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29 de marzo de 2018

Cuadernos canadienses (III): Casa Loma

Cuando escribí la entrada sobre Toronto, mencioné que seguramente habría alguna cosa sobre la que escribiría de forma más detallada; una de ellas, y además de mis favoritas en la ciudad, es este castillo. Casa Loma es su nombre original, aunque los canadienses siempre tienen el detalle de explicarle a todo el mundo que es un nombre español, y que su traducción al inglés es The house on the hill, el otro nombre por el que se conoce a esta construcción.

Casa Loma fue construida por Sir Henry Pellatt, un millonario canadiense de origen británico, que después de sus viajes por la tierra de sus antepasados se enamoró de la arquitectura del lugar y encargó el proyecto de su propio castillo medieval al arquitecto E.J. Lennox. Los trabajos de construcción comenzaron en 1911 y terminaron muy rápido, tan sólo tres años más tarde, en 1914. Se contrató a trescientas personas para llevar a cabo las obras, y el coste total ascendió nada menos que a tres millones y medio de dólares, que para esa época suponía una auténtica fortuna.

Sir Henry estuvo viviendo en este castillo con su mujer durante algo menos de 10 años, hasta que se arruinó, porque una casa de semejantes características es muy cara de mantener, y finalmente el matrimonio tuvo que abandonar su hogar, que pasó de unas manos a otras e incluso estuvo a punto de convertirse en un hotel de lujo; finalmente, en el año 2011, pasó a ser propiedad del ayuntamiento de Toronto.

Desde los jardines
Casa Loma está en Austin Terrace 1, cerca de la confluencia de Davenport Rd. y Spadina Avenue. Aunque Toronto es una ciudad con una extensión bastante grande, es muy fácil orientarse allí porque su plano forma una cuadrícula casi perfecta, con dos avenidas principales y calles más pequeñas que se van ramificando a partir de ellas; además en prácticamente todas las calles hay autobuses y tranvías que las recorren de punta a punta (en el caso de esta calle tenemos el autobús 127, que nos deja justo al lado, o la estación de metro Dupont, cuya salida está a algo más de 500 metros de Casa Loma). Otra posibilidad es ir hasta allí en coche, ya que en el exterior del castillo hay un aparcamiento bastante grande; aunque teniendo el transporte público, yo creo que no merece la pena ni plantearse coger el coche.

Entrada del invernadero
El edificio se puede visitar durante todo el año, y los jardines sólo están abiertos desde mayo hasta octubre, por razones obvias; aunque imagino que a lo mejor hay temerarios a los que no les importaría corretear por allí a 40 bajo cero... En la propia página web de Casa Loma es posible consultar tanto el horario de visitas como los precios de las entradas, que también se pueden comprar online si preferimos ir a tiro hecho; en el precio de la entrada está también incluida la audioguía, disponible en unos cuantos idiomas, entre ellos el español. Y por supuesto la visita la podemos hacer a nuestro aire, aunque supongo que lo más práctico es ir siguiendo el orden marcado, que empieza en la planta principal y acaba en los jardines; será este el orden que yo os indicaré aquí.

En la planta principal tenemos en primer lugar el vestíbulo, que además de recibir a los visitantes e impresionarlos con sus más de 18 metros de alto, es la estancia más importante de Casa Loma. A continuación está la biblioteca, cuyo suelo de roble llama mucho la atención porque su disposición en espiga crea juegos de luces y sombras según desde dónde lo miremos, y en cuyo techo podemos ver el escudo de armas de Sir Henry; también aquí está el comedor, igualmente de madera y en sus orígenes separado de la biblioteca únicamente por unas puertas paneladas, y en la que los libros que hay son simplemente de adorno, ya que no se conservan los libros originales, que fueron vendidos junto con el resto de bienes del castillo.

Interior del invernadero
El invernadero es uno de los sitios más bonitos de todo el edificio y fue diseñado para albergar plantas durante todo el año; la habitación de servicio, que también era utilizada para los desayunos y que aún conserva muebles originales propiedad de los Pellatt; el estudio de Sir Henry, una de las estancias más pequeñas de la casa, utilizada por su dueño para trabajar y que tiene dos puertas secretas a ambos lados de la chimenea; la habitación de fumar, donde se jugaba al ajedrez o a las cartas; y la habitación de billar.

En la segunda planta está en primer lugar el dormitorio de Sir Henry, con las paredes forradas de madera y una chimenea junto a la cual hay un compartimento secreto en el que guardaba sus documentos confidenciales; al lado su cuarto de baño, toda una innovación en aquella época porque se diseñó con una ducha de varios grifos y diferentes niveles de tuberías, casi como el precedente de las actuales duchas de hidromasaje; muy cerca está el dormitorio de Lady Mary, que contrasta con el de su marido porque las paredes están pintadas en un tono azul muy claro que se llama Wedgwood y que por lo visto era su favorito; a continuación su cuarto de baño, más pequeño que el de su marido pero con un objeto muy poco común en la época: un bidé.

En una de las habitaciones
También en esta misma planta, además de los dormitorios de los duenos, hay otros tres más: una habitación de invitados, la habitacion Windsor (que Henry Pellatt bautizó así porque tenía la ilusión de que algún día la familia real británica se alojara en su casa, y la habitación redonda, que tiene esta forma porque se encuentra justo debajo de una de las dos torres del castillo.

A continuación, podemos seguir la visita subiendo hasta la tercera planta, en la que veremos entre otras cosas el museo de rifles (Sir Henry era militar), una habitación para los sirvientes y la llamada habitación del jardín, con unas vistas preciosas a una de las zonas ajardinadas de Casa Loma. Por último, las escaleras por las que se puede subir a las dos torres: Scottish (la que tiene el tejadillo en pico) y Norman (la de las dos chimeneas).

Por supuesto, ni que decir tiene que desde las torres son espectaculares las vistas que tenemos sobre toda la ciudad.

Vistas desde la torre Norman
Ahora nos toca bajar, porque todavía quedan algunas cosas por ver. Una de ellas es el sótano, en el que encontramos por un lado la tienda de regalos (que estaba pensada para ser por un lado una bolera y por otro una galería de tiro, pero nunca se llegó a terminar) y la cafetería (diseñada para convertirse en el gimnasio de Sir Henry); justo debajo del invernadero se encuentra la piscina, que tampoco se llegó a acabar del todo y que en la actualidad se utiliza como sala de proyecciones en la que nos muestran un audiovisual que cuenta la historia del señor Pellatt; por último tenemos una bodega con capacidad para casi 2.000 botellas; y también el túnel de algo más de 200 metros, que comunica el edificio principal con los establos (que durante algún tiempo estuvieron cerrados) y que desde hace algunos años muestra una serie de fotografías en una exposición de lo más curiosa que lleva por título Toronto's dark side.

En la zona de los establos, además de ver las estancias en las que se alojaba a los caballos, también podremos recorrer la exposición de carruajes y vehículos antiguos, la mayoría de principios del siglo XX, así como ver el garaje; éste resulta muy curioso porque está todo dispuesto como si en cualquier momento fueran a aparecer por allí los mecánicos para ponerse a trabajar: hay mesas de herramientas, latas de aceite... En una de las paredes del garaje podemos ver incluso un antiguo surtidor de gasolina.

Túnel hacia los establos
Y si aquí termina la visita al edificio, nos queda todavía un buen rato de estar en Casa Loma, porque nos falta ver lo más grande en extensión: sus jardines, que ocupan nada menos que 20.000 metros cuadrados, rodean todo el castillo y durante el tiempo que permanecen abiertos (desde mayo hasta octubre, como comenté al principio) hay en ellos infinidad de variedades de plantas, parterres de arbustos, así como fuentes y esculturas, todo ello cubierto de un césped que suele estar siempre la mar de bien cuidado. Hay una zona que está delimitada por paredes de piedra y setos de cedro, que recibe el nombre de jardín secreto y que si no estás atento te lo puedes pasar de largo porque está un poco camuflado en el entorno.

También en esta misma zona hay un cobertizo que en su día utilizaron los primeros jardineros del castillo para guardar el material necesario para cuidar del jardín, y que en la actualidad sigue manteniendo la misma función para que puedan usarlo los jardineros que se encargan del mantenimiento de todo este espacio ahora.
Los establos

Si no eres de visitar edificios de este tipo y no te apetece echarle unas horas a Casa Loma, creo que si viajas a Toronto en primavera o en verano deberías al menos intentar no perderte una vuelta por los jardines; aunque Toronto es una ciudad muy verde y prácticamente en todas partes te encontrarás parques, zonas verdes y todo tipo de flores, aquí es simplemente espectacular ver tantas variedades juntas. Impresiona saber que cuando Henry Pellatt tuvo que abandonar su casa, los jardines llegaron a estar tan descuidados que aquello se convirtió casi en una selva; y gracias al buen trabajo que hicieron varias organizaciones de la ciudad, ahora podemos disfrutar de esta maravilla.

El garaje
El castillo también se puede alquilar para organizar todo tipo de eventos y festejos, entero o por habitaciones sueltas para por ejemplo hacer sesiones fotográficas, e incluso para rodar películas. De hecho, me enteré de que la mayoría de películas estadounidenses se ruedan en Toronto porque sale mucho más barato filmar allí; y como curiosidad, si habéis visto la película X-Men del año 2000 (la primera), posiblemente os pasara desapercibido este detalle, pero la escuela en la que estudian los mutantes no es otra que Casa Loma.

Resulta muy llamativo encontrar un sitio así, todo un remanso de paz, prácticamente al lado de la zona de rascacielos de la ciudad. Así que si tenéis ocasión de visitarlo, yo desde luego no me lo perdería.

27 de marzo de 2018

Parador de Almagro, en un monasterio

Entrada principal
Viajamos a Almagro porque que desde Reyes tenemos pendiente disfrutar de un regalo que consiste en una estancia en el parador. Como además no conocemos esta población, aprovechamos para hacer un poco de turismo por allí. En el viaje de ida paramos en las tablas de Daimiel porque hace años de la última vez que hemos estado, pero cuando vamos llegando empieza a llover tanto que pensamos que no va a merecer la pena hacer ninguna de las rutas senderistas de la zona, así que nos vamos directos al parador.

Llegamos a Almagro a media mañana y dejamos el coche en una de las dos zonas de aparcamiento que hay dentro del propio edificio. En recepción nos indican que nuestra habitación ya está preparada y después de comprobar nuestros datos y darnos tanto la llave de la habitación como la clave de la wifi y una invitación para dos consumiciones en la cafetería, nos dicen que podemos alojarnos en cuanto queramos; como se va acercando la hora de comer, decidimos que lo mejor es subir a nuestra habitación a dejar el equipaje y después ir hacia el centro caminando, ya que no está nada lejos, para buscar un restaurante.

Habitación 47
El parador está en un antiguo monasterio franciscano, el de Santa Catalina, y eso se nota en su distribución. Se entra por el patio principal y tanto en este patio como en el que nos encontramos a la derecha está la zona de aparcamiento. Y el edificio, además de ser de ladrillo y piedra y con planta rectangular, tiene varios patios interiores a los que dan la mayoría de las habitaciones y alguna que otra estancia más; aunque lo han rehabilitado como alojamiento, sigue conservando ese sabor monástico que nos hace sentir que realmente estamos en un edificio religioso, con los muebles de madera oscura, los suelos de barro, las paredes blancas, los muros gruesos...

La recepción está en un lateral del edificio principal y enfrente de ella hay en primer lugar una especie de recibidor enorme con la prensa diaria, una mesa con un ordenador y conexión a internet, y un par de vitrinas en las que se exponen objetos de recuerdo que podemos comprar; a continuación hay varios pasillos que dan por un lado a las habitaciones de la planta baja, al claustro y al restaurante, por otro a la cafetería y al refectorio, y por otro a las escaleras que suben a la primera planta; ahí es donde está nuestra habitación, la 47, al principio de un pasillo y justo después de pasar un espacio muy chulo, con una chimenea y varias sillas, que da a uno de los patios.

Rincón ideal de lectura
Las habitaciones de los paradores suelen ser muy acogedoras, y esta no lo es menos. Al entrar en la nuestra tenemos en primer lugar un espacio a modo de recibidor, con un armario empotrado enorme en el que tenemos varias perchas, una caja fuerte, una balda para zapatos, una cajonera y un par de almohadas y mantas de repuesto; y junto a él un cuarto de baño completo, también muy grande, con una bañera ocupando toda la pared del fondo, inodoro y bidé en un lateral, y enfrente, ocupando toda la pared, una encimera con dos lavabos, dos espejos y dos vasos de cristal, y como siempre en los paradores, una bandeja con varios botecitos de champú, gel de baño, acondicionador para el pelo, jabón, crema hidratante corporal, peine y gorro de baño. Y por supuesto dos juegos completos de toallas, además de un espejo con brazo extensible, un secador de pelo, y debajo de la encimera un taburete.

Nuestro pasillo
Enfrente del armario, justo antes de la zona en la que está la habitación propiamente dicha, tenemos un banco de madera y al lado un mueble bar, que descubrimos de casualidad y sólo porque nos da por abrir las puertas de una celosía que hay medio camuflada en la pared. Desde luego, está claro que aquí le han echado imaginación a la hora de decorar las habitaciones, para así poder aprovechar el espacio hasta el último rincón.

El resto de habitación lo ocupa una cama bastante grande, con una mesilla a cada lado y, en lugar de cabecero, lo que han puesto son varias filas de azulejos en las paredes, formando una U, que me parece una idea de lo más original. Enfrente de la cama hay un escritorio de madera con una lámpara de lectura, un espejo y varios folletos informativos, y al lado dos sillas, un paragüero de madera y en esa misma pared la televisión.

El baño
La decoración, como la del resto del parador, es muy sencilla y bastante austera, sin ninguna floritura ni colores estridentes, como a mí me gusta. La ropa de cama es blanquísima y el cubrecolchón de la misma tela que las cortinas; tanto las puertas del armario empotrado como las de la celosía del mueble bar y las contraventanas, son de madera de un color verde muy claro. El escritorio y las sillas, de madera muy oscura, le dan a la decoración un aire algo antiguo y a la vez sencillo, en contraste con lo moderno que es por ejemplo el cuarto de baño, que además en comparación es casi más grande que el resto del espacio destinado a la zona de habitación. Igual que en el resto del edificio, los suelos aquí también son de barro, de color marrón, pero a pesar de andar descalza en algún momento no llega a hacer frío; de hecho es justo lo contrario, por la noche hace bastante calor.

La cama
Por lo que podemos ver durante el tiempo que pasamos alojados en el parador, aquello es bastante tranquilo. Pero además la ventana de nuestra habitación da a uno de los patios interiores, con lo cual no escuchamos ni un ruido en toda la noche; tampoco tenemos vecinos escandalosos ni gente haciendo ruidos a deshora, así que entre lo cómoda que es la cama y ese silencio que se respira en todo el edificio, la verdad es que dormimos estupendamente esa noche.

La zona en la que se encuentra el parador no está lejos del centro pero sí lo suficientemente alejada como para no haber problemas para aparcar por allí; de todas formas en los paradores siempre está incluido el aparcamiento en la tarifa, así que si alguien prefiere aparcar dentro del edificio, puede hacerlo sin problema. Hay una zona, justo a la entrada, que tiene varias plazas al aire libre; y en el espacio a la derecha hay un sitio algo más grande donde también puedes aparcar o bien al aire libre o bien en una especie de soportales que han utilizado para marcar las plazas disponibles; en cualquier caso el coche va a estar en la calle, pero al menos en los soportales estará algo más a cubierto.

Espacio frente a la cama
La conexión wifi también es gratuita para los huéspedes, aunque no llegamos a utilizarla demasiado porque la señal a veces se corta; supongo que es porque los muros son muy gruesos y cuesta que llegue correctamente, pero en cualquier caso no es algo que nos preocupe demasiado. Como al llegar nos han dado también un descuento para utilizar en la cafetería, el sábado por la tarde nos acercamos por allí antes de cenar, para tomarnos algo; la decoración aquí es muy curiosa, ya que en la zona en la que están las mesas han colocado varios recipientes de barro, enormes, que sobresalen del suelo. Y ya que hablamos de cafeterías, algo que no puedo dejar de mencionar es el espectacular desayuno que tienen siempre en todos los paradores; en este caso hay que ir al refectorio, en el que hay dos zonas, una de ellas algo más pequeña y otra bastante más grande y con ventanales que dan al claustro del monasterio. Como siempre, tenemos la opción del buffet libre y un montón de cosas para elegir, desde zumo de naranja a varios tipos de bollería y de pan, embutido, huevos, fruta, yogures, cereales, café y leche, y como siempre una selección de productos típicos de la zona; en este caso migas y flores de azúcar, entre otras cosas.

Vistas desde la habitación
En cuanto al precio de la estancia, ya sabemos que hay muchas opciones de páginas en las que poder cacharrear para localizar diferentes opciones. Aunque en el caso de los paradores yo siempre suelo mirar en su propia web, ya que al ser miembros del programa Amigos de Paradores, se suelen encontrar ofertas bastante interesantes.

Como siempre digo, la experiencia de alojarse en un parador sin duda suele merecer la pena porque por lo general son edificios con historia, hasta ahora siempre me he encontrado con personal muy amable, las habitaciones son muy acogedoras y cosa rara en mí, suelo dormir siempre muy bien, y desde luego sólo por esos desayunos ya amortizas la estancia porque son una maravilla. Así que de momento seguiré con mi objetivo de ir probando todos los paradores de la red, que son unos cuantos.

24 de marzo de 2018

Cuadernos canadienses (II): alrededores de Toronto

En una entrada anterior hablé un poco sobre la ciudad de Toronto, y aunque no cité absolutamente todo lo que hay para ver porque sería interminable, sí me dejé a propósito en el tintero algunas cosas que preferí incluir en otra entrada; me refiero a las que no están en la propia ciudad, sino a las afueras o incluso algo más lejos pero también habituales de visitar, como es el caso de Niágara.

De relax en la isla frente al lago
Si empezamos por lo que está más cerca del centro, lo más lógico es visitar Toronto islands, que además es una de las cosas más típicas que uno ve si pasa en la ciudad al menos un par de días. Aunque es una isla (en realidad varias), también es uno de los barrios de Toronto, y lo más práctico es llegar hasta ella en ferry; los barcos salen de la terminal Jack Layton, que no está muy lejos caminando desde la CN Tower. Los horarios de salidas y llegadas suelen varíar según la época del año en la que vayamos, así que lo mejor es comprobarlo siempre en las taquillas antes de comprar los billetes. También hay que tener en cuenta que aunque el trayecto más concurrido es el que va a Centre island, deberemos asegurarnos de que no hemos cogido un billete para Hanlan's Point, que está en otro extremo de esta isla principal, o incluso para Ward's island (y alguna otra isla más que hay en la zona). En todos estos sitios hay siempre algo que hacer, lugares donde tomar algo, parques y hasta playas, pero lo advierto por si acaso alguien no cae en la cuenta y aparece en la isla que no quería.

Esperando el ferry para volver
Una vez en la isla central, a la que se suele llegar en menos de 15 minutos, podremos recorrerla a nuestro antojo, con la única limitación de que los vehículos de motor tienen prohibido circular por allí. Es incluso posible pasar en la isla el día entero, ya que hay un parque de atracciones, una granja escuela, unos cuantos restaurantes y cafeterías y hasta locales en los que se pueden organizar eventos. Es muy habitual, lógicamente sobre todo en verano (en invierno en muchas ocasiones el lago se llega a congelar), ver a grupos de familias con niños, y sobre todo cruzarse con gente que recorre la isla en bicicleta; además, tanto si te llevas tu propia comida para hacer picnic en cualquiera de las zonas verdes o de playa, como si vas a alguno de los numerosos chiringuitos que hay allí, ten mucho cuidado con las gaviotas; en cuanto te descuidas un poco ya las tienes al lado intentando robarte la comida, y además yo no sabía que tuvieran tan mala leche.

Frente a la iglesia de San Elías
Hay un barrio a las afueras de Toronto, llamado Brampton, que está a unos 40 kilómetros pero pertenece al término municipal de la ciudad; de hecho el aeropuerto internacional de Toronto está muy cerca de aquí. Aunque claro, con las distancias que se manejan por estas latitudes, decir que un sitio está a 40 kilómetros, supongo que para un canadiense es lo mismo que decir que está aquí al lado.

Como suele pasar en la mayoría de ciudades de Canadá, Brampton no podía ser menos y tiene un montón de parques y zonas verdes; y aunque es una ciudad pequeñita, merece la pena callejear por el centro y perderse, porque hay un montón de edificios curiosos: galerías de arte, varios teatros, museos, la Brampton Historical Society, y hasta un monumento conmemorativo a los canadienses que lucharon en la guerra de Corea.

También en el propio Brampton hay un edificio precioso, la iglesia de San Elías, que por cierto fue en la que bautizaron a mi sobrino. Además, la primera vez que la visitamos tuvimos la suerte de ver el edificio original, porque es una iglesia hecha de madera y hace algunos años hubo un incendio que la destruyó por completo. La que se puede visitar si vamos por allí ahora es una reconstrucción mucho más moderna.

De picnic en Fergus
No muy lejos, a unos 70 kilómetros, hay dos pueblecitos muy chulos que menciono juntos porque están prácticamente pegados; de hecho comparten incluso organismos como la biblioteca pública, el teatro municipal o el museo del condado. Se trata de Fergus y Elora, también pequeñitos, del mismo estilo que Brampton y con edificios históricos; uno de ellos es el del mercado de Fergus, una construcción de piedra con aspecto de antigua fábrica, que la primera vez que visitamos aún funcionaba como mercado pero actualmente lo que alberga es un centro comercial; con estos nuevos aires no lo he llegado a conocer, aunque imagino que el encanto que tenía el antiguo mercado no será el mismo de ahora...

The Doll House, en Elora
Por su parte, lo más llamativo de Elora (al menos para mí) es la gran cantidad de tiendas de antigüedades que hay en el centro. Cualquier objeto de decoración que tengas en la cabeza, por más extraño que sea, estoy casi segura de que lo encontrarás. Y en Elora fue donde probé el helado de crema de cacahuete; bueno, y la crema de cacahuete, que hasta que viajé a Canadá por primera vez no la había probado nunca. Un edificio que me gustó muchísimo fue un molino antiguo que han convertido en hotel; y la mayoría de las tiendas que os digo son en realidad edificios que han sido rehabilitados.

Y por último, aunque está un poco más lejos y no exactamente en los alrededores de Toronto, lo cito aquí porque también es un clásico que por lo general se suele visitar. Imagino que es más habitual verlo desde el otro lado porque normamente hay más visitantes que van a las cataratas del Niágara desde Estados Unidos, pero en mi caso llegué a ellas por el lado contrario, desde Toronto al pueblecito que en Canadá se llama Niagara-on-the-lake y desde allí a las cataratas, que están justo en la frontera entre estos dos países. Es muy fácil distinguir de dónde viene cada uno, porque en el lado canadiense el impermeable que la gente lleva puesto es de color azul, y en el lado estadounidense es amarillo. En realidad esto es casi un parque temático, porque todo gira en torno a las cataratas; hay un montón de restaurantes, tiendas de recuerdos, un parque enorme, la torre Skylon desde la que hay unas vistas espectaculares no sólo de las cataratas sino de los alrededores, y de hecho si el día está despejado se ve la torre de Toronto, el parque acuático Marineland, que es muy famoso en Canadá... Y por supuesto la estrella del lugar, que es la desembocadura del río Niágara en el lago del mismo nombre. Se puede simplemente pasear por allí, subir a la torre, hacer picnic en el parque o comer en cualquiera de los restaurantes de la zona...

Horseshoe falls
Pero claro, ya que estamos aquí lo suyo es animarse a subir al Maid of the Mist, el barco que te lleva desde la orilla canadiense del río hasta el pie de una de las cataratas (en este caso Horseshoe Falls, que es la que está en territorio de Canadá); y es para eso para lo que te tienes que poner el impermeable.
Estas cataratas no son ni las más altas ni las más espectaculares del mundo, y de hecho la caída que tienen es sólo de 65 metros; pero sí son las más voluminosas, y es que por ellas pasa toda el agua de los grandes lagos. Cuando llegas allí y las ves de lejos casi no se nota, pero cuando te vas acercando es increíble la anchura que tienen, que parece que no se acaben nunca. Y cuando estás en la cola, con tu impermeable puesto, para esperar a coger el barco, te das cuenta del estruendo que hace el agua al caer al río. El primer tramo es muy tranquilo y el barco apenas notas que está avanzando, pero cuando empiezas a acercarte al pie de la catarata, aquello se pone a moverse y a pesar del impermeable, no vas a poder evitar ponerte como una sopa.

El barco no puede meterse por debajo de la catarata porque con la fuerza con la que cae el agua supongo que sería inviable hacerlo con un montón de gente a bordo, pero es que además en realidad no puedes ni siquiera acercarte del todo; llega un momento en el que el agua te repele. No sé si poniendo los motores del barco a toda máquina podríamos llegar justo hasta el mismo pie de esta cascada, pero viendo que cuando ya estás muy cerca no puedes ni hablar, porque el estruendo del agua no te deja ni escuchar al que tienes al lado, me imagino que alcanzar la catarata está directamente descartado. Lo que no puedes descartar, hagas lo que hagas y te coloques en la zona del barco en la que te coloques, es empaparte de agua desde la cabeza hasta los pies...

A los pies (casi) de Horseshoe falls

Y hasta aquí mis alrededores de Toronto, que por supuesto hay muchos sitios más pero estos fueron los que tuve ocasión de visitar.

21 de marzo de 2018

Como reinas en el parador de La Granja

Fachada
El año pasado mi madre cumplió los 70, y para celebrar el acontecimiento mi hermana y yo nos pasamos unos cuantos meses compinchadas con el resto de la familia para organizarle entre todos una fiesta sorpresa; como además somos muchos, lo que hicimos fue una colecta para un regalo comunitario, y lo que elegimos para regalarle fue preparar una escapada de fin de semana que incluyera la estancia en un parador, ya que ella tenía ganas de alojarse en alguno; pensamos en el de La Granja porque para un fin de semana es un sitio que nos pilla bastante cerca, y además hacía un montón de años desde la última vez que mi madre había visitado el palacio real.

Con el dinero de la colecta nos dio para reservar una habitación para ella y para un acompañante, y hasta sobró para comprar entradas de acceso al palacio y a la fábrica de cristales; pero como en realidad lo que más nos apetecía era pasar por ahí un fin de semana, con el coche en plan Thelma y Louise, lo que hicimos fue irnos las tres y pagar por nuestra cuenta la diferencia.

En la "corrala"
El parador lo forman dos edificios y uno de ellos es el centro de convenciones, así que a no ser que vayamos a una convención, deberemos ir al edificio principal, que está en la calle Infantes 3 y fue mandado construir por Carlos III como vivienda para sus dos hijos. Fue inaugurado como parador en 2007, y es una construcción rectangular, de piedra de un tono gris claro y encalado en amarillo suave en casi todo el exterior, y de ladrillo en el interior; esta zona interior además está dividida en tres sectores, cada uno de ellos con un patio en la planta sótano, y en las tres plantas siguientes se encuentran las habitaciones, todas ellas situadas alrededor de cada uno de estos patios, como si fuera una corrala gigante. Y una de las cosas que me parecieron más llamativas, nada más entrar, fue la forma en la que han combinado los elementos antiguos, muy palaciegos y austeros ellos, con los más modernos y acogedores; el resultado es una fusión muy interesante de ladrillo y piedra por un lado, alfombras y madera por otro, y algunos elementos decorativos adicionales, como unas esculturas muy curiosas, de personas de color blanco impoluto y de lo más sencillas, sin adornos de ningún tipo; todo ello en su conjunto me gustó muchísimo.

La recepción desde la planta 1
Al entrar al edificio nos abrió la puerta un chico majísimo que fue de lo más atento con nosotras durante toda la estancia; imagino que será así con todo el mundo, pero es que daba gusto entrar y salir y ver que siempre le dedicaba a la gente una sonrisa y unas palabras amables. Se llamaba Daniel, por cierto, así que aunque no leerá esto, aprovecho para darle las gracias. La recepción es muy amplia y a través de ella se accede a la cafetería (a la que puede entrar cualquiera, aunque no se aloje en el parador) y a los tres patios que dan acceso a las habitaciones, al restaurante para huéspedes y a la zona de spa. Después de registrarnos nos dieron, junto con las tarjetas para abrir las puertas y accionar las luces, una tarjeta más con la clave de la wifi y otra con una invitación (esto lo hacen siempre, si perteneces al programa "amigos de Paradores") para una consumición en la cafetería, la que os decía que está junto a la entrada.

El baño
Nuestras dos habitaciones (111 y 119) eran casi exactamente iguales, salvo algún detalle. Por cierto, daba gusto caminar por los pasillos desde los ascensores hasta las habitaciones, porque aunque los suelos son de terrazo, en todos los pasillos hay alfombras mullidísimas y parecía que ibas descalzo por allí. En la habitación que compartimos mi hermana y yo, lo primero que teníamos al entrar era una especie de recibidor muy grande, con un armario gigantesco con espacio para el equipaje y también un par de edredones de repuesto, perchas, varias baldas, huecos para zapatos y una caja fuerte. Enfrente del armario el cuarto de baño, también enorme y con bañera, lavabo con encimera grandísima y espejo también descomunal por un lado, y por el otro, separado del resto del espacio con una puerta corredera de cristal traslúcido, el inodoro y el bidé. Teníamos por supuesto dos juegos completos de toallas, una banqueta debajo del mueble del lavabo, en la pared un espejo con brazo extensible, un secador de pelo, dos vasos de cristal, y lo que más me gusta de los baños de los paradores, una bandeja con peine, pastilla de jabón, y botecitos de gel, champú, acondicionador para el pelo y crema hidratante para el cuerpo.

Las camas
A continuación del baño y el recibidor, tras una puerta, estaba la habitación propiamente dicha, grandísima, con dos camas enormes juntas y, en lugar de mesillas de noche, un baúl a cada lado. No la llegamos a utilizar porque nos hizo fresquete y no tuvimos las ventanas abiertas demasiado tiempo, pero colgando del techo había además una mosquitera, que lógicamente estaba plegada. También una lámpara en cada cama, aparte de la luz principal. Y en una de las paredes laterales, que tenía un retranqueo, habían aprovechado el espacio para colocar otro baúl más, este mucho más grande que los que teníamos junto a las camas; este era el único detalle diferente con respecto a la habitación de mi madre, porque en su caso no había este retranqueo y el baúl estaba colocado a los pies de las camas.

El escritorio
Enfrente de las camas, ocupando casi toda la pared, teníamos un escritorio con una silla, y encima una estantería de madera muy cuca con espejos, una balda con libros y una nota que decía que podías llevarte alguno y sustituirlo por otro tuyo que ya no quisieras; también una nevera pequeña y sobre ella la televisión, y junto a la ventana un sillón comodísimo y una lámpara de pie, ideal para los momentos lectores. Los suelos, como los del resto del edificio, son de terrazo pero no resultaban fríos porque los habían cubierto con alfombras; nada de moquetas, que es algo que odio, sino alfombras suaves y mullidas. Y la decoración muy sencilla, con los muebles de madera no demasiado oscura, la ropa de cama y las toallas blancas blanquísimas, salvo unos cojines en tonos grises, y todo ello de lo más acogedor.

Desde la habitación
Si vais a La Granja en coche, tenéis la posibilidad de aparcarlo gratuitamente en el parador, en el edificio de convenciones que os comentaba al principio. Nosotras aparcamos en la calle porque llegamos pronto y había mucho sitio, pero comento lo del aparcamiento por si alguien prefiere dejarlo en el parador, aunque no es cubierto ni está vigilado; sólo tiene una barrera para acceder a él. De lo que no puedo dejar de hablar, porque es una de las cosas que más me gustan de los paradores, es del desayuno; siempre es de tipo buffet libre, y con un montón de cosas para poder elegir: zumo de naranja recién exprimido, varios tipos de bollería y tartas, embutido, huevos, fruta, yogures, cereales, infinidad de tipos de pan, café y leche, además de bebidas de soja, arroz y otras, para los que no toman leche. Y además suelen tener una pequeña variedad de productos típicos de la zona en la que está el parador. En el caso de La Granja, el desayuno lo dan en uno de los patios, en la planta inferior, y la verdad es que es una maravilla la tranquilidad que se respira allí, sobre todo si como nosotras vas temprano. Y desde luego, con todo lo que tienes para elegir, es el desayuno perfecto para empezar el día con energía; si además te apetece desayunar al aire libre, puedes optar por salir a la terraza en lugar de quedarte en el comedor.

El patio del comedor
También nos apuntamos, ya que hicimos la reserva que incluía esta promoción, a una sesión de spa. Esta zona está en la planta inferior, y cuando vas a hacer el circuito te dan allí mismo un albornoz; tú sólo tienes que llevar las chanclas para andar por allí, porque no te hacen ponerte gorro como he visto en otros sitios. El circuito dura 90 minutos, y al entrar te explican cuál es el recorrido que debes hacer: primero empiezas por un par de duchas de contraste, después pasas por el pediluvio, luego cruzas al edificio de enfrente para ir a una piscina que entre otras cosas tiene la opción de nado a contracorriente, y de nuevo vuelves al edificio principal para entrar a otra piscina con varios chorros diferentes, después la sauna finlandesa y la terma romana, y para terminar una ducha de agua fría, la fuente de hielo y de nuevo una ducha de contraste.

En cuanto al precio, como ya sabéis que hay infinidad de páginas comparativas para buscar alojamiento, es cuestión de echar un vistazo; en cualquier caso, en la propia red de paradores suele haber ofertas que no están del todo mal, así que por si acaso os dejo aquí el enlace a la página específica del parador de La Granja. Estos alojamientos no son especialmente baratos, pero para darse un capricho de vez en cuando, la verdad es que están genial; porque la mayoría de los edificios que los albergan suelen tener su encanto (son palacios, monasterios, castillos y todo tipo de edificios con historia...) y además la estancia allí es una maravilla, las habitaciones cómodas y acogedoras, el personal encantador... Desde luego yo tengo claro que, si mi economía me lo permitiera, me alojaría en ellos mucho más a menudo.

19 de marzo de 2018

Cuadernos canadienses (I): Toronto

Toronto desde la isla
Mi hermana estuvo viviendo en Canadá unos once años, y durante ese tiempo fui varias veces a visitarla; si sumo el tiempo total que pasé en Toronto, la ciudad en la que ella vivía, son casi cinco meses, así que aunque por supuesto conocí sitios turísticos, fue más bien como haber estado viviendo allí: entre que en lugar de ir a un hotel me alquilé una habitación en la casa donde ella estaba, que a veces iba a buscarla al trabajo y tuve bastante trato con sus compañeros, que me movía por la ciudad como un nativo más, que iba a la compra como cuando estoy en mi casa y que me dediqué a patearme Toronto a base de bien, he acabado conociendo la ciudad no como la mía, pero casi.

En esta entrada hablaré de Toronto en general, sobre todo por no hacer un texto interminable; aunque seguramente escribiré alguna cosilla más específica sobre otros sitios, y también sobre otras ciudades que tuve ocasión de visitar además de Toronto.

Una de las primeras cosas que descubrí y que me gustan más de la ciudad es que su mapa es casi totalmente cuadriculado, con dos calles principales (Bloor, que va de este a oeste) y Yonge (de norte a sur), y alrededor de ellas dos, el entramado de todas las demás; como las ciudades romanas de la antigüedad, que también se distribuían en torno a dos calles principales. Y el transporte público aunque es un poco viejo, funciona a la perfección así que puedes usar la red de metro, de autobús y de tranvía; aunque si eres andarín y no te importan demasiado las distancias muy largas, puedes recorrer Toronto andando. Claro que además de ser andarín necesitarás mucho tiempo; eso sí, una de las cosas buenas del transporte público es que una vez que hayas comprado un billete, sólo tienes que pedir un transfer y con él podrás hacer del tirón todas las combinaciones que quieras dentro de tu zona. No vale pagar un billete y luego irse de compras y al terminar querer volver a coger el transporte que sea. Otra buena opción es alquilarse una bicicleta, que en Toronto es muy habitual ver gente que va a todas partes así; de hecho yo también hice unos cuantos recorridos en bici, hasta que en mi primer viaje a Canadá me atropelló un conductor que giró donde no debía y me lanzó por los aires...

A los pies de la CN Tower
Quizá la imagen más representativa de la ciudad es su CN Tower, el observatorio más alto del mundo con sus 550 metros. Se puede visitar y además puedes echar casi el día entero allí porque tiene tiendas, zona de juegos y de restauración, audiovisuales en los que te cuentan la historia de su construcción, y hasta un restaurante de estos que van girando para que puedas ver la ciudad en 360 grados... Y por supuesto la propia torre, que tiene incluso un tramo con suelo de cristal desde el que se ve la ciudad; se supone que ese cristal aguanta un montón de peso, pero a mí me da tanto repelús que nunca he sido capaz de subirme a él, me he conformado con ver la ciudad estirando un poco el cuello sin llegar a poner los pies en el cristal. Cuando el día está despejado, desde el mirador más alto de la torre se ven a veces los vapores que produce el agua al caer en las cataratas del Niágara. Muy cerca de la torre (de hecho se ve justo debajo de ella cuando subes al mirador) está el Sky Dome, que ahora se llama Rogers Center y que es el estadio de los Blue Jays, el equipo local de rugby. El recinto también es escenario para todo tipo de actividades deportivas y musicales; se puede visitar todos los días.

Casa Loma
Otro edificio archiconocido en la ciudad es Casa Loma, un castillo, a imitación de los medievales, mandado construir por un millonario canadiense que acabó arruinándose; el castillo pasó a ser propiedad del ayuntamiento de Toronto y hoy día se puede visitar tanto el edificio por dentro y por fuera como los jardines que hay en su perímetro, así como recorrer las habitaciones y, durante una época, también el pasadizo que lleva a las caballerizas y los garajes. Además se puede alquilar para organizar eventos.

High Park (aunque suene parecido, no se debe confundir con el Hyde Park de Londres) es el parque más grande de Toronto, con unas 160 hectáreas de superficie. En su interior hay una enorme cantidad de árboles, lagos, zonas de juegos para niños, un zoológico, jardines, algún que otro restaurante, instalaciones deportivas, un tren turístico que lo recorre, zonas de paseo para perros... Si por un casual te apetece echar un buen rato allí y te animas a llevarte trastos para hacer picnic, seguro que no pasará mucho rato desde que te pongas a colocar las cosas hasta que empieces a ver por el rabillo del ojo cómo las ardillas se acercan e incluso algunas comen de tu mano. Aunque este es el más conocido, lo cierto es que hay infinidad de parques; mi hermana siempre dice que en realidad Toronto es una ciudad dentro de un enorme parque, y creo que es una descripción de lo más acertada.
De picnic en High Park

Hay otro parque famoso en la ciudad, Ontario Place, aunque este es en realidad un parque temático y de atracciones, también con una superficie gigantesca y un montón de restaurantes, zonas de acampada, locales de ocio... Otro sitio donde poder echar un día entero, desde luego.

Toronto University, la universidad de Toronto, es como una ciudad en miniatura. Aquí tuve ocasión de ir unas cuantas veces, en concreto al campus de Saint George, porque era en su zona deportiva en la que se juntaban para jugar al fútbol los compañeros de trabajo de mi hermana; como la empresa tiene varios locales repartidos por la ciudad, organizaban una especie de liguilla entre ellos y quedaban aquí, que era el punto más céntrico para todos. Esta universidad comenzó sus clases en 1827 y es una de las más antiguas de América del Norte. También muy destacada no por antigua sino por ser uno de los museos mejor dotados de esta parte del continente, está la Art Gallery of Ontario, que expone más de 20.000 otras incluyendo arte inuit, pinturas de autores canadienses, una pequeña muestra de arte europeo... Y si os gustan los museos, también podéis aprovechar para hacer una visita al Royal Ontario Museum, al que me encantaría volver para ver una exposición sobre vikingos; pero me temo que no va a poder ser porque la fecha de clausura es el 2 de abril de este año...

Chinatown
Si por el contrario lo que os gusta son las compras, creo que hay dos sitios que no deberíais perderos. Uno de ellos es St Lawrence Market, un mercado situado entre el lago Ontario y la zona del puerto, en el que podréis encontrar puestos con comida de todo tipo y algo muy divertido: infinidad de objetos relacionados con el mundo culinario. Si pasáis por allí, no os perdáis lo más típico que vais a encontrar: un bocata del bacon canadiense, que allí lo llaman peameal bacon. Hay otro sitio, hortera a más no poder, que por desgracia ya no existe; me dio mucha pena enterarme de que cerraron definitivamente Honest Ed's a finales de 2016, pero era el sitio al que mi hermana y yo íbamos casi siempre a hacer compras, porque además de ser un sitio enorme, tenían absolutamente de todo y además tirado de precio. Era como un laberinto, con un montón de plantas, pasillos, escaleras, estanterías... Aquí sí que te podías pasar todo el día pero porque como te descuidaras, te costaba encontrar la salida. Y por último Eaton Centre, unos grandes almacenes como los típicos centros comerciales que tenemos en España, con multitud de tiendas y restaurantes, y un techo de cristal de lo más llamativo.

Flat Iron
Esto es más o menos lo típico que se puede ver, y es que hay quien dice que en realidad Toronto no tiene demasiados atractivos turísticos; pero yo creo que esta ciudad tiene mucho más. Aunque claro, también depende mucho del tiempo que tengas para visitarla, y sobre todo de la impresión que te lleves; en mi caso, los meses que pasé aquí fueron de las mejores épocas de mi vida, así que no puedo ser muy objetiva. De todas formas, lo que siempre le recomiendo a todo el mundo, si tiene tiempo para hacerlo, es que no vea sólo lo típico sino que se dedique a pasear y a patearse la ciudad. Tiene infinidad de barrios (Chinatown y Kensington Market son los más pintorescos) que podemos recorrer caminando, es una ciudad de contrastes, con edificios modernísimos y otros algo más antiguos (dentro de lo antiguo que puede ser algo en esta parte del mundo, claro); por cierto, aquí también tienen Flat Iron aunque sea más conocido el de Nueva York. Aquí hasta los cementerios son bonitos, lo digo totalmente en serio. Y Toronto también tiene una isla que en realidad es un barrio más, del que hablaré cuando cuente lo que podemos ver a las afueras de la ciudad.

16 de marzo de 2018

Si te sobra dinero...

Imagen: Gettyimages
Esto es una mera anécdota, un ejemplo de cómo las cosas no son siempre lo que parecen, y de que esa extraña costumbre de hacer y mandar capturas de WhatsApp puede llegar a provocar chuscos malentendidos. No suelo comunicarme mediante WhatsApp con mi heredero porque lo tiene petado de grupos de lo más variado con los que, como ansioso broker de la bolsa internacional, no para de compartir mensajes a todas horas; de hecho, cuando veo que no hay hora del día en que no para de recibir y mandar mensajes, no me queda más remedio que preguntarle cómo van sus asuntos de valores en la bolsa de Nueva York y cómo ha abierto la de Hong Kong porque, de otra forma, no me explico de dónde viene esa "obligación" de estar atento al móvil a todas horas del día.

Es que hasta la bolsa mundial descansa unas horas, pero no, los adolescentes están siempre alertas a todas las "cotizaciones"; no hay tregua ni descanso, qué estres, oiga. Y como mi heredero está tan ocupado con tanto mensaje es por lo que no uso esa vía de comunicación con él; pero un día lo mandé de compras a un supermercado cercano y, tras detallarle qué debía comprar y darle dinero para tal compra, cuando se acababa de marchar pensé que seguramente ya estaría saliendo por el portal; y como salir al descansillo de mi casa a pegar voces para pedirle que comprara algo más no iba ser efectivo, se me ocurrió ponerle un mensaje en la famosa aplicación, cuyo texto fue el siguiente: "y si te sobra dinero compra coca cola". Así, tal cual, no me molesté en poner mayúsculas a la bebida carbónica porque era un mensaje de uso doméstico sin más relevancia.

En esta casa no tomamos casi nunca bebidas comerciales efervescentes, pero se me ocurrió darle esa pequeña "recompensa" al heredero por ir a hacer la compra, un detalle maternal que denota que ese día concreto yo estaría de buen humor y me sentía generosa respecto a lo de las bebidas tintadas y carbónicas. Bien, ya ven, una escena o momento doméstico de lo más simple y anodino pero que, por aquello de compartir capturas entre adolescentes, tuvo sus chuscas consecuencias. Lo cierto es que hay algo que no entiendo; ¿por qué eso de compartir capturas? Es un misterio insondable de la adolescencia moderna que no acabo de comprender, pero sigue la variable clásica de que como todos lo hacen, mi heredero también y eso es lo que pasa, que, de vez en cuando, los unos y los otros y los de más allá lanzan lo de "poner captura" y, casualidades de la vida, mi heredero puso una captura de su aplicación donde aparecía mi mensaje junto con otros cuantos de otros usuarios registrados en el móvil de mi heredero. Que ya es casualidad, porque ya les digo que no suelo usar con él ese sistema de comunicación.

Y miren por dónde, siempre le doy al heredero el consejo (bueno, en realidad le machaco de forma muy cansina el consejo) de que nunca escriba en redes sociales de ningún tipo nada que yo no pueda leer, es decir, tonterías las justas, que yo entiendo que puede ser entretenido eso de whassapear chorradas pero sin caer en cosas raras. Pues para una vez que le mando un mensaje, verán ustedes la que se lió... En el proceso de poner capturas, pues mi heredero puso una; sus motivos para poner esa captura concreta no eran que el mensaje fuera mío, creo que ni lo vio y no era de su interés y además ¿qué adolescente pone en su grupo una captura con un mensaje de "mamá"? Pero el caso es que ahí apareció el mensaje de "mamá" y como era una captura, no apareció completo sino que apareció lo siguiente:

"Mamá: y si te sobra dinero compra coca".

Bien, imaginarán la mezcla de sorpresa, asombro y cachondeo de los "compiwhatsapperos" del grupo del heredero al ver el mensaje de la madre que lo parió:

—Joder, ¿sois narcos?
—¿Tu madre es traficante?
—Pero tío, tu madre te manda a comprar droga, qué fuerte.
—¿A cuánto está el kilo?
—Juas, si te sobra trae mañana a clase.
—¿Sólo compras, o también vendes?

Y cosas semejantes, a cuál más espatarrante y descojonante, que hicieron que a mi heredero y a mí se nos saltaran las lágrimas de la risa por el resultado del mensaje-captura. Que como dice mi heredero, menos mal que te conocen y saben que eres rara y siempre es mejor esto de la "coca" y no un mensaje en el que ponga "cielín", "corazoncito de mami" o cualquier otra cosa similar y "humillante". No es un chiste, pero tuvo su gracia...

12 de marzo de 2018

Cuadernos hispánicos (XVI): Teruel

Degustando un té moruno en la jaima del barrio musulmán
Hace ya unos cuantos años que conocí Teruel, y desde entonces he tenido ocasión de ir por allí unas cuantas veces más; aunque ninguna como la primera, ya que mi estreno turolense fue en plenas Bodas de Isabel de Segura, un evento que organizan cada año y que creo que merece la pena conocer. Siempre recuerdo que esta primera vez llegué a la ciudad en autobús, y cuando el conductor nos anunció que ya estábamos a punto de llegar a la estación, empecé a ver que por todas partes había antorchas, pendones con escudos, tenderetes artesanos, gente por la calle paseando vestida (que no disfrazada) con ropa medieval... Claro, me sentí en mi salsa; de hecho, en esa ocasión incluso me prestaron un traje medieval para que me integrara en el ambiente, porque yo aún no tenía uno propio.

En la escalinata
Después de aquella vez he visitado Teruel unas cuantas veces más, así que creo que puedo contar algunas cosas sobre esta ciudad, que desde luego existe y que desde luego tiene muchos rincones por descubrir. Además es muy cómoda para recorrerla caminando, porque quitando un par de cosillas que están más a las afueras, todo lo demás se puede ver perfectamente en unos cuantos paseos. Como siempre que he ido me he alojado en la zona del llamado barrio del Ensanche, al ir andando desde allí hacia el centro he pasado en primer lugar por el viaducto, que hasta que se construyó el nuevo era el punto principal de acceso a la ciudad; el viaducto nuevo termina en una glorieta junto a la plaza del Óvalo, un lugar de recreo con zonas verdes que acaba desembocando en la escalinata, construida en estilo neomudéjar para salvar la altura que separa el centro de la ciudad con la estación de trenes. En su tramo más alto hay dos torreones de ladrillo y cerámica, a imitación del mudéjar.

Torre del Salvador
Si dejamos a nuestras espaldas la escalinata y seguimos caminando hacia el centro, nos encontraremos con la torre del Salvador, una de las cuatro mudéjares que se encuentran en la ciudad y desde la cual, si subimos sus 122 escalones, tendremos unas vistas estupendas. Esta torre, además de albergar el campanario de la iglesia del Salvador, era también un puesto de vigía para controlar quién llegaba a Teruel por la puerta de Guadalaviar (que hoy en día no existe).

La calle en la que se encuentra esta torre desemboca en la plaza del Torico, donde confluyen todas las calles principales de Teruel. El torico, cuya escultura está en un pedestal en el centro de la plaza, es uno de los símbolos más queridos por los turolenses. En esta plaza se encuentran además varios edificios bastante conocidos, todos de estilo modernista: Casa Ferrán, Casa la Madrileña, y Casa del Torico. No muy lejos de la plaza nos encontramos la iglesia de San Pedro, Patrimonio de la Humanidad y uno de los ejemplos más representativos del arte mudéjar de Teruel. En este caso, siempre recomiendo hacer la visita guiada porque la chica que enseña la iglesia hace el recorrido muy ameno; te lleva por el altar mayor, el claustro, las bóvedas, las vidrieras y la torre (otra de las cuatro mudéjares de la ciudad). En el interior de la iglesia destacan sobre todo sus techos, pintados de azul y con estrellas doradas, que dan la sensación de que realmente estás viendo el cielo bajo las estrellas. Aunque sin duda lo más llamativo de la iglesia es su exterior, con una curiosa mezcla de estilos artísticos, reflejo de la convivencia de las tres culturas que habitaron Teruel.

Escultura del torico
En la misma plaza en la que está la iglesia podemos visitar el mausoleo de los amantes, del que no puedo contar nada porque a pesar de mis múltiples visitas a la ciudad no he llegado a visitarlo; pero en este enlace tenéis toda la información. No muy lejos tenemos la tercera torre mudéjar, la torre de San Martín, que de las cuatro es mi preferida; son en realidad dos torres, una de ellas envolviendo a la otra, y su decoración (entre cuyos motivos se incluye la estrella mudéjar de Teruel) es más compleja que la del resto, ya que en ella se utilizaron arcos entrecruzados, mayor número de apliques cerámicos, y además el color blanco, que anteriormente no se utilizaba. Junto a esta torre hay una parroquia, también de San Martín, que según tengo entendido estaba previsto que un día albergara el museo de la Semana Santa.

Torre de San Martín
Otra cosa muy interesante para ver es el acueducto de los Arcos, construido en el siglo XVII para abastecer de agua a la ciudad; hasta entonces, el agua se almacenaba en los aljibes que había bajo la plaza del Torico. Muy cerca de él está la iglesia de la Merced, otro ejemplo de arquitectura mudéjar aunque su torre no lo sea tanto, ya que se terminó de construir durante el Barroco; y también más o menos cerca se encuentra la catedral de Santa María de Mediavilla, que alberga la cuarta torre mudéjar de la ciudad. Es de origen románico y se convirtió en catedral a finales del siglo XVI; es una maravilla sobre todo su techo artesonado, que cubre toda la nave central con motivos geométricos y vegetales.

En la plaza casi adyacente a la catedral está el palacio del marqués de Tosos, barroco de finales del siglo XVII, que hoy día es el museo provincial. La entrada es gratuita, y en él se puede observar una muestra de restos arqueológicos que ofrecen una visión de los habitantes de la provincia en la antigüedad, desde la Prehistoria hasta la Edad Media. Desde la parte alta del edificio tenemos además una vista general de prácticamente toda la ciudad, con la catedral en primer plano.

Catedral de Santa María
Por supuesto, no puedo más que recomendar la visita a Teruel. En mi caso, a pesar de haber visitado la ciudad en todas las épocas del año, me quedan unos cuantos rincones aún por descubrir, aunque siempre digo que está bien dejarse cosas pendientes para así poder volver. Si todavía no la conocéis, lo que sin duda yo no me perdería es pasar por allí durante el fin de semana en el que se celebran las bodas de Isabel de Segura; es un momento muy especial, aunque si no os gustan las aglomeraciones quizá este evento no sea para vosotros. En cualquier caso, Teruel bien merece una visita; o varias... Y si además podéis aprovechar para hincarles el diente a los suspiros de amante o las trenzas mudéjares, dos de los dulces más típicos, yo ni me lo pensaría.