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15 de julio de 2018

Nos mudamos






Después de algo más de ocho años por aquí, hemos decidido darle un nuevo aire al blog; así que además de cambiarle un poco la imagen, también lo hemos trasladado a otra plataforma. Desde hoy mismo podéis encontrarnos en http://www.espemigratoria.wordpress.com. Os esperamos por allí.

4 de julio de 2018

Casa L'Atalaya, entre Llanes y Ribadesella

La casa
Son ya unas cuantas veces las que he tenido ocasión de viajar por Asturias, y unas cuantas también las que me he alojado en esta casa rural, que conozco ya desde hace algunos años. La conocí de casualidad, cuando la casa en la que me solía alojar las primeras veces estaba completa, y la dueña me puso en contacto con esta otra por si había suerte; la hubo, y después de aquella vez fueron unas cuantas más las que he estado allí.

La casa se encuentra en Ovio, un pueblito muy pequeño de la parroquia de Nueva, que pertenece al concejo de Llanes. Ya sabéis lo que suele pasar en los pueblos tan pequeños, y es que es complicado a veces localizar las cosas; sin ir más lejos, en Ovio la mayoría de las calles no tienen ni siquiera una placa con su nombre, así que tampoco os puedo dar la dirección exacta de la casa. En cualquier caso, si buscáis en Google Maps por "Hotel Casa L'Atalaya" en Nueva de Llanes, la encontraréis enseguida; y la verdad es que una vez que te has aprendido el camino es facilísimo llegar, pero claro, la primera vez vas un poco perdido como nos pasó a nosotros. En cualquier caso, si por el motivo que sea no llevárais GPS, es tan sencillo como preguntar a cualquiera una vez que hayáis llegado a Nueva; la casa la conoce todo el mundo en el pueblo, así que no os será difícil localizarla. Casi os diría que lo más difícil es poder llegar hasta la casa sin haberos cruzado, en esas calles tan pequeñas, con ningún coche de frente.

La terraza y la entrada
Este alojamiento no es una casa rural propiamente dicha de las que se alquilan completas, sino que en realidad es la casa de los dueños, Esther y Fidel, un matrimonio del pueblo (majísimos, por cierto). Como la casa tiene tres plantas, ellos viven en la baja y lo que han hecho ha sido acondicionar como alojamiento rural la primera y la buhardilla. Es una casa muy bonita, con frisos de piedra, paredes de color blanco y tejas rojas. Tiene bastante terreno; hay un trozo en la parte delantera que Esther y Fidel lo utilizan a veces en verano para colocar una piscina portátil, y también tienen allí mismo un cenador y varios árboles frutales. Otra parte del terreno es la que se utiliza para que los huéspedes puedan aparcar sus vehículos. La casa además está en un sitio perfecto, porque es la parte más alta de Ovio y las vistas son espectaculares: por un lateral de la casa vemos la montaña, y por el otro el mar; eso sí, un punto importante en contra es que las escaleras que suben a las habitaciones son empinadísimas, así que me temo que las personas con problemas de movilidad lo tienen un poco complicado...

Las veces que he estado por allí, la puerta de entrada a la casa siempre estaba abierta; aunque tampoco he llegado nunca muy tarde ni me he marchado muy temprano como para saber si la cierran a alguna hora; en cualquier caso, teniendo en cuenta que los dueños viven allí, me daría un poco de cosa andar haciendo ruidos a horas intempestivas o tener que molestarlos para entrar o salir. En cuanto a las habitaciones, como Esther y Fidel están en la planta principal, ya os comentaba que el resto se encuentran en las otras dos plantas, la última de ellas abuhardillada.

Nuestra habitación
Aquí os comento un detalle, y es que todas las veces que me he alojado allí me he encontrado con que cada vez habían hecho algún que otro cambio en la decoración de las habitaciones o en la propia distribución de la casa, así que a lo mejor si un día os animáis a viajar allí y conocer el sitio vosotros mismos, resulta que os lo encontráis de nuevo diferente a como yo os lo voy a describir de mi última vez. Todas las habitaciones son dobles menos una de ellas, que en esta ocasión la habían ampliado para hacer una familiar; y si no recuerdo mal había cuatro en la primera planta y tres en la buhardilla. La nuestra en esta ocasión era una de las de la zona abuhardillada, y lo único malo de esta vez fue que el baño nos tocó compartirlo; aunque por suerte nuestros demás vecinos de planta fueron bastante civilizados.

La habitación que nos tocó no era demasiado grande, pero todo el espacio estaba muy bien aprovechado. Tenía todas las paredes forradas de madera, una cama grande pegada a la pared, con una mesilla en un lado, un par de cuadros en el otro y un espejo en la misma pared de la mesilla; también había, en la pared de enfrente de la cama, un parabán con ruedas y una barra para colgar cosas, que usamos a modo de armario, y en la pared izquierda de la cama una ventana de las de techo, al estar la habitación en uno de los lados de la buhardilla; debajo de esa ventana teníamos además una cómoda con cajones. En este caso la habitación daba al lado del mar, con lo cual aunque no se llegaba a ver la playa, las vistas eran espectaculares desde allí, y la tranquilidad que se respiraba tanto por las noches como por las mañanas a primera hora era una maravilla.

El salón
En esta misma planta teníamos, además, un pequeño saloncito, un espacio común de toda esta zona, que podíamos compartir con el resto de huéspedes que estaban con nosotros. En él había una mesa de centro, varios sillones alrededor, y un mueble con televisión; aunque la verdad es que ese espacio yo lo utilicé todas las veces más bien para leer que para ver la televisión, sobre todo cuando no había nadie, por aquello de que en esos momentos podía estar con la tele apagada y sin ningún ruido de fondo. En esta zona se estaba de lo más tranquilo, aunque también es cierto que la disfrutamos poco porque la mayor parte del tiempo nos lo pasamos de pateo o haciendo turismo. Igual que desde la habitación, desde este salón también había muy buenas vistas, porque una de las paredes tenía una cristalera bastante grande, y las dos paredes laterales también estaban acristaladas, aunque en este caso la ventana era algo más pequeña.

El cuarto de baño que compartíamos estaba igualmente abuhardillado, y tenía justo debajo de la ventana de techo una bañera que ocupaba casi toda la pared, menos un pequeño espacio en el que habían puesto unos escalones de obra; enfrente, junto a la puerta, el inodoro, y en uno de los laterales un lavabo con un espejo, además de un par de mueblecitos de madera. Esta vez no utilicé ninguno de ellos para guardar mis cosas, más que nada porque como era compartido, no sabía muy bien si ese espacio estaba destinado a nuestras cosas o no; y como no me importaba guardar los útiles de aseo en mi habitación, lo hice así directamente. También es cierto que en el propio baño teníamos a nuestra disposición algunos productos de aseo, con lo cual podríamos haberlos utilizado aunque yo siempre tengo la manía de llevar mis propios productos. Pero vamos, que sepáis que cada vez que Esther sube a limpiar las habitaciones y el baño, se lleva tanto toallas limpias para cambiarlas si es necesario, como los productos que sea necesario sustituir.

El baño
Lo que ya no tengo tan claro es cómo gestionará esta mujer lo del cambio de toallas; porque normalmente en los hoteles, si no quieres que te las cambien porque no lo consideras necesario, las dejas colgadas y ellos ya saben que las pueden dejar tal cual. Y si quieres que te las cambien, las colocas en la bañera, o encima del lavabo, por ejemplo, para indicar que quieres otras limpias; pero en este caso, al tratarse de un baño compartido, no sé muy bien cómo lo hará Esther para saber si las cambia o no. Imagino que lo más práctico será preguntar directamente a los huéspedes o cambiarlas sin preguntar; aunque para no complicarle la vida y como siempre he estado pocos días, yo lo que he hecho siempre ha sido guardar las toallas en mi habitación, porque así también evito que las use otra persona.

Una de las novedades que incluyeron esta última vez, y que en otras ocasiones no había estado disponible, fue la de servir desayunos en la propia casa. En la primera planta han habilitado una terracita para poder desayunar, y desde ella vemos el jardín y la entrada de la casa. La decoración además ha quedado muy chula, porque han utilizado como mesas unos muebles de máquinas de coser antiguas, cambiando el tablero de madera por uno de mármol. En la misma terraza Esther tiene un aparador con un microondas, la vajilla y todo lo demás que utiliza para preparar los desayunos, e incluso una pequeña biblioteca con varios libros de temas relacionados con Asturias y también algunos folletos de rutas turísticas o senderistas de aquella zona.

Desayuno con vistas
La última vez que fuimos, Esther nos puso para desayunar café (también puedes tomar cacao, si lo prefieres), sobaos y magdalenas, y pan de chapata con mantequilla y mermelada; las mermeladas las hace ella misma en casa, y nos estuvo contando que había preparado como experimento una de pimiento rojo utilizando los que tiene en el huerto, por si queríamos probarla. A mí esto de probar una mermelada de pimiento no es que me resultara muy atractivo, pero al final me animé a hacerlo y tengo que decir que está espectacular, me encantó. Aunque los más clásicos que no se asusten, porque hay otras mermeladas más "normales" como la de naranja, la de fresa, la de melocotón o la de pera. Aunque eso sí, está todo riquísimo y además no en todas partes tiene uno la oportunidad de disfrutar de unas vistas tan estupendas como las de esta terraza.

Ya para rematar, deciros que además de todas las maravillas que os he contado de este sitio, resulta que también de precio está genial; si queréis comprobarlo podéis hacerlo en su propia web, en la que también se puede consultar la disponibilidad, así como ver el tipo de habitaciones que tienen y el entorno, que ya os digo que es espectacular. Además el trato de los dueños es fabuloso, casi como estar en familia, que es algo que siempre se agradece y, aunque es lo habitual en los alojamientos rurales, en este caso lo es más aún. En resumen, que en mi caso tengo claro que es uno de mis alojamientos de cabecera siempre que viajo por la zona del oriente asturiano.

20 de junio de 2018

Cuadernos holandeses (IV): zonas verdes de Ámsterdam

Para completar esta serie de entradas sobre Ámsterdam, en las que ya os he hablado tanto del alojamiento que elegimos como del centro histórico, los museos e iglesias y por supuesto sus canales, he decidido dejar para el final hablaros de sus zonas verdes, que son unas cuantas, y es que en esta ciudad te encuentras un parque casi detrás de cada esquina.

Imagen: Aerophoto Schiphol
Una de estas zonas verdes es Vondelpark, que no sé si es el parque más famoso de la ciudad pero desde luego en extensión sí es el más grande, con sus casi 500.000 metros cuadrados. Como la mejor forma de apreciar bien sus dimensiones es desde las alturas, pongo una foto que no es mía pero que me encanta porque en ella se ve perfectamente el espacio que ocupa este parque dentro de Ámsterdam, que además está al ladito de Museumsplein, zona de la que ya hablé en la entrada correspondiente al centro. Sin embargo, a pesar de estar tan céntrico, cuando paseas por él es como si estuvieras en mitad del bosque y totalmente alejado del bullicio de la ciudad.

Vayas cuando vayas, Vondelpark lo encontrarás siempre lleno de gente paseando, montando en bicicleta (lo de la bici ya sabéis que es lo habitual en Ámsterdam de todas formas, en cualquier lugar), haciendo deporte o incluso más de uno se va allí a pasar el día, con su manta y su cesta de picnic; y no sólo cuando hace sol y el día está despejado, sino en prácticamente cualquier momento. Que precisamente Holanda no se caracteriza porque haya muchos días de sol. Por supuesto, no podían faltar las cafeterías tampoco en esta zona de la ciudad, en caso de que nos apetezca más estar a cubierto. El parque además hace ya unos cuantos años que fue declarado monumento nacional, y si además lo visitáis en verano, es bastante posible que os encontréis con que hay algún concierto al aire libre.

Uno de los invernaderos del Hortus Botanicus
Hay otros parques también muy conocidos; son, entre otros, Rembrandtpark, que está lleno de lagos, senderos y hasta varias zonas infantiles, y además tiene el honor de albergar la granja escuela más antigua de la ciudad; Beatrixpark, muy grande, con un lago y una zona, la más antigua del recinto, que está hecha a imagen y semejanza de los jardines ingleses; y también Oosterpark, al oeste de la ciudad (de ahí su nombre) y que es el más animado, ya que suele estar siempre lleno de gente, se organizan en él conciertos y festivales, y tiene además un rincón muy curioso conocido como la piedra del orador, un podio en el que los sábados a mediodía cualquier persona tiene vía libre para subirse a él y hablar sobre el tema que más le apetezca.

Una cosa de la que nadie me había hablado, pero con la que nos topamos de casualidad y que finalmente resultó ser casi la que más me gustó de la ciudad, fue el Hortus Botanicus, uno de los jardines botánicos más antiguos de todo el mundo. No es demasiado grande en extensión, pero sí muy interesante por la cantidad de variedades de plantas que alberga; como curiosidad, en él se cultivó la primera planta de café que hubo en Europa. Tiene varios invernaderos, zona tropical, desértica, con estanques, mariposario, una orangerie, senderos marcados por los que se puede ir accediendo de un rincón a otro, una cafetería, una tienda de recuerdos, y lo más destacado, varios tipos de palmeras. Además desde hace algún tiempo la visita está incluida en el precio de la Amsterdam Card, así que nos salió gratis; y fue una gozada poder pasear por allí y ver las distintas zonas y diferentes estancias con sus correspondientes plantas.

La zona de los estanques
Y por último, una cosa que no nos podía faltar en nuestra visita a Ámsterdam era su famosísimo Bloemenmarkt (mercado de las flores, inaugurado en 1862), que yo tenía en mente que sería un edificio entero, o un recinto cerrado, o algo así; pero no sé por qué me lo imaginaba enorme y lleno de tenderetes en los que se venden flores. Y sí, está lleno de tenderetes y en ellos se venden flores, pero no es un recinto independiente sino que está en la calle, con los puestos colocados uno en fila a continuación de otro, y con la peculiaridad de que aunque no lo notemos, en realidad están flotando en las aguas del canal Singel. En el país de los tulipanes, desde luego esta flor es la que más abunda en el mercado, y es increíble la cantidad de variedades y de colores diferentes de ellos que hay. Y por supuesto, aquí también encontraremos todo tipo de objetos relacionados con las plantas, desde bulbos y semillas hasta utensilios de jardinería, además de otras cosas que no tienen absolutamente nada que ver con las flores.

De paseo por el mercado de las flores
Como el mercado está en una calle peatonal, en la acera de enfrente hay un montón de tiendas donde puedes comprar desde tazas hasta camisetas y todo tipo de recuerdos de la ciudad. O ya que estás por allí, incluso sentarte a tomar algo en cualquiera de las muchas cafeterías con terracita que hay en esa misma calle. Que aunque lo más típico aquí es comprar flores (los bulbos de tulipán son lo más demandado), no necesariamente hay que hacerlo.

Y con esto termina mi recorrido por Ámsterdam, una ciudad que me sorprendió para bien porque, por lo que me decía casi todo el mundo, me parecía que a lo único que va allí la gente es a ponerse hasta arriba de fumar porros y a pasearse por el barrio rojo; pero afortunadamente, pude descubrir que esta ciudad tiene muchísimos rincones con encanto para descubrir callejeando.

13 de junio de 2018

Más vale tarde que nunca...

Qué tiempos aquellos...
Y digo que más vale tarde porque la solución me ha llegado con unos cuantos años de retraso; bueno, en realidad ha sido más bien culpa mía, y eso me recuerda a un chiste en el que una mujer está declarando ante el juez y cuando le preguntan cómo es que ha matado a su marido después de 46 años de casados, ella responde que eso pasa cuando las cosas se van dejando... No es nada políticamente correcto el chistecito, pero personalmente me hace mucha gracia y además me temo que es lo mismo que me ha pasado a mí con el invento del que os voy a hablar.

Los que me conocen desde hace tiempo, tanto personal como virtualmente, se saben ya mi historia de aventuras médicas; me refiero a la historia principal, porque secundarias tengo también unas cuantas. Esta es la que siempre digo que daría para escribir un libro; ese libro que también tengo en mente desde hace tiempo pero que nunca me animo a terminar. A los "nuevos", por no escribir aquí un testamento, simplemente decirles que LA historia de mi vida se resume en lo siguiente: que un día, hace ya muchos años, exactamente cuando tenía 9 (de esa época es la imagen que he puesto, mala con ganas pero es lo que tienen las fotos en papel cuando se combinan con un escáner cutre), me detectaron un bulto sospechoso que se confirmó que era un sarcoma de Ewing, una variedad de cáncer de huesos bastante agresiva; que me pasé una buena temporada entre médicos y hospitales; que llegaron a diagnosticar que si no me amputaban la pierna no esperaban que viviera más allá de tres meses; que me dieron sesiones de quimioterapia y radioterapia por mí y por todos mis compañeros; que finalmente no amputaron pero a cambio quitaron medio peroné y, como tuvieron que apañar la pierna como buenamente pudieron, con los músculos, nervios y tendones hicieron un trabajo que ya quisieran las encajeras de bolillos...

Total, que desde entonces mi pierna derecha es "mi pierna chunga", y aunque tengo la suerte de que la conservo, porque hace casi cuarenta años no se lo pensaban mucho si había que amputar, la pobre me lleva dando problemillas desde entonces. Una de las consecuencias del encaje "bolillil" fue que, al tener que disecar el nervio ciático poplíteo externo (ahí queda eso), el pie se me acabó cayendo; esa es otra que daría para un capítulo del famoso libro, y es que como si conservaba la pierna me iba a morir, se ve que no se esforzaron mucho conmigo ni me mandaron rehabilitación ni nada parecido. El caso es que a consecuencia del pie vago, llevo desde entonces torciéndome el tobillo cada dos por tres y haciéndome esguinces cada dos por tres... Pero dentro del suplicio que es hacerse un esguince, tuve la "suerte" de que uno de ellos me lo hice en el trabajo, y en la mutua di con un traumatólogo encantador que se quedó cortocircuitado cuando al preguntarme por mis antecedentes médicos le conté esta historia. Este médico se tomó muchísimo interés, me dijo que a esas alturas la rehabilitación no podría hacer demasiado pero aun así me tuvo una temporada yendo al fisio, y por último me recomendó un achiperre del que yo no había oído hablar nunca: un antiequino, que a mí me sonó a algo relacionado con la equitación.

Pero nada más lejos de la realidad... Cuando el pie se te cae, en mi caso por tener el nervio ciático medio inútil, a eso lo llaman "pie equino"; así que un antiequino revierte ese problema, haciendo que el pie en cuestión no se caiga. Hay varios modelos, desde los más sencillos hasta los más sofisticados (haciendo una búsqueda en Google veréis enseguida de qué os estoy hablando), así que como me sentía un poco perdida decidí ir a una ortopedia de mi barrio, de la que me habían hablado muy bien pero en la que no había estado nunca, a pesar de haber pasado por su puerta millones de veces. Allí les conté mi problema y, después de que me explicaran cómo funcionaba cada uno de los modelos, opté por uno que me pareció que me resultaría el más cómodo de todos. Y...

¡¡¡Tachán!!! Aquí os presento a mi amigo "pisabién", que lo he bautizado así y hoy se lo contaba a mi amiga Esther, también interesada en el cacharrín; y además me he dado cuenta de que hace unos días ella escribió en su blog sobre cosas que le facilitan la vida, y aunque ya habíamos hablado de este invento, no caí en mencionárselo cuando comenté la entrada.
Imagen: Saniprix
Básicamente, por un lado es una tobillera con una anilla en el centro, y por otro una tira metálica un poco elástica que lleva una almohadilla de velcro en cada extremo; la tira se sujeta a los cordones del zapato con unos ganchos metálicos, y las dos almohadillas se fijan a la tobillera; hay otra modalidad para colocarlo, en el caso de que los zapatos sean sin cordones, pero aún no la he probado. Como veis, más fácil imposible, y además lo que conseguimos es que el pie deje de caerse por fin, que era lo que a mí me traía por la calle de la amargura. Total, que así para resumir:

Pros
  • Es muy fácil y cómodo de colocar.
  • El pie no se cae, pero lo puedes flexionar porque la tira es elástica.
  • Me siento más segura al caminar.
  • Al caminar mejor, también mejora la postura (y me duele menos la espalda).
  • En teoría se puede usar con todo tipo de calzado, variando el anclaje.
Contras
  • Me molestaba hasta que conseguí encontrar la posición correcta para mí.
  • Da un poco de calor.
  • A veces, cuando lo llevo puesto todo el día, el tobillo se resiente algo.


Pero sin duda me quedo con el día que lo probé por primera vez, en la ortopedia, y cuando me ayudaron a colocarlo me dijeron que me pusiera de pie para ver qué tal andaba. Después de tantos años pisando mal, la sensación de poner el pie en el suelo y notar que no se caía como siempre, fue una pasada. Y según dijo mi madre, que venía conmigo, la cara de felicidad que se me puso le recordó a esos vídeos en los que un niño sordo o ciego de nacimiento escucha o ve a su madre por primera vez; con ese pedazo de PRO creo que lo digo todo. Yo desde luego estoy encantada con este descubrimiento, a pesar de que ya podría haberme animado a hacerme con él mucho antes...

12 de junio de 2018

Cuadernos holandeses (III): Ámsterdam y sus canales

Embarcando
Después de haberos contado cosas sobre el centro de Ámsterdam y sobre sus museos e iglesias, creo que no podía dejar de hablar de una de las actividades más típicas que se suelen realizar cuando se visita la ciudad. Se trata del recorrido por sus canales, y es que no en vano Ámsterdam es también conocida con el sobrenombre de "la Venecia del norte" precisamente por eso. Sus casi 100 kilómetros de canales son la mejor prueba de que el sobrenombre se lo ha ganado a pulso, y además nos brindan la oportunidad de conocer la ciudad desde otro punto de vista, si es que nos animamos a navegar por ellos.

Los canales están a cada paso que das en Ámsterdam, así que los vas a recorrer sí o sí a poco que pasees por la ciudad; pero por supuesto también tienes la opción de dar un paseo en barco. Hay unas cuantas empresas que se dedican a organizar estas excursiones, e incluso algunas que te llevan a las islas que componen la ciudad, con lo cual dependerá del tiempo disponible que tengas y de lo lejos que te quieras ir. Nosotros hicimos un paseo de los cortos, que en total habría sumado algo más de una hora, aunque se hizo más largo porque como cuando compras el billete puedes, durante el mismo día, subir y bajar del barco tantas veces como quieras, lo que íbamos haciendo era bajarnos cada vez que veíamos algo que nos llamaba la atención, para volver a coger otro barco en el mismo sitio o incluso en algún otro punto, dando un paseo hasta otra parada fluvial. El día que nos apuntamos a la excursión en barco estábamos cerca de Heineken Experience, y justo enfrente está uno de los muchos embarcaderos que hay repartidos por la ciudad, así que decidimos comprar el billete y empezar el recorrido allí; aunque nos subimos y bajamos del barco tantas veces, que cuando empezamos el paseo fue después de comer y al terminarlo ya estaba anocheciendo.

Desde nuestro barco
Ya contaba, cuando hablé del centro, que los canales más importantes forman un círculo que rodea todo el casco histórico; este círculo se conoce con el nombre de Grachtengordel (cinturón de canales, en español) e incluye cuatro canales, cada uno de ellos más amplio que el anterior a medida que nos vamos alejando del casco histórico de la ciudad: son Singel, Herengracht, Keizersgracht y Prinsengracht. Con cualquiera de estos cruceros en barco podrás recorrerlos, y además elegir la modalidad que te apetezca, o incluso varias de ellas; hay cruceros que incluyen simplemente el recorrido en barco durante todo el día, otros que son nocturnos, el crucero de la hamburguesa o el de la pizza (estos dos incluyen la comida o la cena a bordo), el crucero turístico que te permite subir y bajar del barco tantas veces como quieras... Como veis, aquí también hay donde elegir.

Los barcos que hacen estas rutas son todos muy parecidos, con una zona de cubierta y otra de ventanas panorámicas y techo solar, para que no te pierdas ni un detalle si es que prefieres ir sentado pero igualmente quieres ir viéndolo todo, aunque desde luego es mucho más divertido poder colocarse en la cubierta del barco. Hay sitio para elegir, y además dependiendo del tipo de crucero, en el precio suele estar incluida la audioguía que te va explicando los sitios por los que vas pasando; está disponible en unos cuantos idiomas, generalmente incluyendo también el español.

Llegando al Scheepvaartmuseum
El recorrido puede variar según el tipo de crucero que se elija, pero por lo general es bastante probable que se acabe pasando en algún momento por la estación central y, muy cerca de allí, por el edificio de uno de los museos que no cité en el apartado correspondiente porque me parecía que encajaba mejor aquí; se trata del Scheepvaartmuseum (museo marítimo, en español), que está junto al antiguo puerto, en un edificio histórico que hoy día está totalmente modernizado, con una exposición que hace un recorrido precioso sobre la historia de Holanda y su relación con el mar. En él también hay una biblioteca enorme que conserva libros de temas marítimos, varias exposiciones permanentes de objetos relativos al mar, un restaurante y una tienda de recuerdos; y lo que más suele llamar la atención, la réplica de un barco de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales (el barco original se hundió durante una tormenta a mediados del siglo XVIII). Esta réplica no está dentro del edificio del museo sino que se encuentra atracada en el propio puerto, y se puede recorrer su interior e incluso, si se tiene suerte, ver cómo se disparaba un cañón de los antiguos.


Casas flotantes
Hay algo también muy característico de la ciudad, y que veremos cada dos pasos: mucha gente, en lugar de vivir en casas señoriales (de estas hay unas cuantas) o en los edificios clásicos de apartamentos que todos conocemos, lo hace en casas flotantes; y es muy habitual mientras se pasea, tanto a pie como en barco, encontrarse cada dos por tres o bien con barquitos habilitados para vivir en ellos, o bien en auténticas casas, del estilo de las que venden prefabricadas, pero que no se asientan en tierra firme sino que se colocan en plataformas que flotan en los canales y en ellas también vive gente. Otra opción, aunque en este caso no tengo experiencia de primera mano porque nos decidimos por un hotel al modo tradicional, es alojarse precisamente en este tipo de vivienda, que supongo que puede ser algo bastante original.

Como veis, no es de extrañar lo que comentaba en la primera entrada sobre Ámsterdam acerca de que se la conoce como "la Venecia del norte" por sus canales. Y de todas formas, tanto si os animáis a recorrerla paseando como si preferís la perspectiva de verla al mismo tiempo que navegáis por sus canales, seguro que os gusta igualmente.

4 de junio de 2018

Cuadernos holandeses (II): museos e iglesias de Ámsterdam

Edificio del Rijksmuseum
Si vas a pasar en Ámsterdam varios días y tienes tiempo para recorrer algo más que el centro, una buena opción en caso de que te interese este tipo de visitas son los museos y las iglesias; y además tendrás para un buen rato, porque hay unas cuantas cosas que ver en este sentido. Para ver los museos más típicos, deberás dirigirte a la zona conocida como Museumsplein (es decir, plaza de los museos). En nuestro caso, al llegar allí empezamos el recorrido por el Van Gogh, que desde luego no te puedes perder si te gusta la obra de este pintor; no es que sea de mis favoritos, pero el museo me gustó muchísimo. Está dividido en tres plantas y expone unas 700 obras suyas entre pinturas y dibujos, además de una colección de cartas escritas por él.

La distribución del edificio me pareció muy original, porque en la primera planta han ordenado las obras cronológicamente; así que es muy interesante ir observando la evolución artística y las diferencias entre las pinturas de los primeros tiempos y de los últimos, cuando Van Gogh ya andaba un poco mal de la cabeza. La segunda planta está dedicada más bien a las diversas investigaciones que se han llevado a cabo históricamente sobre la obra del pintor; y también se nos habla de algunos cuadros que no se sabe con seguridad si fueron pintados por él. Y por último, la tercera planta expone una muestra de obras de artistas contemporáneos a Van Gogh. Aunque donde yo me volví loca del todo fue en la tienda de recuerdos, porque es increíble la cantidad de cosas que puedes comprar allí, a cuál más bonita.

De Nachtwacht
Otro museo, que además está muy cerca de este y al que le tenía unas ganas locas desde que oí hablar de él en las clases de Historia del Arte, ya desde mis años de instituto, es el Rijksmuseum, dedicado al arte, la artesanía y la historia holandesas; es decir, es el museo nacional, considerado el mejor de Holanda. Ya desde fuera el edificio es muy chulo, y me recordó al de la estación central (luego me enteré de que el arquitecto fue el mismo). Alberga nada menos que 7 millones de obras de artistas holandeses de los siglos XV al XVII, así que ya os podéis imaginar que si no se dispone de un mes para verlo todo, lo suyo es filtral por lo que más os interese. Lo que yo más ganas tenía de ver es entre otras cosas los cuadros de Rembrandt, y desde luego me quedo con su obra La ronda de noche (De Nachtwacht, en holandés), que fue una maravilla poder verlo por fin en persona (me temo que mi foto no le hace justicia). Y por cierto, para los interesados en la vida de este artista, está la posibilidad de visitar en pleno centro la casa museo de Rembrandt, el lugar donde vivió.

También muy cerca de aquí, aunque esto se puede saltar perfectamente (nosotros lo visitamos porque estábamos al lado y la entrada estaba incluída en la Amsterdam Card), es la fábrica de diamantes. No es un museo propiamente dicho, porque aunque tienen expuestos varios tipos de diamantes y te explican cómo distinguirlos, cómo se trabajan, etc., el objetivo que tienen es que al final de la exposición acabes comprando algo; y lógicamente, los precios de un diamante no es que sean baratos precisamente. Pero como curiosidad, y si tenéis tiempo, es interesante de ver.

También como curiosidad, aunque si no sois cerveceros como es mi caso puede que no os llame la atención, es Heineken experience, un museo de la cerveza que está alojado en una antigua fábrica. Aquí podemos conocer todo lo relativo a la marca Heineken, desde los primeros edificios en los que se alojó la fábrica, allá por mediados del siglo XIX, hasta la evolución tanto de la marca como de la propia cerveza, y hasta podremos probarla allí mismo. Ya digo que yo no es que sea muy entusiasta de la cerveza, pero lo cito por si a alguien le interesa.


Fachada del museo Hermitage
Recorrer el resto de museos (al menos los que vimos nosotros, ya que alguno nos faltó) es bastante práctico porque es casi como hacer un círculo rodeando el centro, y casi te los vas encontrando por el camino según callejeas. El siguiente es el museo Van Loon, una casa que perteneció a la familia que lleva este apellido y que data del siglo XVIII. Es una visita de lo más llamativa porque se puede recorrer la casa como si uno estuviera en la suya propia, viendo casi todas las habitaciones, las cocinas y los jardines. Cerca de esta casa encontraremos el museo Hermitage, que yo ni sabía que tuviera aquí una sede porque el que me sonaba es el de San Petersburgo (ciudad que está en mi lista de destinos pendientes desde la primera vez que estuve en la URSS, allá por el siglo pasado). Está a orillas del canal Amstel, y en él se exhiben por un lado todo tipo de objetos que hacen referencia a las relaciones entre Rusia y Holanda, y por otro referencias a la historia del edificio Amstelhof, el antiguo palacio donde se encuentra el museo. De vez en cuando organizan también exposiciones temporales.

Otros dos museos que por lo general se suelen visitar juntos (más que nada porque a los que les interesa el tema siempre se les antoja visitar los dos) son por un lado el museo histórico judío, que se encuentra en el entorno de cuatro sinagogas que quedaron casi intactas después de la Segunda Guerra Mundial y que para mi gusto se puede saltar perfectamente porque no me parece una visita imprescindible; teniendo además casi al lado de casa la sinagoga del Tránsito, en Toledo, que también incluye una exposición sobre los judíos y su historia, me quedo con ella sin dudarlo. Y por otro lado tenemos la casa de Ana Frank, el sitio en el que Ana estuvo escondida con su familia y donde escribió su famoso diario; aquí es casi obligatorio comprar las entradas con antelación, porque hay tantos visitantes que si vas a la aventura es bastante probable que te quedes sin poder entrar.

Nieuwe Kerk junto al palacio real
Hay unos cuantos museos más, pero sólo los cito de pasada por si a alguien le interesan, que a nosotros ya no nos dio la agenda más de sí como para poder visitarlos; algunos son el museo de la Resistencia Holandesa, el museo NEMO de la Ciencia, u otros tan curiosos como el museo del Queso o el museo del Sexo.

En cuanto a edificios religiosos, en la ciudad hay unos cuantos que podemos ver (sin ir más lejos las cuatro sinagogas en las que mencioné que se aloja el museo histórico judío), pero las iglesias más típicamente visitadas son cuatro. Una de ellas es Nieuwe Kerk (iglesia nueva), en pleno centro. Data del siglo XV y es uno de los edificios más importantes de Ámsterdam; en ella se han celebrado las bodas de los reyes holandeses y también sus ceremonias de coronación.

En contraposición tenemos la Oude Kerk (iglesia vieja), que con su fecha de construcción en 1302 tiene el honor de ser el edificio más antiguo de toda la ciudad. En sus primeros tiempos era una simple capilla de madera, que se fue ampliando hasta llegar a alcanzar la forma de enorme basílica gótica que tiene hoy día. Esta iglesia es bastante sencilla, pero no hay que perder de vista sus espectaculares vidrieras, y también el artesonado de su techo, en el que todavía podemos ver pinturas originales del siglo XV.

Oude Kekr
Por su parte, Wester Kerk (iglesia del oeste) es renacentista, también muy sencilla, pero con una torre de casi 100 metros de alto, desde la cual ni que decir tiene que las vistas sobre la ciudad son increíbles. Como en el caso de la visita a la casa de Ana Frank, para subir a la torre es mejor hacer la reserva con antelación, o bien apuntarse a la entrada de la propia iglesia, porque los grupos que se forman son de muy pocas personas y si vas a la aventura te puedes eternizar esperando para subir.

Y por último, Zuider Kerk (iglesia del sur) data del siglo XVII y fue la primera que se construyó para los fieles de creencias protestantes. Como curiosidad, la casa en la que vivió Rembrandt se encuentra muy cerca de esta iglesia, y tres de los hijos del pintor están enterrados en su cementerio. En la actualidad no se utiliza como iglesia pero se puede visitar igualmente, ya que el edificio se ha rehabilitado y lo usan como centro municipal de información y suele albergar además diversas exposiciones temporales.

Aunque por supuesto hay muchas más cosas que ver en lo referente a museos e iglesias, estos son los lugares que nosotros tuvimos tiempo de visitar. Pero si os apetece explorar y la agenda os lo permite, tenéis para entreteneros un buen rato.

2 de junio de 2018

Señorías y señoríos con calentón

Imagen: YouTube
Me da pena el gremio periodístico patrio... Sí, porque debe de ser bastante penoso ser periodista y periodisto y tener casi la obligación de tener que considerar como "fascinante" , "emocionante" , y hasta "apasionante" el panorama político que estamos viendo últimamente cuando, primero, no se distingue gran cosa del de hace 30 años atrás, que cambiar estéticas y siglas no significa que haya cambios de ningún tipo; segundo, porque la dialéctica de sus señorías y señoríos no se ha distinguido nunca por una oratoria fluida e inteligente y esto del "tú más, no, tú más, no, tú más" y los argumentos de caca, culo, pedo, pis también están muy vistos y son muy cansinos; tercero, porque es todo una payasada y para ver payasos, que es una profesión muy digna y bien reconocida, se debe ir al circo y pagar la entrada.

Sus señorías y señoríos están incurriendo en un nefasto e impropio intrusismo profesional, con lamentable resultado y fracaso total: no tiene gracia. Es decir, cambiar, lo que se dice cambiar, no ha cambiado nada ni hay nada "fascinante" ni "apasionante" ni "emocionante" en ver a quien se erige como representante de los ciudadanos recurriendo a los mismos modos de hace 30 años pero de las maneras más macarras posibles. Cosa que no tiene ningún mérito, porque todos y todas llevamos un macarra dentro y nada más fácil que dejarlo libre y que corretee. El mérito es, precisamente, lo contrario, domar con educación y erudición al macarra interior y reconvertirlo, si acaso, en algo que diga lo mismo pero con inteligencia e ingenio. Pero claro, eso exige un esfuerzo mental para el que no todos y todas sus señorías y señoríos están capacitadas y capacitados. Por tanto, si algo ha cambiado, es que parece que ahora la gente se mete a política como quien se hace socio de un club de fútbol y con la única intención de formar una peña y montar jaleo; lo de menos es el partido y el resultado, se monta jaleo y punto.

Claro que ¡qué se yo de políticas o de fútbol, si hace 30 años yo estaba muy ocupada con mis cosas de ser "preadolescente" (que ni sabía lo que era) y no me preocupaba nada relacionado con la política ni el fútbol salvo como mera observadora/oyente ocasional. Y si usted, como yo, estaba hace años en edad de no poder votar pero sí de escuchar, no encontrará grandes diferencias entre los modos políticos de entonces y los de ahora, salvo que ahora hay muchos más canales de televisión y las llamadas "tertulias políticas gritonas" proliferan de un modo nunca visto. Eso es lo que sí ha cambiado, que las cadenas de televisión han encontrado un nicho de audiencias en esto de los "debates políticos" y parece que la política ha cambiado pero no es cierto. Si usted no había nacido hace 30 años , es lógico y natural que lo encuentre todo novedoso pero ya le digo yo que no. Las pullas que se dedican sus señorías y señoríos estos días son meros berrinches de guardería con un nivel dialéctico y de una pobreza que sonroja. Y me hace pensar que si toda esta gente "nueva", que se nos presenta como representante de los ciudadanos, es producto de la enseñanza escolar y universitaria de este país de estos últimos años, no tengo más remedio que decir que viendo que se accede a ser señoría y señorío con tan pobre bagaje cultural, habiendo casi todos pasado por la universidad, eso demuestra que la educación pública, privada y concertada de este país es una pura mierda. O la gente hacía muchas pellas o papá y mamá eran muy amigos de la dirección del colegio y pasaban de curso por la pura jeta.

Hay quien se presenta como "el cambio", "el progreso" y "las ganas de hacer las cosas de otra manera", tanto de una bancada como de otra... Señoras y señores, dejémonos de tonterías, ni son tan jóvenes ni mucho menos "jóvenes promesas" porque no son "jóvenes" ya que estar rondando o ya metidos en la cuarentena no es ser joven ni sinónimo de "juventud", por mucho que nos guste a todos y todas ser y sentirnos jóvenes hasta los 70 años y más allá, que ahora no te dejan ser viejo ni aunque lo pidas por favor. ¡El nuevo castigo universal es ser joven para siempre! Dios, ¡qué pereza! Y quien está en la veintena o saliendo de ella tampoco ya es tan joven como se cree, pues a esa edad ya está o debería estar lejos de los comportamientos y lenguajes de la adolescencia y, para colmo, repiten como loritos los comportamientos, las actitudes y el argumentario viejuno y ya oído y solo imitado de sus mayores.

¿Dónde está, entonces, la gran novedad?  Pues, básicamente, en la mala educación generalizada y en el acoso como táctica política. Vaya una "novedad". Treinta años atrás también se hacía esto del acoso político pero de forma aún más agresiva y terrible, con bombas debajo de los coches, secuestros y tiro en la nuca incluido; algo que nos parece muy de tiempos remotos, casi del Imperio Romano, pero ni mucho menos, no hace tanto de todo eso. El "cambio" en este país ya se produjo el día que cesaron los tiros en la nuca en plena calle y los secuestros que fueron, por desgracia, casi habituales en el paisaje patrio durante largos años. Ese ha sido el verdadero cambio, el resto es más de lo mismo con diferentes caretos y la elevación de la mala educación al grado de loa y admiración, algo que tampoco es nuevo pues en este país siempre se ha admirado más al que pega tres gritos aunque diga una bobada que a quien se explica sin levantar la voz. Tampoco es novedoso no llevar traje y corbata, pues las mujeres no llevan ese "uniforme" y no dejan por ello de cobrar lo mismo por ser señoría y, por tanto, encuentro justo y necesario que los señoríos nos alegren la vista con nuevas combinaciones de vestuario y peinados que, por supuesto, analizaré con todo detalle y también, como se ha hecho siempre con las féminas, criticaré los mejores y peores estilismos y sus posibles cambios de humor dependiendo del color de las camisas y demás complementos que elijan, tanto sus señorías como sus señoríos. Porque, por lo demás, nada nuevo bajo el techo del Congreso. Hablan con menos gracia y menos dotes para la oratoria, aunque tampoco a las "nuevas promesas" del cine español se les entiende la mitad de lo que dicen, debe de ser lo que se llama "el signo de los tiempos".

Y no, no insista, comprendo que es molesto; ¡qué nos va a decir a Kate Moss y a servidora! Pero con cuarenta años, año más o año menos, ya no se es joven. Una pena pero también una liberación, ser siempre joven debe de ser de lo mas cansado y agotador y por eso lo de la eterna juventud no funciona ni aunque te vistas de adolescente hasta los 70. La ropa será nueva, lo de dentro no. Hay que saber aceptar que no se es joven toda la vida, o de lo contrario se cae en el infantilismo y de eso vemos mucho últimamente. Y viendo el lenguaje usado en el Congreso estos días, más bronco y acosador de lo ya habitual y que hasta los periodistas y periodistos se han visto sorprendidos en su fascinación de ver y oir peleas dialécticas más propias de niñatos y niñatas acosadores de colegio que de personas adultas, ¿qué capacidad tiene quien usa o consiente el abuso y acoso verbal en el Congreso para decirles a los jóvenes que el acoso y la violencia verbal es inaceptable? ¿Si lo hacen otros es inaceptable pero si lo hacen sus señorías y señoríos es algo normal, no pasa nada, es el calentón del momento? Pues no. Y doy un consejo general a sabiendas de que nadie me hará caso, pero hay que intentarlo: si nota que, irremediablemente, le viene "el calentón del momento", dese usted un cabezazo en una pared o en el mismo suelo, sin necesidad de romperse la cabeza pero de forma que lo note. Es mano de santo, ya verá qué rápido se le pasa. Porque el resto de la humanidad no tiene porqué aguantar ni tolerar los "calentones del momento" de nadie. Pero ya sé que es perder el tiempo pedir educación al personal.

Me voy a hacer un bocadillo antes de sacar a pasear al perro, que seguro que será mi mejor aportación a la paz mundial.

28 de mayo de 2018

Cuadernos holandeses (I): centro de Ámsterdam

Estación Central
En Ámsterdam pasamos unos cuantos días, así que para no hacer esto interminable he pensado que será bastante más práctico dividirlo en varias partes. En esta primera entrada sobre la ciudad hablaré del centro histórico, que es lo que por lo general suele visitar todo el mundo que va allí, aunque sea por poco tiempo; y en las siguientes publicaciones me centraré en otras cosas que me parecieron también interesantes, como los museos, las múltiples zonas verdes que hay en Ámsterdam, sus famosos canales, etc.

Para el recorrido por el centro empezaré por la estación (Amsterdam Centraal), ya que cuando aterrizamos en el aeropuerto de Schiphol y desde él cogimos el tren que te lleva hasta la ciudad, fue esto lo primero que vimos. Allí mismo aprovechamos para entrar en la oficina de turismo y comprarnos la Amsterdam Card, que por lo que habíamos investigado merecía la pena; y después, como íbamos ligeros de equipaje, nos fuimos dando un paseo hasta el hotel para soltar los trastos y disponernos a patear la ciudad. El trazado del centro es muy curioso, porque hay varios canales paralelos que forman un círculo casi completo alrededor de la estación.

Palacio real y Nieuwe kerk en la plaza Dam
Uno de los sitios típicos que se visitan en Ámsterdam es la plaza Dam, que pases a la hora que pases por ella está siempre de lo más animada. En el centro está el monumento nacional, un obelisco que se construyó en homenaje a los soldados holandeses caídos en la Segunda Guerra Mundial. Y también en la plaza están el palacio real, de estilo neoclásico de mediados del siglo XVII, el museo de cera de Madame Tussaud y la iglesia Nueva, Nieuwe Kerk.

Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, aquí tendremos infinidad de terracitas y cafeterías de sobra para elegir, si es que nos apetece tomarnos algo mientras observamos el paisaje o simplemente hacemos un alto en el camino; eso sí, los precios son prohibitivos. Pero bueno, eso pasa en todas las zonas turísticas de todas las ciudades del mundo, así que con callejear un poco y alejarse de estas zonas, asunto arreglado.

Un sitio también muy animado es Leidseplein, otra plaza, aunque no tan grande como la Dam; eso sí, tanto la plaza como las calles de alrededor están igualmente llenas a todas horas y tienen muchísimo ambiente, un montón de terracitas, bares, teatros, etc. En la plaza se encuentra además el edificio del Teatro Municipal.

Plaza Spui
Otra plaza muy típica es Spui, el sitio ideal no sólo para pasear, sino también si lo que te interesa es el arte. Aquí encontrarás, además de las típicas cafeterías, unas cuantas tiendas relacionadas con el arte, y también librerías casi en cada esquina.

Y al ladito de esta plaza se encuentra un sitio de lo más curioso; se trata de la zona conocida como Begijnhof, una vecindad que se fundó a mediados del siglo XIV y que en un principio podría parecer un nombre holandés cualquiera. Pero lo que me llamó la atención de este lugar fue que en él se construyó un conjunto de casas para albergar a una hermandad de hermanas beguinas; y es que a las beguinas las descubrí precisamente en una novela que leí hace unos meses: El juego de Dios, de Rosa Villada, que me resultó todo un descubrimiento porque hasta entonces no sabía absolutamente nada de las beguinas, y por supuesto ni tenía idea de que tuvieran su propia zona en Ámsterdam. También se puede ver aquí la iglesia a la que las beguinas iban a rezar, y como recomendación te suelen indicar que cuando recorras este lugar no hagas fotos, ya que aunque es posible visitar la zona dentro del horario establecido, actualmente son viviendas privadas.

Otro clásico que no puede faltar, o al menos eso es lo que me decía todo el mundo, es el barrio rojo. Como cosa curiosa de ver no está mal, aunque en realidad a mí me gustó más de día porque es como cualquier otro barrio con sus calles, sus casas de madera típicas, sus restaurantes, sus canales, sus coffee shops y hasta su iglesia vieja. Una zona muy tranquila, la verdad. Claro que por la noche el barrio se transforma, se encienden las luces rojas por todas partes y se abren las cortinas de los escaparates en los que están "expuestas" las prostitutas. Hay quien dice que viajar a Ámsterdam y no visitar este barrio, sobre todo de noche, es impensable, pero sinceramente a mí no me parece que sea un sitio que haya que visitar sí o sí; lo peor para mi gusto es la actitud de la mayoría de los chicos que pasan por allí, sobre todo los turistas; porque independientemente de que la prostitución sea legal en Holanda, que en ese tema no me voy a meter, me parece de pena lo de ir paseando por allí y escuchar cada dos por tres las risitas de la mayoría...

Paseando por el Albert Cuyp Markt
Lo que tuvimos ocasión de recorrer, y además unas cuantas veces porque además de los supermercados este sitio también estaba muy bien para hacer la compra, fue el Albert Cuyp Markt, que empezó siendo un mercado semanal y finalmente acabó funcionando todos los días de la semana. Es enorme, casi como el Rastro madrileño, y el concepto es más o menos el mismo: un montón de tenderetes donde puedes encontrar las cosas más diversas que te puedas imaginar. También hay tiendas fijas en las calles que ocupa el mercado, y no sé si la mayor densidad de restaurantes de todo tipo de la ciudad, pero desde luego aquello era increíble y vimos desde cafeterías con unos desayunos espectaculares hasta restaurantes italianos, franceses, chinos, tailandeses... Y por supuesto algún que otro coffee shop, aunque de estos hay muchos por toda la ciudad. Como veis, solamente el centro de Ámsterdam tiene unas cuantas cosas que visitar.

23 de mayo de 2018

Amstelzicht, junto al mercado de las flores

La entrada
Cuando viajamos a Ámsterdam, el Amstelzicht fue el hotel que elegimos para alojarnos; nos gustó porque tenía muy buena pinta, estaba muy céntrico y no nos salía demasiado mal de precio (teniendo en cuenta que Ámsterdam no es que sea precisamente una ciudad muy barata), así que allí nos fuimos.

Su dirección exacta es Amstel 104, y se encuentra muy cerca de la plaza Rembrandt, la plaza Dam y el Mercado de las Flores, que son algunos de los puntos más conocidos de la ciudad. Además, se trata de un edificio histórico que fue totalmente renovado para habilitarlo como hotel. Algo que hay que tener en cuenta es que la entrada se hace por unas escaleras y al menos cuando nosotros fuimos no había rampa ni nada que se le pareciera (en la foto de la izquierda podéis verlo), así que los que tengan problemas de movilidad deben tenerlo en cuenta. El recepcionista que nos atendió, George, del que por cierto nunca podré olvidarme porque fue un encanto, nos habló en un español casi perfecto; el pobre encima pidiendo perdón porque decía que su español era horrible...

Cuando hicimos la reserva por internet, que fue directamente en la web del hotel, al rellenar el formulario nos daba la posibilidad de elegir el tipo de habitación; las hay dobles, dobles con vistas al canal, triples, e incluso apartamentos para hasta cuatro personas. Eso sí, como te toque en otra planta que no sea la principal, ya sabes que te tocará subir (o bajar, que también hay habitaciones en el sótano) a mano, porque además los holandeses creo que son fans de las escaleras, cuanto más empinadas mejor. Nosotros elegimos una habitación doble con vistas al canal, que estaba en la primera planta, y que resultó genial porque además de ser enorme, tenía a la entrada un recibidor con un armario gigante, en un lateral el cuarto de baño en el que teníamos una bañera que ocupaba casi una pared entera, y al otro lado el lavabo con una bandeja en la que nos habían dejado un montón de cositas, desde gorro de ducha hasta cepillos de dientes y pasta incluida.

Habitación con vistas
Después de pasar el recibidor y el baño, se entrababa en la habitación propiamente dicha, en la que teníamos casi un apartamento en miniatura (si las habitaciones son así, ni me imagino cómo serán los apartamentos); allí teníamos una cama enorme con una mesilla de noche a cada lado, enfrente un escritorio con un mueble bar y la televisión, y en un lateral un ventanal también enorme, desde el suelo hasta el techo, con una mesa y un par de sillas justo al lado; desde aquí era desde donde teníamos esas famosas vistas al canal, en este caso el Amstel, que anunciaban en la web.

También teníamos disponible en la habitación una caja fuerte que no llegamos a utilizar, una plancha y como suele ser habitual conexión wifi. Eso sí, el suelo era de moqueta que es algo que odio con todas mis ganas, pero bueno...

Y menudas vistas...
Como curiosidad, aunque esto no sé si habrá cambiado, cuando nosotros estuvimos alojados en el hotel nos dijeron que en él no se sirven ni desayunos ni comidas ni cenas, ya que no tienen restaurante. Así que lo mejor es o bien buscar en la ciudad sitios donde comer, o bien hacer la compra en cualquier supermercado y, aprovechando que en las habitaciones hay mueble bar, guardar ahí las cosas que puedan estropearse; así se puede por ejemplo desayunar en el hotel, o incluso cenar algún día si es que estás tan cansado de patear que no te apetece ni buscar un sitio. En cualquier caso, si tenéis pensado hacer un viaje a Ámsterdam y el presupuesto os da para alojaros en este hotel, creo que es muy buena opción; está muy céntrico, las vistas al canal son una pasada, el personal es amabilísimo y las habitaciones geniales... La única pega que quizá le pondría es que por el precio que tiene, podrían incluir al menos el desayuno; aunque también es cierto que ellos se desviven por recomendarte sitios, que siempre es un detalle.

21 de mayo de 2018

Ardsley Acres, hotel a las afueras de Nueva York

Imagen: Web del hotel
Dos de las veces que fui a Canadá a visitar a mi hermana aprovechamos para alquilar un coche y acercarnos a Nueva York; aunque lo de acercarnos es en realidad un decir, porque el trayecto desde Toronto es de casi 800 kilómetros. La primera vez nos habíamos alojado en casa de uno de los hermanos de mi cuñado, que vivía en Yonkers (sitio típico yanqui donde los haya, igualito que los de las películas: con rejas en las ventanas, callejones oscuros que dan miedo y un montón de gente chunga); pero la última, no recuerdo muy bien si era porque este muchacho tenía gente en su casa, el caso es que siguiendo su recomendación decidimos alojarnos en este sitio, que se encuentra en 560 Saw Mill River Rd, en un pueblecito llamado Ardsley. Se encuentra bastante alejado de Nueva York, pero lo que hicimos durante el tiempo que estuvimos allí fue ir en el coche hasta una estación de tren (precisamente era Yonkers la que nos pillaba mejor) y desde allí nos movíamos a la ciudad.

Al llegar al hotel no tuvimos más que dejar el coche en aparcamiento enorme que hay a la entrada y asomarnos a la recepción; no habíamos hecho reserva porque lo de alojarnos allí se decidió totalmente a la aventura, aunque tenían habitaciones libres de sobra y no hubo ningún problema. La recepción no era muy grande, con un mostrador, el comedor al lado, un teléfono público y poca cosa más; allí nos dieron las llaves de nuestras habitaciones, y sólo volvimos a pasar por allí para devolverlas cuando nos marchamos unos días después. El edificio es como el que vemos siempre en las películas: una fila de habitaciones (más bien apartamentos) distribuidos en forma de U, el aparcamiento delante, y enfrente la recepción; y, también como en las películas, lo habitual es dejar el coche aparcado justo en la puerta de tu habitación, porque cada una de ellas tiene su propia plaza, aunque en cualquier caso hay una explanada enorme en el recinto del hotel. Todo el perímetro, además, está completamente rodeado de árboles, así que resultó un alojamiento de lo más tranquilo.

Nuestras habitaciones eran, como decía antes, más bien pequeños apartamentos; y la que nos tocó a nosotros estaba bastante bien de tamaño y tenía, al entrar y en la pared de la derecha, una encimera con un fregadero, una pequeña cocina, un microondas y un televisor (con programación por cable, que allí hay cientos de canales); y en la parte baja un frigorífico. Al otro lado de esta misma pared había un aparato de aire acondicionado que también servía como calefacción. Enfrente de la puerta, una cama de matrimonio con una mesilla de noche a cada lado, y en la pared de la izquierda (de frente según estabas en la entrada) un armario enorme de madera que ocupaba prácticamente toda la pared. Al fondo teníamos un baño completo, con lavabo, inodoro y una ducha enorme; la única pega es que era de las que van a ras del suelo y además en lugar de mampara tenía cortina, con lo cual o tenías cuidado al ducharte o acababas con todo el baño medio inundado... Lo que no había por ningún sitio eran las cosillas típicas que te sueles encontrar en los baños como gorro de ducha, jabones, gel y todas esas cosas.

Una de las cosas que más me gustó es que los suelos eran de madera, que con lo que a mí me suele molar eso de andar descalza, es algo que me resulta bastante acogedor; además se veía todo muy reluciente, con lo cual no daba ningún repelús pisar el suelo.más... La decoración no es que fuera una maravilla, pero era todo muy sencillo y funcional, así que como sólo íbamos a pasar por el hotel a dormir y poco más, tampoco le prestamos mucha atención a estas florituras. Lo que acabo de recordar que no conté cuando escribí sobre el hotel de Quebec y el de Montreal, y que es importante tenerlo en cuenta, es que la corriente tanto en Estados Unidos como en Canadá va a distinto voltaje que en Europa. Nosotros lo que hicimos fue comprar un transformador universal en una tienda en Toronto, que los venden por todas partes, y nos hizo el apaño bastante bien para poder cargar los móviles, la cámara de fotos, etc.

En cuanto al precio, nos salió bastante bien aunque como siempre es mejor o bien mirar con antelación o recurrir a comparadores de precios para encontrar el que más nos interese. En cualquier caso, si os apetece contactar directamente con el hotel, os dejo aquí su página web; como además tienen varios tipos de habitaciones, variarán según lo que busquéis exactamente. El caso es que es un sitio que resultó mejor de lo que yo esperaba, porque tenía en la cabeza las famosas películas en las que el asesino anda suelto y se cuela en un motel de carretera del estilo de este; lógicamente no nos pasó nada de eso, y de hecho la zona es de lo más tranquila a pesar de la carretera que pasa justo al lado. Pero la verdad es que no sé muy bien el motivo, no conseguí dormir demasiado bien ni una sola de las noches; pero si sois de los que no tenéis problemas para conciliar el sueño, seguro que os encontraréis de lo más a gusto.

Lo único que hay que tener en cuenta es que si sólo tenéis pensado visitar la ciudad de Nueva York y además no disponéis de mucho tiempo, puede que no os compense alojaros tan lejos; porque el sitio está muy chulo, pero para ir a la ciudad hay una tiradita...

11 de mayo de 2018

Cuadernos canadienses (VII): Montreal

Después de pasar unos días en Quebec nuestro siguiente destino fue Montreal, la ciudad más grande en extensión dentro de la única región francófona de Canadá. Desde luego es bastante más grande que Quebec, pero aun así se puede recorrer perfectamente caminando, excepto algún que otro sitio que pilla más lejos; en cualquier caso, la red de transporte público funciona estupendamente, si es que preferimos utilizarla. De hecho nosotros tuvimos el coche aparcado en la puerta del hotel la mayor parte de lo que duró nuestra estancia allí...

Supongo que lo más natural, sobre todo si no dispones de mucho tiempo, es visitar primero el centro histórico o, como lo llaman aquí, Vieux Montreal. Al igual que pasa en Quebec, el centro respira ese aire europeo (francés, básicamente) en sus edificios y sus calles; aunque en nuestro caso lo primero que conocimos fue el barrio latino, que era donde estaba nuestro hotel, el St Denis, del que ya os hablé. En sus orígenes la ciudad estuvo amurallada, pero actualmente las murallas ya no se conservan; la mayor parte de los edificios del casco histórico sin embargo sí conservan su herencia colonial francesa, lo que apreciaremos enseguida a poco que paseemos por la zona, como decía al principio preferiblemente si es a pie.

Uno de los lugares más visitados, ya que se trata del centro neurálgico de la ciudad, es la place d'Armes, en la que destacan la basílica de Notre Dame o el seminario de Saint Sulpice (que tiene el honor de ser el edificio más antiguo de Montreal). No muy lejos de esta plaza y si nos apetece pasear un poco, podemos ir caminando hasta la calle Saint Paul, peatonal y llena de tiendas y restaurantes; esta calle discurre paralela al río San Lorenzo y, si la seguimos durante un tramo, desembocaremos en la place Jacques Cartier que estará a nuestra derecha. Desde allí, si nos dirigimos hacia el río, tenemos a dos pasos el port Vieux, el antiguo puerto, que en su día fue el centro de comunicaciones de Montreal y que en la actualidad se utiliza como lugar de paseo y de entretenimiento; tiene un pequeño museo, el Montreal Science Centre, además de unas pasarelas de madera que podemos recorrer andando en paralelo con el río, un edificio con varios sitios donde tomar algo y tiendas para comprar todo tipo de cosas, y un muelle en el que atracan embarcaciones de recreo.

También desde el propio puerto tenemos la opción de visitar las dos islas que están situadas en el río, Sainte Helene y Notre Dame, que en su día albergaron la Expo de 1967 y forman el parque Jean Drapeau. Actualmente este espacio se utiliza como lugar de recreo, ya que tiene zonas verdes y de playa, un museo ambiental, un circuito de fórmula 1 y un parque de atracciones, entre otras cosas. Se puede llegar a estas islas o bien caminando o en bici, o incluso en barco si nos apetece coger uno de los que salen hacia allí. Si después (o en lugar) de visitar el puerto queremos seguir caminando hasta el final por la calle Saint Paul, la que habíamos tomado para llegar al río, nos encontraremos con la iglesia de Notre Dame de Bon Secours, en la parte más al norte de la ciudad. Y ya que estamos allí, si nos apetece caminar un poco más, podemos tomar la calle Sainte Catherine hacia el este; esto es muy habitual en las ciudades canadienses, y es que la mayoría de sus calles, sobre todo si son de las principales que atraviesan la ciudad de un extremo a otro, tienen tramo o bien norte-sur o bien este-oeste. Como además la calle Sainte Catherine es larguísima, es importante tener en cuenta si debemos dirigirnos al este o al oeste para no ir justo al extremo contrario de la ciudad, por eso lo aclaro. Aquí nos encontraremos en la arteria principal de Montreal, en este caso en el barrio más bohemio.

Dirigiendo nuestros pasos un poco más hacia el este, podremos también visitar otra de las zonas más curiosas de la ciudad; se trata del parque olímpico, en el que todavía se puede ver lo que queda del estadio, además de los numerosos edificios que se construyeron para los juegos olímpicos de 1976. Lo más llamativo es el estadio con su torre inclinada, y además las vistas desde esas alturas son bastante buenas, aunque la verdad es que a mí toda esta zona me pareció que estaba un poco desangelada... Aunque al menos el ayuntamiento tuvo la buena idea de aprovechar los edificios y actualmente hay un par de jardines botánicos (uno exterior y otro cubierto), un pequeño zoológico y el edificio principal de la villa olímpica, en el que se alojaban los atletas. No muy lejos de aquí se encuentra el Plateau, un barrio de la ciudad que podemos visitar si nos apetece probar la gastronomía típica de Montreal; lo más famoso es el poutine, que se puede probar en cualquier parte porque hay puestos callejeros, pero si os apetece ir en plan restaurante, esta zona es la mejor para probar este plato que básicamente está compuesto de patatas fritas, queso cheddar y salsa de carne.

Por el contrario, si lo que queremos es dirigirnos por la misma calle Sainte Catherine en el sentido opuesto, es decir hacia el oeste, llegaremos a otro de los puntos más famosos de la ciudad, la place des Arts, muy conocida sobre todo porque en ella tienen lugar multitud de espectáculos al aire libre, lógicamente en verano. Y además es una buena zona donde parar a tomarse algo o a realizar compras, ya que todos los alrededores de Sainte Catherine están plagados de tiendas, restaurantes y bares de todo tipo; en el punto en el que esta calle se cruza con Peel, otra opción es tomar esta última hasta llegar a Mont Royal, que creo que es uno de los sitios que sí o sí hay que visitar cuando se va a Montreal, y al que podemos llegar también muy fácilmente si antes hemos estado en el Plateau, ya que está muy cerca de este barrio; Mont Royal es un parque enorme situado en una colina y, como curiosidad, es precisamente este lugar el que le dio el nombre a la ciudad. Aquí podemos pasar un buen rato, porque hay infinidad de caminos por los que podemos pasear rodeados de árboles; y también podemos subir al punto más alto, llamado Chalet Mont Royal; desde él, ni que decir tiene que las vistas de la ciudad y del río a nuestros pies son espectaculares.

Por desgracia no he tenido ocasión de visitar Canadá en otoño, pero con todo ese parque tan verde y con tantos árboles, en esa época del año el Mont Royal tiene que ser una auténtica maravilla...

Y ya que hemos llegado hasta aquí, podemos aprovechar la ocasión para visitar otro sitio muy famoso en la ciudad. Se trata del oratorio de Saint Joseph, que se encuentra en la cara norte de este parque y es un lugar de lo más curioso; su basílica es la iglesia más grande de todo Canadá y también un lugar de peregrinación porque tiene fama de curar a los enfermos de forma milagrosa. El recinto se puede recorrer por libre o bien con visita guiada, y en él veremos desde una exposición con todo tipo de objetos religiosos hasta por supuesto la propia basílica y la capilla, una tienda de recuerdos e incluso una cafetería. Y si te apetece, también puedes dedicarte un rato a pasear por sus enormes jardines.

Para terminar, una última curiosidad de la que no hablé cuando escribí sobre Toronto, es la ciudad subterránea o, como la llaman por aquí, RESO. A los canadienses esto les parece de lo más normal, pero como turista llama la atención eso de en algunas ciudades de este país haya una red de túneles bajo el suelo, que conectan algunos de los principales puntos para poder llegar a ellos sin tener que salir a la calle; claro que esto solo ocurre en el centro, porque si vives a las afueras no te queda más remedio que salir aunque estés a 40 bajo cero o lo que toque. Como veis, aunque para mi gusto no tiene el mismo encanto que Quebec, Montreal también es una ciudad a la que está bien dedicarle algo de tiempo; aunque es bastante grande y las distancias lógicamente también lo son, con un par de días se pueden ver la mayoría de las cosas; y si tenéis más tiempo, siempre podéis visitar además sitios de los alrededores. A mí desde luego esta ciudad me gustó muchísimo también, aunque en este caso la paliza de andar sí que fue morrocotuda; pero sin duda mereció la pena.