Colonia nos pilla algo más cerca de Maguncia que otras ciudades que hemos visto, así que madrugamos pero no tanto como días anteriores. Estamos a unos 179 kilómetros, con lo cual el trayecto es de algo menos de dos horas. Llegamos a Colonia sobre las 9 de la mañana, y lo primero que hacemos, como siempre, es buscar un sitio donde soltar el coche y dedicarnos a patear. Encontramos un aparcamiento cubierto con bastante buena pinta, después de cruzar el puente desde el que se ve la catedral al fondo; hay que hacerle una foto desde ahí, se ve preciosa.
Una vez que dejamos el coche vamos andando, plano en mano, hasta que llegamos a Hohestrasse; esta debe de ser la calle más comercial de Colonia, porque es peatonal y tiene un montón de tiendas de ropa, de zapatos, de discos, e incluso una tienda de Lego en la que hasta venden las piezas a granel.
Justo al final de Hohestrasse, llegamos a una plaza en la que directamente nos encontramos con esa espectacular
catedral, la
Kölner Dom. Es imposible sacarla entera en las fotos, a no ser que te vayas muy lejos. Tiene unos cuantos andamios (de nuevo los andamios que nos persiguen) y está un poco sucia, supongo que por la humedad y la contaminación, y no sé si influirá lo de que esté justo al lado de la estación...
La entrada a la catedral es gratuita, y sólo hay que pagar 1 euro si quieres coger uno de los folletos que hay junto a la puerta; están en diferentes idiomas, incluido el español. Damos una vuelta por la catedral y vemos las maravillosas vidrieras, las capillas, los mosaicos del suelo, el sepulcro de los Reyes Magos... Pero lo que realmente nos interesa es la subida a la Südturm (torre Sur), desde la que nos han dicho que hay unas vistas espectaculares de toda la ciudad.
Como están de obras, para subir a la torre Sur hay que salir a la calle y rodear la catedral hacia su izquierda; allí hay unas indicaciones que nos hacen bajar unas pequeñas escaleras, y al final nos encontramos unas taquillas donde poder dejar las mochilas, y el mostrador para sacar las entradas. Una vez que subimos hasta la máxima altura permitida, casi 100 metros y nada menos que 509 escalones (el último tramo me cuesta un poco y llego con la lengua fuera y tembleque de piernas), me quedo un buen rato impresionada y con la boca abierta. Realmente, las vistas son espectaculares.
Luego toca bajar, y en la tienda de la torre aprovechamos para echar un ojo a las cosillas que tienen, que si no hay veces que lo de comprar regalitos lo dejas para el último momento y es un estrés. El señor que nos atiende nos habla en inglés, y en cuanto se da cuenta de que somos españoles, se dirige a nosotros en un español impecable. Qué envidia, no me importaría hablar alemán así...
Después de asomarnos a la estación de trenes, rodear la catedral andando y echar un ojillo por la plaza, paramos para enchufarnos un bocata en las escaleras que hay junto a la réplica de los rosetones que rematan las torres. Es una escultura a tamaño natural, y mide nada menos que 9'40 metros. Impresionante... Luego echamos un ojo a la oficina de turismo, que también tiene tienda de recuerdos, y a varias tiendas más que hay por allí cerca. Se nota que Colonia recibe muchísimos turistas habitualmente, porque hay tiendas así por todas partes.
Seguimos andando y nos acercamos a
El-De Haus, una antigua cárcel de la Gestapo en la que se ha habilitado un centro de documentación sobre el Tercer Reich. Dentro de los muros de este edificio se interrogó, torturó y asesinó a un gran número de personas, y la verdad es que pone los pelos de punta ir andando por allí y ver, entre otras cosas, las inscripciones que escribían los prisioneros en las paredes del sótano. Al contrario que en el centro de documentación que visitamos en
Nuremberg, que trataba sobre la misma etapa histórica pero era algo más "descafeinado", aquí hay un momento en el que me entra un poco de mal rollo paseando entre las celdas, los bunkers y los aseos de la antigua prisión. En las dos plantas superiores encontramos todo tipo de muestras de la Alemania nazi (propaganda, fotografías, páginas de periódicos, etc.).
Enfrente de El-De Haus se encuentra el Kölnisches Stadtmuseum (Museo Municipal de Colonia), que ofrece un recorrido por la historia de la ciudad. Alberga exposiciones sobre el Carnaval (no sabíamos que los alemanes fueran tan aficionados a esto del Carnaval, pero por lo visto celebran unos fiestorros que paqué), la Kölsch (cerveza típica de Colonia que, igual que la ahumada típica de Bamberg, tampoco probamos...), el agua de Colonia y otros elementos característicos de la ciudad. El edificio llama mucho la atención porque tiene en el tejado un coche con alas.
Caminamos un poco más, y nos acercamos al Altes Rathaus (ayuntamiento antiguo), que se encuentra muy cerca de la catedral, en el casco antiguo. Sólo pudimos verlo por fuera, ya que justo se estaba celebrando una boda y nos pilló toda la comitiva nupcial en la puerta. Un poco más adelante, nos encontramos la Gross St Martin (iglesia de San Martín), que es la más famosa de las iglesias románicas de Colonia por tener el exterior más bello y destaca por sus cuatro torreones que se agrupan alrededor de una torre central.
En la misma plaza donde está la iglesia de San Martín, nos encontramos una cervecería con la que simplemente nos topamos, ya que no aparecía en ninguna guía (supongo que es difícil mencionar en cualquier guía todas las cervecerías típicas que hay en Alemania; la lista sería interminable). Esta cervecería en concreto, con un cartel en la puerta en el que se observa a un soldado con una jarra en la mano, me recordó a la novela
Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, de Jaroslav Hašek, porque el soldado que aparece en el cartel es el mismo que aparece en la novela, al menos en la edición que yo tengo.
Volvemos hacia Hohestrasse para ir al aparcamiento en el que hemos dejado el coche, y de paso entrar de nuevo en la catedral. Cuando llegamos por la mañana estaba un poco nublado, así que las fotos de las vidrieras no han quedado muy allá, por lo que decidimos repetir la operación, ahora que el día se ha despejado y ha salido el sol. Hacemos una parada técnica en la tienda de Lego para comprarle un par de cosillas a Stefan, que es forofo, y al salir de la ciudad nos quedamos un poco chafados porque no hay manera de parar en el mismo puente por el que habíamos llegado, para hacer una foto desde allí a la catedral. Otra vez será...
Como son las 3 y algo de la tarde y hemos visto en el mapa que para volver a Maguncia nos pilla de paso una pequeña ciudad que se llama Remagen, decidimos parar allí para visitar el Friedensmuseum Brücke von Remagen (Museo de la Paz Puente de Remagen).
Remagen es un sitio bastante pequeño y lo único que visitamos allí es el museo. Increíblemente, en un sitio tan pequeño hay una oficina de turismo, y nos dirigimos allí para preguntar si hay alguna cosa más para ver, y de paso para que nos expliquen cómo funciona lo del aparcamiento, porque hay zona azul pero no encontramos ninguna maquinita en la que echar monedas. La chica que nos atiende nos cuenta que no hay máquinas ni monedas, sino unos cartones azules con una rueda en la que pones la hora a la que has dejado el coche; a partir de ahí, puedes aparcar dos horas gratis en el mismo sitio. Supongo que, para hacer honor a nuestra fama, habrá más de un español pensando en la manera de no hacer ni caso a que sean dos horas las que te dejan aparcar gratuitamente; cada uno que haga lo que quiera, nosotros colocamos el cartón en el cristal delantero del coche y miramos la hora para estar allí de vuelta dos horas después...
El Museo de la Paz fue construido en lo que queda del antiguo puente Ludendorff, destruido por el avance de las tropas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial. Es un museo no muy grande con fotografías, maquetas e incluso carteles de la famosa película
El puente de Remagen, basada en estos hechos. El museo cierra a las 6 de la tarde y nosotros llegamos sobre las 5 y media; cuando le pedimos dos entradas a la señora de la taquilla, nos suelta una parrafada de la que no entendemos nada más que
sechs (seis); suponemos que nos está diciendo que cierran a las seis, porque se toca el reloj. Como ve que aun así queremos las entradas, nos las da pero cuando nos da las vueltas, nos damos cuenta de que nos ha cobrado la mitad y vuelve a tocarse el reloj y a soltar otra parrafada. Rebaja por llegar a última hora, supongo.
Después de la visita al museo que, inevitablemente, no nos lleva más de media hora, volvemos de nuevo hacia Maguncia. Creo recordar que este es el día que cenamos en La perla, el restaurante que tenemos justo debajo de casa. El dueño es italiano pero habla cualquier idioma que se le ponga por delante, así que esta vez no tenemos problemas para entendernos. Tras una cena bastante abundante y nada cara, nos vamos a dormir. Mañana nos espera un día completo en Heidelberg.