables. Si ustedes pudieran ver fotos de mi adolescencia se pasarían un buen rato descojonados de la risa, a la par que sentirían mucha pena por ese ser extraño que sale en las fotos; no podrán ustedes verlas porque han sido convenientemente destruidas... Tampoco ahora soy un ejemplo de elegancia pero soy algo más discreta aunque, inevitablemente, de vez en cuando me sale el ramalazo hortera y vuelvo a mis mezclas imposibles. Y tan contenta, oiga, y visto lo visto de lo que sale en algunas de las más prestigiosas pasarelas de moda, podría decirse que he sido una visionaria.

Pero no les voy a engañar a ustedes, soy una hortera y lo cierto es que me encanta serlo. Aunque muchas blogueras de "supuestas tendencias" me están empezando a coger demasiada ventaja y empiezo a preocuparme. Pero aun siendo un pequeño horror con patas (y tacones) me ha ido bastante bien en la vida. Por ejemplo, y por centrarnos en el capitulo sentimental, pocos hombres me han gustado de verdad en la vida, pero puedo decir y digo, con orgullo y satisfacción, que conseguí rendirlos a mis regordetas piernas y mis toscos tobillos. Y es que está claro que he nacido con el gen del mal gusto para vestir, pero los hombres de mi vida siempre han sido guapos tirando a muy guapos. Y el caso es que ese detalle ha llegado a ser un inconveniente ya que, ignoro la razón, los hombres de mi vida han sido muy guapos pero poco conversadores. Y de ahí sera que, siendo como era casi muda de pequeña, al mismo tiempo que me subí a los tacones comencé a hablar sin parar y esa faceta tampoco me ha favorecido demasiado.

Se acusa a las mujeres guapas de ser vanas y superficiales, más preocupadas de su maquillaje y peinado que de entablar una buena conversación. Y si bien no tiene que ser cierto ni equivalente, desde mi personal experiencia puedo decir que ser espectadora de las cuitas y preparativos de un hombre para decidir qué se pone para salir a cenar es algo realmente interesante. Esa escena recurrente de las películas de un hombre aburrido y hastiado esperando a que su pareja femenina acabe de decidirse y arreglarse la he sentido yo en mis carnes, pero si para un hombre puede resultar tedioso, para una mujer es tan entretenido como desconcertante. Porque el vestuario femenino sí puede admitir múltiples combinaciones: vestidos, blusas con falda, blusas con pantalones, camisetas con pantalones, amén de complementos adecuados: pendientes, collares, cinturón, y capítulo aparte los zapatos, por supuesto. Y no hablemos de tema peinado.

Es decir, puede ser menos culpable el tiempo que se invierte porque hay más campo donde elegir y decidir y más trabajo de chapa y pintura, y eso lleva su tiempo. Yo, la verdad, no tengo esos problemas. El ser una hortera reconocida facilita mucho las cosas ya que, salvo ocasiones especiales y trascendentes, pillo lo primero del armario que no esté demasiado arrugado, los inevitables tacones y ya estoy divina. Se me olvidaba comentarles que soy miope y no es la primera vez que me pongo la ropa al revés o los zapatos desparejados. Del mismo color pero diferente par. Y ni me he enterado hasta volver a casa. Antes era un error, ahora se llama "tendencia".

Pero en un hombre el vestuario es sota, caballo y rey: pantalones, camisa o camiseta, chaqueta o blazer. Y, de momento, no tienen que dedicar tiempo a maquillaje, rímmel y/o alisado de melena. Por eso, cuando mi pareja tardaba (mucho) más tiempo en acicalarse que yo misma pues se me ocurría decir:

- ¿Para qué te arreglas tanto, si cuando volvamos a casa te lo voy a quitar todo a bocaos?
- Niña, con lo dulce que pareces y resulta que eres un camionero.

Es que se me olvidaba mencionar que tengo voz fina y aguda, lo que se denomina vulgarmente "voz de pito", cosa que los hombres, ¡ a saber por qué!, identifican con "dulzura de carácter" en una mujer. Nada más lejos de la realidad. O al menos en mi caso, que soy tan "dulce" como una alambrada de espinos. En mi defensa puedo decir que soy bastante divertida. Y sí, hablo mucho. Los discursos de siete horas que daba Fidel Castro en sus buenos tiempos no es nada comparado con mi verborrea habitual. Y hablo de todo, no hay tema donde no meta baza, con razón o sin ella. Al fin y al cabo, ¿qué nos distingue a los humanos de resto de los animales? Pues la facultad de hablar y reír. Y por eso será que la gente no se fija demasiado en si llevo los zapatos desparejados, debe de ser que aturdo a la gente con mi interminable conversación y exuberante personalidad.

El caso es que sí, me habría gustado ser más alta. ¡Benditos tacones!, no arreglan gran cosa pero disimulan bastante el ser paticorta. Por tanto, en estos tiempos en que todo el mundo se queja por recortes de medicamentos, no hagan ni caso a tanto quejica. Los tacones son mi medicina imprescindible y fundamental y ya saben ustedes a cómo está el precio de los zapatos ¡y sin receta médica ni subvenciones!

Toda una vida gastando una fortuna en zapatos de altos tacones, esa soy yo.

27 de febrero de 2017

Nostalgia, again...

Imagen: IMDB.
En serio lo digo, que el hecho de ir al cine cada vez me está resultando más deprimente y no por lo eso de lo que todo el mundo se queja, que es el precio, y sí porque tengo la impresión de que las supuestas "novedades cinematográficas" son una auténtica estafa.
Esta película en concreto, si bien no se puede negar que está bien hecha pero se queda en mediocre, es totalmente incomprensible que tenga el éxito que está teniendo; y eso va a ser porque el respetable público o no tiene memoria o con tanto emoticono del "wassap" se nos ha reblandecido el cerebro y ya nos vale cualquier cosa.

No sé si ustedes se han fijado, pero los "éxitos" de cartelera de estos últimos años parecen sacados de cualquier década de atrás y muy atrás, y va a ser, quizás, porque el ser humano del siglo XXI, por una parte, está de lo más contento y satisfecho con sus smartphones de última generación y todo tipo de cacharritos de entretenimiento multidigital pero, por otra, ya está muy acojonado con tanto avance tecnológico y busca urgente refugio mental en series y películas que ya tenía algo olvidadas y, además, catalogadas como antiguas y hasta anticuadas. Y, sin embargo y por eso mismo, esta película que hace 20 años causaría risa y mofa y se iría de cabeza a la parrilla de la sobremesa televisiva sin ni siquiera pasar por las pantallas de cine, ahora es engrandecida y loada como si fuera lo nunca visto. Y hagan sus apuestas, señores y señoras, pero la mía es que ya no dentro de 20 años: ni siquiera el año que viene, casi nadie recordará esta película como una de sus favoritas. Y si me apuran, ni la recordará.

Pero, claro, esta es mi personal opinión.

Nos dicen, nos cuentan, que el argumento va de los sueños y de cómo lograrlos y, sin duda, de eso hay pero no en la trama de la película; más bien lo que aquí se cumple, en abundancia y con no pocos y efectistas recursos técnicos, son los sueños del director, un aún muy joven Damien Chazelle que, sin duda, se pasó su infancia y adolescencia viendo películas de Fred Astaire y Ginger Rogers, que adora al gran tipo que era Gene Kelly y que en algún momento se enamoró de la gran Rita Moreno. Y que también debe de ser un gran admirador de la faceta musical de Woody Allen. Y que no sabe o no le interesa saber que Casablanca fue un tormento de rodaje donde nadie sabía cuáles iban a ser sus frases hasta poco menos de media hora antes de rodar las escenas, porque nadie sabía cómo acabar ya "la maldita película". Y que tampoco sabe que Esplendor en la hierba es imposible de copiar sin caer en el más terrible de los ridículos.

Con todo ello y, sin duda, debido a esos sus recuerdos de una niñez cinéfila, Damien se ha montado esta historia-refrito de muchas cosas y cositas que a todos nos suenan, y será por eso que ha sabido llegar al corazoncito nostálgico del gran público al que, de una manera u otra, quizás le afecte la ilusión placentera de salir más joven del cine recordando aquellas antiguas películas de canciones y bailes sincopados sin que la trama importara demasiado, o el mero optimismo que da esto de ver bailar y cantar a un montón de gente y, cómo no, lo de las alegrías y sinsabores de una parejita ilusionada con sus cosas de parejita ilusionada. Eso lo tiene, sin duda, y lo que es aún mejor, ha conquistado los despachos de los jefes del negocio este del cine que, al fin y al cabo, es lo que importa en este negocio. Como en todos. Porque, no lo olvidemos, el cine es un negocio. Y en este caso, Damien sí parece que tenía muy claro lo que quería hacer, que era, sobre todo, un bonito e ilusorio espectáculo visual y, en esa faceta, lo ha conseguido; pero el resto es más que dudoso.

Sí, vivimos en la época en la que es más importante parecer que ser: posar, parecer, contar algo en imágenes tan agradables antes de que nadie se dé cuenta que todo es falso, solo fachada y, como producto de esta su época, esta película parece buena pero no lo es. En absoluto. Aquí el problema ya es que ni Ryan Gosling ni Emma Stone, siendo ambos buenos y solventes actores, no son, ni mucho menos, cantantes ni bailarines. Y ni se les ha dicho ni exigido que se esforzaran demasiado, y se nota, vaya si se nota. Y al presentar "un musical" con protagonistas que no cantan ni bailan lo suficiente para hacer meritorio eso de "un musical", va a ser que ya no vamos bien.

Entonces te dicen que no, que en realidad no es un "musical" al uso sino más bien una película con música y bailes. Pues me da igual, qué más dará arroz con guisantes que guisantes con arroz; esto no será un "musical" al uso pero es un musical que resulta que no lo es. Por lo tanto, ¿qué es? Pues una película falsa, no es nada, solo una historia romanticona como miles de otras que ya hay cada tarde de sábado en la televisión, a la que se le han metido bailes y canciones para disimular que es decepcionantemente mediocre.

No hay que ser un erudito del cine para ver, aquí y allá, "reflejos" (o ligeros espejismos) de escenas de clásicos musicales pero a un nivel mucho más amateur, como si se vendiera (y me temo que de eso se trata) como un pequeño "homenaje" a esas películas clásicas que SÍ emocionaron a generaciones de espectadores (y aún lo hacen, lo bueno es eterno); pero que no son más eso, pequeños guiños para hacerse, sin mucho esfuerzo, con esa nostalgia del espectador y metérselo en el bolsillo antes de que se dé cuenta de que es una (muy) mala copia de otras grandes escenas... Sí, señoras y señores, estamos ya tan acostumbrados a comprar en los mercadillos copias infames de las grandes marcas y a ir por la calle tan contentos con bolsos y gafas de Catalina Herrena, Chanpel y Pior como si fueran los originales, que cualquier cosa que suene o aparente similitud con algo bueno, aunque sea una copia infame, nos parece no solo aceptable sino admirable.

La sorpresa que servidora se llevó cuando esta mediocre copia-refrito de alguno de los clásicos títulos del cine arrasó en los Globos de Oro fue la misma que siento cuando la gente compra bolsos de mercadillo de marcas falsas por un mero sentimiento narcisista de "porque yo lo valgo y me da igual que sea falso": un profundo estupor con un no poco disimulado malestar. Sí, de eso va esta peliculilla, del "porque yo lo valgo", de la complacencia narcisista de esta época que nos acompaña, de los selfies y los multilikes en Instagram, de la mera autosatisfacción por encima de todo, de ser finalista de un reality show como meta sublime, de la fama del yo lo valgo, ahora y para siempre, y si el resto del mundo está equivocado o no entiende nada es porque son ignorantes y, porque yo lo valgo, te lo hago saber. O ambas cosas y todo a la vez.

Por tanto, no es la historia de la ambición por el propio talento, que eso siempre es de admirar, sino la ambición de y por la propia vanidad. Y vanidad y talento pueden ser coincidentes o no, pero la sola obsesión por la propia vanidad sin talento suficiente va a ser que no, no es lo mismo.

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