21 de marzo de 2018

Como reinas en el parador de La Granja

Fachada
El año pasado mi madre cumplió los 70, y para celebrar el acontecimiento mi hermana y yo nos pasamos unos cuantos meses compinchadas con el resto de la familia para organizarle entre todos una fiesta sorpresa; como además somos muchos, lo que hicimos fue una colecta para un regalo comunitario, y lo que elegimos para regalarle fue preparar una escapada de fin de semana que incluyera la estancia en un parador, ya que ella tenía ganas de alojarse en alguno; pensamos en el de La Granja porque para un fin de semana es un sitio que nos pilla bastante cerca, y además hacía un montón de años desde la última vez que mi madre había visitado el palacio real.

Con el dinero de la colecta nos dio para reservar una habitación para ella y para un acompañante, y hasta sobró para comprar entradas de acceso al palacio y a la fábrica de cristales; pero como en realidad lo que más nos apetecía era pasar por ahí un fin de semana, con el coche en plan Thelma y Louise, lo que hicimos fue irnos las tres y pagar por nuestra cuenta la diferencia.

En la "corrala"
El parador lo forman dos edificios y uno de ellos es el centro de convenciones, así que a no ser que vayamos a una convención, deberemos ir al edificio principal, que está en la calle Infantes 3 y fue mandado construir por Carlos III como vivienda para sus dos hijos. Fue inaugurado como parador en 2007, y es una construcción rectangular, de piedra de un tono gris claro y encalado en amarillo suave en casi todo el exterior, y de ladrillo en el interior; esta zona interior además está dividida en tres sectores, cada uno de ellos con un patio en la planta sótano, y en las tres plantas siguientes se encuentran las habitaciones, todas ellas situadas alrededor de cada uno de estos patios, como si fuera una corrala gigante. Y una de las cosas que me parecieron más llamativas, nada más entrar, fue la forma en la que han combinado los elementos antiguos, muy palaciegos y austeros ellos, con los más modernos y acogedores; el resultado es una fusión muy interesante de ladrillo y piedra por un lado, alfombras y madera por otro, y algunos elementos decorativos adicionales, como unas esculturas muy curiosas, de personas de color blanco impoluto y de lo más sencillas, sin adornos de ningún tipo; todo ello en su conjunto me gustó muchísimo.

La recepción desde la planta 1
Al entrar al edificio nos abrió la puerta un chico majísimo que fue de lo más atento con nosotras durante toda la estancia; imagino que será así con todo el mundo, pero es que daba gusto entrar y salir y ver que siempre le dedicaba a la gente una sonrisa y unas palabras amables. Se llamaba Daniel, por cierto, así que aunque no leerá esto, aprovecho para darle las gracias. La recepción es muy amplia y a través de ella se accede a la cafetería (a la que puede entrar cualquiera, aunque no se aloje en el parador) y a los tres patios que dan acceso a las habitaciones, al restaurante para huéspedes y a la zona de spa. Después de registrarnos nos dieron, junto con las tarjetas para abrir las puertas y accionar las luces, una tarjeta más con la clave de la wifi y otra con una invitación (esto lo hacen siempre, si perteneces al programa "amigos de Paradores") para una consumición en la cafetería, la que os decía que está junto a la entrada.

El baño
Nuestras dos habitaciones (111 y 119) eran casi exactamente iguales, salvo algún detalle. Por cierto, daba gusto caminar por los pasillos desde los ascensores hasta las habitaciones, porque aunque los suelos son de terrazo, en todos los pasillos hay alfombras mullidísimas y parecía que ibas descalzo por allí. En la habitación que compartimos mi hermana y yo, lo primero que teníamos al entrar era una especie de recibidor muy grande, con un armario gigantesco con espacio para el equipaje y también un par de edredones de repuesto, perchas, varias baldas, huecos para zapatos y una caja fuerte. Enfrente del armario el cuarto de baño, también enorme y con bañera, lavabo con encimera grandísima y espejo también descomunal por un lado, y por el otro, separado del resto del espacio con una puerta corredera de cristal traslúcido, el inodoro y el bidé. Teníamos por supuesto dos juegos completos de toallas, una banqueta debajo del mueble del lavabo, en la pared un espejo con brazo extensible, un secador de pelo, dos vasos de cristal, y lo que más me gusta de los baños de los paradores, una bandeja con peine, pastilla de jabón, y botecitos de gel, champú, acondicionador para el pelo y crema hidratante para el cuerpo.

Las camas
A continuación del baño y el recibidor, tras una puerta, estaba la habitación propiamente dicha, grandísima, con dos camas enormes juntas y, en lugar de mesillas de noche, un baúl a cada lado. No la llegamos a utilizar porque nos hizo fresquete y no tuvimos las ventanas abiertas demasiado tiempo, pero colgando del techo había además una mosquitera, que lógicamente estaba plegada. También una lámpara en cada cama, aparte de la luz principal. Y en una de las paredes laterales, que tenía un retranqueo, habían aprovechado el espacio para colocar otro baúl más, este mucho más grande que los que teníamos junto a las camas; este era el único detalle diferente con respecto a la habitación de mi madre, porque en su caso no había este retranqueo y el baúl estaba colocado a los pies de las camas.

El escritorio
Enfrente de las camas, ocupando casi toda la pared, teníamos un escritorio con una silla, y encima una estantería de madera muy cuca con espejos, una balda con libros y una nota que decía que podías llevarte alguno y sustituirlo por otro tuyo que ya no quisieras; también una nevera pequeña y sobre ella la televisión, y junto a la ventana un sillón comodísimo y una lámpara de pie, ideal para los momentos lectores. Los suelos, como los del resto del edificio, son de terrazo pero no resultaban fríos porque los habían cubierto con alfombras; nada de moquetas, que es algo que odio, sino alfombras suaves y mullidas. Y la decoración muy sencilla, con los muebles de madera no demasiado oscura, la ropa de cama y las toallas blancas blanquísimas, salvo unos cojines en tonos grises, y todo ello de lo más acogedor.

Desde la habitación
Si vais a La Granja en coche, tenéis la posibilidad de aparcarlo gratuitamente en el parador, en el edificio de convenciones que os comentaba al principio. Nosotras aparcamos en la calle porque llegamos pronto y había mucho sitio, pero comento lo del aparcamiento por si alguien prefiere dejarlo en el parador, aunque no es cubierto ni está vigilado; sólo tiene una barrera para acceder a él. De lo que no puedo dejar de hablar, porque es una de las cosas que más me gustan de los paradores, es del desayuno; siempre es de tipo buffet libre, y con un montón de cosas para poder elegir: zumo de naranja recién exprimido, varios tipos de bollería y tartas, embutido, huevos, fruta, yogures, cereales, infinidad de tipos de pan, café y leche, además de bebidas de soja, arroz y otras, para los que no toman leche. Y además suelen tener una pequeña variedad de productos típicos de la zona en la que está el parador. En el caso de La Granja, el desayuno lo dan en uno de los patios, en la planta inferior, y la verdad es que es una maravilla la tranquilidad que se respira allí, sobre todo si como nosotras vas temprano. Y desde luego, con todo lo que tienes para elegir, es el desayuno perfecto para empezar el día con energía; si además te apetece desayunar al aire libre, puedes optar por salir a la terraza en lugar de quedarte en el comedor.

El patio del comedor
También nos apuntamos, ya que hicimos la reserva que incluía esta promoción, a una sesión de spa. Esta zona está en la planta inferior, y cuando vas a hacer el circuito te dan allí mismo un albornoz; tú sólo tienes que llevar las chanclas para andar por allí, porque no te hacen ponerte gorro como he visto en otros sitios. El circuito dura 90 minutos, y al entrar te explican cuál es el recorrido que debes hacer: primero empiezas por un par de duchas de contraste, después pasas por el pediluvio, luego cruzas al edificio de enfrente para ir a una piscina que entre otras cosas tiene la opción de nado a contracorriente, y de nuevo vuelves al edificio principal para entrar a otra piscina con varios chorros diferentes, después la sauna finlandesa y la terma romana, y para terminar una ducha de agua fría, la fuente de hielo y de nuevo una ducha de contraste.

En cuanto al precio, como ya sabéis que hay infinidad de páginas comparativas para buscar alojamiento, es cuestión de echar un vistazo; en cualquier caso, en la propia red de paradores suele haber ofertas que no están del todo mal, así que por si acaso os dejo aquí el enlace a la página específica del parador de La Granja. Estos alojamientos no son especialmente baratos, pero para darse un capricho de vez en cuando, la verdad es que están genial; porque la mayoría de los edificios que los albergan suelen tener su encanto (son palacios, monasterios, castillos y todo tipo de edificios con historia...) y además la estancia allí es una maravilla, las habitaciones cómodas y acogedoras, el personal encantador... Desde luego yo tengo claro que, si mi economía me lo permitiera, me alojaría en ellos mucho más a menudo.

2 comentarios:

  1. Me han dado unas ganas de escaparme a algún parador, éste que nos cuentas, pinta muy bien. Adoro esos desayunos.

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    1. Si yo pudiera, me pasaría la vida de parador en parador... La verdad es que es una pasada alojarse en ellos.

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