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Ya de por sí, tampoco el resto de los días del año es Maripili mucho de decir cosas sentimentales y sí más de hacer ya que, como dice ella, con los hombres es perder el tiempo eso de hablar y para hablar ya tiene amigas. Realmente, Maripili sabe que eso no es cierto y que los hombres tienen su corazoncito sensible y que, aunque lo nieguen, les encantan todas esas tonterías amoroso-sentimentales de los regalitos y los mimitos y tampoco hay que quitarles la ilusión. Pero todo en su justa medida y en horarios razonables, que si bien hubo un tiempo en que hasta cedió al imperativo legal de ser romántica-sentimental (o intentarlo, que en ella tiene mucho mérito), le salió tan rematadamente mal que, como gato escaldado que del agua fría huye, como mucho lo puede tolerar pero, por su parte, no ha puesto nunca más interés en semejante tema.
Y hete aquí que (también es casualidad) Maripili ha tenido la sublime desgracia de atraer siempre a hombres románticos. Y no un poco románticos, no. ¡Muy románticos!, de esos que mandan flores ya a primera hora de la mañana, un terrible error para con Maripili porque si algo hay que le guste y de lo que disfruta es de poder dormir por las mañanas como un camionero con resaca, es decir, profundamente. Y no hay cosa que más la irrite que que algo la saque de ese dulce sopor, y mucho menos el sonido de un timbre. Normalmente, aunque lo oiga, no hace ni caso porque no, porque no son horas de atender ni recibir a nadie y, sea quien sea, que venga más tarde o deje el recado en el buzón. Pero hay un problema con los repartidores de flores, y es que son particular y perniciosamente insistentes. Y, para colmo, no son como los repartidores de publicidad, que molestan pero acaban por irse. No, el repartidor florista cuenta con un arma secreta temible proporcionada por el instigador de la entrega: sabe el número de teléfono de su "víctima" y no duda en usarlo y, cual correo del zar en misión suicida, no cejará en su empeño y cometido de entregar, sea como sea, el ramo.
El puto ramo, que diría Maripili. Bueno, ella diría algo mucho peor, más largo y demasiado malsonante para que yo lo refleje por escrito y con "el puto ramo" ya todos nos damos por enterados de los sentimientos encontrados que provoca el repartidor florista en la mente de Maripili que, por una parte, entiende que ese es su trabajo y el trabajo es sagrado, y nada admira más Maripili que la gente cumplidora con su actividad laboral; pero por otra, se acuerda de toda su parentela, de la del repartidor, de la del florista y de la de todos los cultivadores de flores... Y no, no para desearles felicidad. Y sí, después de más de diez minutos de insistentes llamadas al timbre de casa, de las que se entera toda la urbanización (Maripili incluida, aunque se niega a darse por aludida y mete la cabeza con desesperación debajo de la almohada para intentar volver a dormir), el repartidor florista no duda en usar su arma y sí, llama y llama por teléfono con igual insistencia. Lo que ya resulta no solo irritante sino además el modo más eficaz de que Maripili inicie el día en modo cabreo y se le quede así para el resto de la jornada sanvalentinera. Y eso es algo que luego tenemos que sufrir todos los que la conocemos, por lo que yo rogaría que los enamorados de Maripili se abstengan de tal actividad. Por favor.
Aunque todo lo que puede ir mal puede ir a peor y, dada la peculiar y variada vida sentimental de Maripili, no es nada raro que se le acumulen los ramos y si bien, aunque de muy mal humor, puede esquivar un envío floral mañanero, lo peor sería mandar un amoroso tributo floral a Maripili al trabajo, algo que algún incauto lleno de romanticismo sanvalentinero ya intentó... Y de quien nunca se volvió a saber.
—¿Tú te crees que es de gente normal que yo esté concentrada y a mis cosas, rodeada de empleados y clientes, y verme en ese horror sin fin de tener que pasar por la vergüenza de las risitas y sonrisitas del personal cuando se me aparece un repartidor de flores en medio de la sala del restaurante? ¡¡Diossanto, si hasta me aplaudieron y yo me quería morir!! Pero ¿quién se cree "ese" que soy yo, la Callas? Y aunque lo fuera... ¿Alguien se ha atrevido nunca jamás a interrumpir a la Callas mientras cantaba un aria de Norma? ¡Pues no! Y yo no canto ni falta que me hace, pero soy tan seria y profesional en mi trabajo que la diva griega o más, y ¡ni a un inspector de Hacienda le consiento que me venga a molestar en horas laborales, faltaría más! Vamos, ¡que ni el repartidor ni "ese" tienen vergüenza ni educación!
Sí, para Maripili el día de San Valentin es un día atroz, semejante a una jornada de ensayo de apocalipsis nuclear, en el que se ve obligada a desconectar timbres caseros y teléfonos móviles, bloquear WhatsApp y quedarse en casa encerrada a salvo de ramos de flores, reales o virtuales, y memes variopintos que a todo el mundo le da por enviar ese "maldito día".
No, a Maripili no le gusta el día de San Valentín.
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