11 de abril de 2018

Cuadernos canadienses (V): centro histórico de Quebec

Castillo Frontenac
Ya contaba, cuando escribí sobre el hotel en el que nos alojamos en Quebec, que en el precio de la habitación estaba incluida una visita guiada por el centro histórico de la ciudad (según nos dijeron en recepción, esto lo hacen gratis durante los meses de julio, agosto y septiembre). Así que lo que decidimos fue hacer el recorrido con guía y, si nos quedaba algo pendiente, ver el resto de cosas por nuestra cuenta. Todo lo que vimos en el casco histórico lo recorrimos caminando; las distancias no son excesivamente grandes y además merece mucho la pena callejear por la ciudad. Y como hay muchas zonas que son peatonales, lo mejor es olvidarse directamente del coche y patear, ya que a no ser que tengamos pensado ir a algún sitio a las afueras que nos pille algo más lejos, está todo muy a mano.

Uno de los aspectos más llamativos de Quebec, o al menos esa fue la impresión que yo me llevé cuando fui, es que al pasear por ella tienes la sensación de estar en Europa, más que en América; y como curiosidad, esta ciudad a orillas del río San Lorenzo es además la que tiene las calles más antiguas, y la única que se encuentra amurallada, en toda América del Norte; de hecho en algunos de los tramos de muralla, que por cierto es totalmente peatonal, se pueden ver todavía los cañones que antiguamente defendían la ciudad.

Catedral de Notre Dame
El centro histórico de Quebec, conocido como Vieux Quebec, lo conforma el espacio que se encuentra en el interior del recinto delimitado por la muralla; y este espacio además está dividido en dos zonas, llamadas Haute Ville (ciudad alta) y Basse Ville (ciudad baja). La ciudad alta es la zona más céntrica, y la primera que nosotros visitamos porque teníamos el hotel justo aquí; en ella están los edificios más famosos y también un área comercial y muchas calles peatonales por las que merece la pena perderse para explorar sus rincones. Por supuesto, de todos esos edificios famosos, el más conocido es el castillo Frontenac, que como buen castillo está (aquí además rizando el rizo) en la parte alta de la ciudad alta. Hoy día es un hotel, aunque si el presupuesto no te da para alojarte en él, siempre puedes pasear por sus jardines, desde los que hay unas vistas increíbles de toda la ciudad justo a tus pies, o tomar algo en la terraza de su cafetería.

Paseando por la ciudad alta
Muy cerca del castillo se encuentra la place d'Arms, donde entre otras cosas se coge el funicular que une las ciudades alta y baja; aunque si lo prefieres, también hay escaleras para hacer el recorrido "a mano", como fue nuestro caso. Y como no podía ser de otra manera en una ciudad de influencia francesa, no falta en esta zona la catedral de Notre Dame, una de las más antiguas del continente americano aunque su aspecto exterior no tiene nada que ver con las del mismo nombre que están en París o Reims, por ejemplo. Y en contraste con el exterior, tan sencillo y austero, el interior es totalmente espectacular, con algunas zonas recubiertas de oro que hacen la catedral muy luminosa. Cerca de ella nos encontramos una tienda que me resultó muy curiosa, porque aunque estábamos en pleno verano, todos los artículos que vendían estaban relacionados con la Navidad: guirnaldas, adornos para el árbol, muñecos de nieve, todo tipo de iluminación... Y también en la ciudad alta está el restaurante más antiguo de Quebec, Aux Anciens Canadiens, en una casita pintada de rojo y blanco que parece de cuento.

Aux Anciens Canadiens
Tanto si vas caminando como si decides coger el funicular, lo siguiente que puedes visitar es la ciudad baja, que incluye todo el entramado de calles que rodean al antiguo puerto y tiene una extensión bastante grande. Hoy día es una zona muy animada, con un montón de tiendecitas, cafés y restaurantes, galerías de arte, y por supuesto parques; y es que en general Canadá es un país muy verde, vayas donde vayas. Cómo no, una parada obligatoria es el puerto y el recorrido por el paseo marítimo. Aunque sin duda lo más conocido de la ciudad baja es la place Royale, que es no sólo su centro neurálgico sino también el lugar en el que se reunían sus habitantes; más o menos como las típicas plazas del mercado que se encuentran en muchas otras ciudades. Y además tenemos en ella un detalle muy curioso: un trampantojo en el que aparecen, pintados en la fachada de uno de los edificios, varios personajes históricos que se integran perfectamente con el resto del entorno.

Esta parte baja de la ciudad da perfectamente para pasarse unas cuantas horas callejeando por allí y descubriendo cosas, no sólo tiendas o restaurantes, sino también museos, ya que hay varios; es difícil decidirse, sobre todo si no tienes mucho tiempo, pero creo que el Muséé de la Civilisation puede ser una opción buena si tenéis dudas.

Camuflada en el trampantojo de la place Royale
Por último, podemos visitar también el barrio que se encuentra fuera del Vieux Quebec, es decir, al otro lado de la zona amurallada, y al que se conoce con el nombre de Grande Allée. Su edificio más conocido es la Assemblée Nationale, la sede del Parlamento Provincial, un palacio enorme en cuyas fachadas podemos ver esculturas que representan a personajes relacionados con la historia de la ciudad.

En esta zona hay una calle, siempre muy animada, que lleva el mismo nombre que el barrio. Paralelo a ella nos encontramos el Parc des Champs de Bataille, un lugar histórico, ya que fue aquí mismo donde el ejército francés se rindió en 1759 y entregó las llaves de la ciudad a los británicos. En la actualidad es, como su propio nombre indica, un parque; y además de ser enorme es para mi gusto uno de los mejores puntos de la ciudad, sobre todo si lo que te apetece es respirar tranquilidad a raudales.

En la ciudadela
También aquí cerca tenemos la antigua ciudadela (Citadelle), una fortificación que defendía la ciudad de los ataques. Lógicamente en la actualidad no se utiliza para menesteres defensivos, pero sí podemos recorrerla y visitar las trincheras, los barracones, e incluso ver a los típicos guardias reales que llevan el mismo uniforme que los que hay en el palacio de Buckingham de Londres; y si tenemos suerte, es posible que también tengamos ocasión de ver el cambio de guardia.

Como veis, Quebec tiene unas cuantas cosas para ver y de las que poder disfrutar. Hay algunas otras que, como decía al principio, están un poco más a las afueras; de ellas hablaré en otra entrada.

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