8 de septiembre de 2010

Cuadernos lusos (II): primeros pasos por Lisboa

Al día siguiente nos levantamos temprano y cogemos el metro; nuestro hotel está al lado de la estación de Campo Grande, por la que pasan la línea verde y la amarilla, y en unos veinte minutos nos plantamos en la plaza del Comercio para comprar nuestra Lisboa Card y empezar la visita a la ciudad cuanto antes.

plaza del Comercio
La plaza del Comercio, antiguamente, era la entrada principal de la ciudad por vía marítima (y ahora supongo que lo seguirá siendo, porque entre otras cosas vemos a un grupo de marineros de la flota rusa del Báltico...). Tiene en el centro una estatua ecuestre de José I, y un gran pórtico por cuyo arco se accede a la Rua Augusta, una de las zonas comerciales de Lisboa.

Salimos por el pórtico de la plaza hacia la Rua Augusta. Para moverse por Lisboa, lo mejor es utilizar el tranvía 28, que es el más turístico y recorre prácticamente toda la ciudad. Nosotros estos primeros pasos preferimos darlos a pie, que ya tendremos tiempo de coger tranvías. Así que seguimos subiendo hacia la parte alta de la ciudad.

Catedral
La catedral (o la Sé, como la llaman por allí) se puede visitar gratuitamente, y sólo hay que pagar si se quiere ver el tesoro catedralicio, que es como un museo pequeño. La catedral, de estilo románico, es la iglesia más antigua de la ciudad. No es demasiado llamativa ni de gran tamaño, aunque a mí el arte románico me llama (eso sí, no tanto como el gótico), pero me gusta encontrármela allí, en mitad de una curva por la que suben y bajan los tranvías. Además, al verla me acuerdo de una canción preciosa de Dulce Pontes que precisamente se llama Catedral de Lisboa.

Un poco más arriba de la catedral, a la derecha, nos encontramos el mirador de Santa Lucía, que está situado en una pequeña plaza con parterres de flores y terracitas donde poder tomar algo. Tiene justo una parada de tranvía al lado, y también una iglesia que no recuerdo cómo se llama. Desde el mirador, con bancos en los que poder sentarse, se empieza a ver el famoso barrio de la Alfama, un barrio precioso con callejuelas estrechas, escaleras por todas partes, subidas y bajadas (no me extraña que a Lisboa la llamen la ciudad de las siete colinas), balcones con macetas llenas de flores... Por decirlo de alguna manera, este barrio es la Lisboa "de verdad". Es el sitio ideal para perderse callejeando.

Junto al mirador de Santa Lucía, subiendo un poco más, se llega al mirador de las Puertas del Sol, desde el que se ve también el barrio de la Alfama y la iglesia de Santa Engracia. Aquí paramos sólo un momento, pero nos parece que será un buen sitio para hacer fotos preciosas al atardecer, así que lo apuntamos para volver durante alguno de los demás días de nuestra estancia allí. Seguimos subiendo (con calma, porque aún vamos caminando y Lisboa está llena de cuestas) hasta el castillo.

Castillo de San Jorge
En el castillo de San Jorge pillamos un poco de atasco porque ya hay gente en la cola para entrar a verlo, así que nos toca esperar; no mucho, unos 10 minutos o menos. Estamos un buen rato, porque a los dos nos gustan mucho los castillos y allí nos sentimos como si estuviéramos en el abismo de Helm. No tiene habitaciones ni estancias a las que entrar, pero sí se puede subir y bajar por sus escaleras, recorrer sus murallas y contemplar desde allí toda la ciudad. También nos animamos a visitar la torre de Ulises, que es una especie de observatorio, hecho mediante un sistema de espejos y poleas, y a través del cual se tiene una visión de la ciudad en 360 grados, por supuesto en tiempo real. Lo que nos perde es ver el atardecer desde el castillo, que todo el mundo lo menciona como algo imprescindible si visitas Lisboa. Así que otra cosa para la lista de pendientes.

Tras visitar el castillo volvemos a bajar, y como ya es mediodía decidimos parar a comer en el restaurante que hay junto al mirador de Santa Lucía. Después de comer, nos dirigimos hacia la plaza de la Figueira, una plaza bastante grande en cuyo centro hay una estatua ecuestre del rey João I.

Elevador de Santa Justa
Junto a la plaza de la Figueira está el elevador de Santa Justa, otra de las atracciones estrella de Lisboa, que todo el mundo coincide en que no te puedes perder. Este elevador une la Baixa con el Barrio Alto, y fue construido por un discípulo de Eiffel, de ahí su estructura metálica. Hay un poco de cola, así que esperamos un rato hasta que podemos subir. El ascensor en sí es una cabina de madera y puertas con cristal, en plan antiguo. En Lisboa se utiliza como cualquier otro medio de transporte público, así que el billete cuesta 1'70 (es gratuito con la Lisboa Card). Desde allí arriba las vistas son espectaculares, desde el castillo de San Jorge, la plaza del Comercio, la catedral, el río, la plaza de la Figueira, el parque de Eduardo VII... Hay una terracita en la que poder tomar algo, pero estamos un poco apretados y no nos apetece demasiado quedarnos. Aquí lo divertido es bajar, porque ahora mismo no estoy segura, pero juraría que vamos demasiadas personas dentro de la cabina. El caso es que cuando ya casi estamos llegando abajo, aquello se atasca y no hay manera de que vuelva a arrancar. El señor que manejaba el cotarro se harta de darle a la palanca "palante y patrás", pero el ascensor no se mueve. Aprovechando que las puertas tienen cristales, se me ocurre mirar hacia abajo por si acaso, y me quedo mucho más tranquila cuando calculo que habrá como mucho un par de metros hasta el suelo, por si acaso nos toca salir de allí saltando. No sé si esto pasará muy a menudo, pero el señor que maneja la cabina está de lo más tranquilo. Al final la cosa queda en un susto, pero hay varias personas que lo han pasado mal e incluso el ascensorista ha tenido que abrir un rato las puertas para que entre un poco de aire, porque allí no había sitio ni para desmayarse a gusto.

Después del pequeño sustillo, aprovechamos que estamos en el barrio Alto para visitar el museo arqueológico do Carmo, que en realidad son las ruinas de un antiguo monasterio del que sólo se conserva una pequeña parte, incluidos algunos arcos de sus naves. Se mantienen las ruinas sin restaurar, en recuerdo del terremoto de 1755 que destruyó la iglesia. Seguro que tiene que ser una maravilla estar allí dentro en una noche estrellada, pero nosotros no lo pudemos comprobar, porque únicamente lo visitamos en este rato. Quizá para la próxima vez...


Una vez fuera del museo, seguimos bajando y pasamos primero por el mirador de San Pedro de Alcántara, y después por el elevador de Gloria hasta la plaza de los Restauradores. Desde allí vamos a la plaza de Pedro IV, junto a la cual se encuentra la estación de Rossio, desde la que salen todos los trenes de Lisboa.

Detrás de la estación está el barrio de Chiado, en cuya rua Trindade se encuentra la cervejería da Trindade, la más antigua de Lisboa. Allí mismo, en la rua Garrett, hay una escultura del poeta Antonio Ribeiro, O Chiado, y enfrente el archiconocido café A Brasileira, en el que la estatua de Pessoa está siempre rodeada de turistas que se quieren fotografiar junto a él. En Chiado ya sí, cogemos un tranvía porque llevamos un buen tute de andar, y nos dirigimos al último lugar que tenemos pensado visitar este día.

Basílica de la Estrella
Llegamos a la basílica de la Estrella por los pelos, porque falta menos de media hora para que cierren, así que echamos un vistazo rápido. Esta basílica es una mezcla de estilos barroco y neoclásico, y su fachada tiene dos torres iguales y diversas figuras de santos que la adornan. Enfrente de ella hay un parque muy grande que lleva el mismo nombre.

Después de la visita, volvemos a coger el tranvía en dirección a la plaza del Comercio y, desde allí, a cenar y a la camita. Para ser el primer día, ya ha estado bien la cosa...

2 comentarios:

  1. Pues sí para un día, la ruta está bastante completa. Una duda: ¿Amortizásteis la Lisboa Card? Yo recomiendo la tarjeta 7 colinas que sólo incluye el transporte porque la Lisboa Card me parece difícil de amortizar.

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  2. Al principio teníamos dudas porque había gente que nos había dicho que no merecía la pena comprar la Lisboa Card. Pero echamos cuentas y sí que la amortizamos, la verdad.

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