De nuevo nos levantamos temprano y esta mañana vamos en metro hasta la
estación de Cavour; después de subir unas escaleras que me dejan con
la lengua fuera, llegamos a la piazza de San Pietro in Vincoli,
donde hay varios vendedores preparando sus tenderetes. Enseguida todos te preguntan si vas a ver el Moisés de Miguel Ángel, así que supongo que estarán hartos de indicarles a los turistas dónde está la iglesia de San Pietro in Vincoli (aunque en
realidad no hace falta porque la tenemos justo delante).
El Moisés era una de las
cosas que más ganas tenía de ver en Roma; siempre me queda la duda de si
me gusta más Miguel Ángel o Bernini, y por más que lo pienso no consigo
decantarme por uno de los dos. Me gustan tanto sus esculturas que no
sabría con cuál de ellas quedarme. Eso sí, el Moisés impresiona porque
es tan real que si te lo quedas mirando parece que se vaya a levantar en
cualquier momento; es increíble el nivel de detalle: el gesto medio
serio, los tendones, los músculos, la túnica que parece de tela de
verdad... Es increíble cómo de un trozo de piedra se puede sacar algo
así. En esta misma iglesia se conservan también las supuestas cadenas de
San Pedro, que se dice que llegaron en dos partes y cuando se volvieron
a acercar se unieron ellas solas de manera milagrosa. Están expuestas
justo debajo del altar.
Muy cerca de aquí se encuentra el lugar que visitamos a continuación: el coliseo,
otro de los sitios que tenía muchas ganas de ver. Aquí no hace falta esperar, no sólo porque llegamos temprano sino porque la cola que hay
es para los que van "por libre", y en la cola de los que llevan Roma
Pass no tenemos más que tres o cuatro personas delante. El coliseo me
parece espectacular, y sobre todo enorme; sabía que era grande pero no
pensé que tanto. Una vez dentro, podemos ver una mini exposición con
algunas armas y vestimentas que llevaban los diferentes tipos de
gladiadores. También paseamos por las gradas; de la arena, zona
donde luchaban los gladiadores, se conservan únicamente los pasillos
subterráneos; en cualquier caso, lo hemos visto ya tantas veces en
tantas películas que estando allí te puedes imaginar perfectamente cómo
debían de ser las luchas. Escalofriante...
Justo al lado del coliseo está el arco de Constantino,
que se construyó en honor a la victoria de este emperador en la batalla
del puente Milvio. Dejando a nuestra espalda el coliseo y el arco, encontramos de frente las indicaciones hacia el palatino.
Se supone que aquí es donde Rómulo mató a Remo y fundó Roma, allá por
el año 753 a.C. Hoy día es una zona bastante chula, en la que se
conservan unas cuantas ruinas de las antiguas mansiones aristocráticas,
ya que este era el barrio más elegante de la Roma antigua.
Los lugares más destacados del palatino son la domus Augustana (un palacio de dos alturas, desde el cual se puede apreciar el tamaño colosal del circo massimo), un estadio que los emperadores utilizaban para eventos particulares, las termas de Settimio Severo (de las cuales se conservan muy pocos restos), el museo palatino (que alberga una gran cantidad de objetos hallados en la zona, algunos incluso del Paleolítico), la domus Flavia (construida sobre edificios anteriores, entre los que destaca la casa de los grifos, llamada así por un relieve estucado que representa a dos de estos animales fantásticos), las casas de Livia y Augusto y los orti farnesiani, uno de los primeros jardines botánicos de Europa.
Al lado de los orti farnesiani ya se ve el foro romano,
el más antiguo y el más grande de todos. Sus orígenes fueron una
necrópolis etrusca, después se usó como foro, como tierra de pasto y
hasta como inspiración para artistas y arquitectos. El paseo por el foro
y algunos de sus edificios mejor conservados (el templo de Antonino y Faustina, el arco de Tito)
me gusta bastante, aunque ya es casi mediodía y empieza a apretar el
calor de verdad. Vemos por allí, entre las ruinas, a unos arqueólogos
atareados y la verdad es que me da hasta agobio el sofocazo que deben
de estar pasando los pobres, ahí a pleno sol...
Desde aquí cruzamos al otro lado de la calle y llegamos al foro de Trajano, del que sólo quedan unos pocos restos, y la columna de Trajano, decorada con relieves que relatan las batallas contra los ejércitos dacios. Un poco más lejos están los mercados de Trajano.
Seguimos andando y llegamos a la piazza Venezia, dominada por el edificio llamado Vittoriano,
al que por su forma lo llaman también "máquina de escribir". Se
construyó para honrar a Víctor Manuel II y a la Italia unificada, y hoy
alberga la tumba del soldado desconocido y el Museo Centrale del Risorgimento.
Este edificio lo vemos únicamente por fuera, y después cogemos un
autobús de nuevo hasta la piazza della Repubblica donde, esta vez sí,
podemos entrar por fin a la iglesia de Santa maria della Vittoria.
Por fuera, esta iglesia barroca es bastante sencilla; en realidad, la
mayoría de la gente la visita para poder admirar su obra estrella, la
escultura éxtasis de Santa Teresa de Bernini. Y efectivamente,
puedes quedarte un buen rato extasiado viéndola; de hecho, yo tardo en
poder quitarle la vista de encima para dedicarme a observar también el
interior, y la verdad es que me habría perdido las maravillosas pinturas
que adornan los techos de esta iglesia.
Después de hacer un hueco
para comer y acercarnos al hotel a recoger el coche para ir a visitar al
famoso gommista que nos va a cambiar la rueda, cogemos de nuevo el
metro hasta la estación de Flaminio para llegar a la piazza del Popolo. Justo al entrar en la plaza, a mano izquierda, se ve la iglesia de Santa Maria del Popolo,
que casi todo el mundo visita para ver los dos cuadros de Caravaggio
que se exhiben junto al altar mayor. De nuevo en la plaza, justo al
fondo, se ven dos iglesias barrocas: Santa Maria dei Miracoli y Santa Maria in Montesanto. En el centro de esta plaza hay un obelisco que trajo el emperador Augusto de la antigua Grecia.
Dejamos a nuestras espaldas las dos iglesias barrocas y, bajando por la via del Corso, llegamos a la intersección con la via dei Condotti, una de las famosas calles de compras en Roma. Tomando a la izquierda la via dei Condotti, llegaremos a la piazza di Spagna,
esta vez a la parte baja de la famosa escalinata que hemos visto el
día anterior desde la iglesia de Santa Trinitá dei Monti. Aquí estamos
un rato sentados en plan relax, en la fuente del naufragio o barcaccia, que se atribuye al padre de Bernini. Después de pasar de nuevo por la fontana di Trevi, vamos hasta la piazza Barberini para coger el metro de vuelta al hotel, no sin antes echar un vistazo a la fontana del Tritone y a la fontana delle Api.
"Más importante que el viaje en sí, es lo que queda en el espíritu del viajero."
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6 de agosto de 2013
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