Son 215 kilómetros los que separan Maguncia y Rothenburg, así que de nuevo nos pegamos un buen madrugón para llegar allí temprano. Según todas las guías turísticas, como Rothenburg ob der Tauber (hay otro Rothenburg) tiene fama de ser una de las ciudades más bonitas de Alemania, suele estar bastante concurrida (es una de las principales paradas de la ruta romántica), así que decidimos llegar lo más temprano posible para no encontrar demasiada aglomeración ni de gente ni de coches.
Toda la ciudad es de calles peatonales y empedradas, y por supuesto está prohibida la entrada a los coches y autocares; por lo tanto, lo más práctico es dejar el coche en cualquiera de los aparcamientos que hay fuera de la muralla de la ciudad. Algunos de estos aparcamientos son gratuitos, y por eso es recomendable madrugar, ya que así será mucho más fácil encontrar sitio.
Después de dejar el coche en un aparcamiento que está justo al lado de una de las puertas de la muralla, vamos caminando hacia el centro. La primera parada que decidimos hacer es en Marktplatz; en toda ciudad alemana que se precie no puede faltar la plaza del mercado, que siempre está situada en pleno centro y que se llena de puestecillos el día estipulado para que los vendedores expongan allí su mercancía.
En esta plaza, además del mercado, nos encontraremos dos de los edificios más conocidos de la ciudad: por un lado el Rathaus (ayuntamiento), que se comenzó a construir durante el siglo XVI y se terminó en el Renacimiento. Está compuesto por dos edificios que se unen por un patio interior, en cuyo portal se puede observar el antiguo sistema de medición de Rothenburg, que se publicaba en la Marktplat.
Dentro del edificio podemos subir a la Rathausturm (torre del ayuntamiento), a la que se accede desde la puerta principal. Cuando nosotros llegamos allí no encontramos taquilla ni nada que se le parezca, así que vamos siguiendo las indicaciones para subir hasta la torre. En los primeros tramos las escaleras son de piedra, muy anchas y bastante cómodas de subir, pero al poco rato aquello empieza a estar cada vez más oscuro, y las escaleras de madera y un poco más inestables. Cuando ya empezamos a mosquearnos un poco porque aquello parece una broma de cámara oculta, llegamos a un habitáculo estrechísimo en el que hay un señor que te cobra la entrada. Menudo curro, tener que subir y bajar de allí todos los días para cobrarle un euro a cada persona que quiera subir...
El caso es que desde la torre hay unas vistas estupendas de toda la ciudad y del valle del Tauber, pero sólo lo sé porque lo he visto en las fotos. El último tramo de escaleras está muy mal, es tan estrecho y yo estoy ya agobiada, y encima según vamos subiendo, Juan, que con su altura se las ve y se las desea para entrar por la escalera final, me arrea una patada en toda la cara (espero que sin querer) y lo único que veo son las estrellas, así que me doy la vuelta y lo espero abajo sin llegar a asomarme a la puñetera torre. En fin, después me cuenta que casi se ha quedado encajado en el último tramo y que luego arriba hay un montón de gente y aquello es un agobio.
El segundo edificio destacable en la Marktplatz es Ratstrinkstube (taberna de los concejales); en su fachada, a las horas en punto, se abren dos ventanas con figuras que reproducen la leyenda del Meistertrunk (trago magistral). Esta leyenda se remonta al año 1631, cuando las tropas católicas ocuparon la ciudad (que era protestante). El general católico Tilly amenazó a la población con saquearla y llevar a cabo acciones violentas contra ella, a no ser que algún concejal consiguiera beber de un solo trago un cántaro de casi un litro de vino. Según esta leyenda, el antiguo alcalde Nusch consiguió superar el reto y salvar así a la ciudad.
Al lado de Marktplatz se encuentra Georgsbrünnen (fuente de San Jorge). Es la más grande de la ciudad, con 8 metros de profundidad y una capacidad de 100.000 litros. Sus adornos proceden del Renacimiento tardío.
Si seguimos caminando por el casco antiguo llegamos a Jakobskirche (iglesia de Santiago), de estilo gótico, y el mayor lugar de peregrinaje de la ciudad. Su principal atracción es el Heilig Blut Altar (altar de la sangre divina), que tiene un cristal de roca que se supone que alberga en su interior una gota de la sangre de Jesucristo. La iglesia se puede visitar todos los días, y si accedemos durante los oficios podremos hacerlo de manera gratuita.
Nuestra siguiente parada es Burgtor (puerta del castillo), situada en uno de los tramos de la muralla y que es, como su nombre indica, una de las puertas que daban acceso a la ciudad, por un lado a su centro histórico y por el otro a los jardines del castillo. En uno de sus lados hay una máscara, a través de cuya boca se tiraba brea caliente a los malhechores que se acercaban. Seguro que se les quitaban las ganas...
Al atravesar la puerta, nos encontramos con los Burggarten (jardines del castillo), cuyo nombre es un poco equívoco, ya que los castillos del siglo XIX no tenían jardín. Desde estos jardines hay unas vistas preciosas de las afueras de la ciudad y del valle del Tauber (igual que desde la torre del ayuntamiento). Además de los jardines, fuentes y un mini jardín botánico, aquí se encuentra también la Blasiuskapelle (capilla de San Blas), que se construyó como alojamiento para los invitados del rey, y que en la actualidad sirve como monumento conmemorativo a los caídos en las dos guerras mundiales.
Muy cerca de la puerta del castillo, por la que se accede a estos jardines, hay un señor muy animado tocando el violín. En el rato que estamos paseando por allí, intenta pegar la hebra con todo el que pasa; en un montón de idiomas diferentes, te pregunta qué música te gusta para hacerte la demostración de que pidas lo que pidas es capaz de tocarlo.
Después del paseo, volvemos a cruzar la puerta y tomamos la primera calle a la derecha, que es la que nos lleva al Mittelalterliches Kriminalmuseum (museo medieval del crimen). El museo está alojado en el edificio que ocupaba la antigua encomienda de la orden de San Juan, y muestra en sus instalaciones unos 1000 años de la historia legislativa de Europa. Tiene una superficie de 2.000 m2, distribuidos en cuatro pisos, y en él podemos ver todo tipo de instrumentos de tortura, documentos y sellos antiguos, cinturones de castidad, maquetas, herramientas utilizadas por los verdugos, etc. Hay incluso un famoso instrumento de tortura conocido como dama de hierro, que da bastante repelús.
Volviendo hacia el centro de nuevo, llegamos hasta Markusturm (torre de San Marcos), que fue construida hacia el año 1200, cuando se levantó la primera muralla de la ciudad. Por último, vamos otra vez hacia Marktplatz y paramos en una de las muchas tiendas en las que venden el dulce típico de Rothenburg, las Schneeballen (bolas de nieve). Son unas bolas de masa dulce rebozadas en canela o azúcar; estas dos son las más típicas, pero también las podéis encontrar rebozadas en chocolate, limón, coco, vainilla, y un montón de cosas más. Las hay de tamaño mini o de tamaño familiar, y también venden latas con varias bolas. Yo no las había probado en la vida, ni sabía de su existencia, y me quedo con ganas de llevarme unos cuantos kilos. Tengo que investigar a ver si encuentro la receta por ahí, que tienen pinta de ser fáciles de hacer.
Después de comernos un par de Schneeballen (cada una de ellas de tamaño familiar) en las escaleras del ayuntamiento, nos dirigimos de nuevo hacia la muralla y recogemos el coche. Por la tarde tenemos pensado visitar Wiesbaden y el trayecto hasta allí es de 215 kilómetros, así que aún nos toca un pequeño paseo...