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28 de febrero de 2018

Hotel Villa Rica, en la zona financiera de Lisboa

Imagen: web del hotel
En nuestro viaje a Portugal, el hotel que elegimos para establecer nuestro campamento base en la ciudad de Lisboa es el Villa Rica; aclaro que ese es su nombre cuando nos alojamos nosotros, pero por lo visto hace no mucho se lo han cambiado y ahora se llama Vip Executive Entrecampos Hotel and Conference, que supongo que les sonará mejor aunque a mí personalmente me parezca un poco rimbombante...

No es que esté precisamente muy céntrico, pero como nosotros vamos en coche, lo que más nos interesa por encima de otras cosas es localizar siempre un hotel que o bien tenga aparcamiento, o bien que esté en una zona en la que al menos sea fácil aparcar. Se encuentra en el barrio de Entrecampos (la zona de negocios de la ciudad), exactamente en la avenida 5 de Outubro 295; en cualquier caso está muy bien comunicado, porque muy cerca está la estación de metro Entrecampos y varias paradas de autobús, con lo que en unos 15 o 20 minutos llegas al centro.

Como suele ser habitual en las áreas de negocios, el hotel es de aspecto muy moderno. Tiene diez plantas de habitaciones, la planta principal en la que está la recepción, un quiosco de prensa y un comedor, y otras cinco plantas subterráneas para el aparcamiento, el gimnasio y la piscina. Nosotros hemos reservado una habitación doble que nos sorprende por su tamaño, y es que es enorme. Al entrar tenemos a un lado un armario empotrado y enfrente el baño, con todo tipo de pijaditas desde secador de pelo hasta un montón de geles y jabones; y que me resulta muy curioso porque la pared que lo separa del resto de la habitación toda ella un cristal traslúcido. Tenemos también una cama de matrimonio que en realidad debería llamarse "cama familiar" porque es grandísima, un mueble con escritorio, hueco para maletas, balda con televisor, cajones, caja fuerte y minibar, y al fondo un par de sillones y una mesa de centro. Para rematar, y para mi alegría, suelo de madera y no de moqueta; y un ventanal enorme desde el que, si hubiéramos estado en la última planta, habríamos podido ver el castillo de San Jorge.

Al hacer la reserva hemos elegido la opción de sólo alojamiento porque es la única disponible para nuestras fechas, aunque sí que tenemos ocasión de desayunar y cenar un par de veces en el hotel, y la verdad es que salimos bastante contentos tanto con la comida como con el precio. Y hablando de precio, es una de las cosas más sorprendentes del hotel, porque con los servicios que ofrece, los detalles como el botones que te lleva las maletas a la habitación o que por las noches en la planta principal hay un señor tocando el piano, y además siendo temporada alta, la verdad es que está genial; como estas cosas pueden variar, lo más práctico es cacharrear por internet o incluso en la propia web del hotel. El aparcamiento se paga por días, y como he comentado al principio hay también en el edificio piscina, gimnasio y jacuzzi; al final no tenemos ocasión de usar ninguna de las tres cosas, porque uno de los días hacemos un intento de pegarnos un chapuzón en la piscina y resulta que está cerrada...

En cuanto al personal, todos son encantadores y además te hablan directamente en español aunque tú quieras hacer el intento de dirigirte a ellos en inglés, y eso siempre se agradece. Todo lo contrario que los franceses, que si pueden evitarlo no hablan en otro idioma que no sea francés ni aunque los maten. Así que como veis, me parece un alojamiento totalmente recomendable; desde luego tengo claro que si repito viaje a Lisboa, será uno de los que tendré sin duda en cuenta.

27 de febrero de 2018

Finding Altamira: el cántabro que cambió la historia

Imagen: IMDb
Me temo que esta película pasó por la cartelera española sin pena ni gloria, y de hecho ha habido bastante gente a la que en su día se la mencioné y me dijo que ni siquiera le sonaba haber oído hablar de ella... No recuerdo exactamente qué fui a ver, pero hace algunos meses en el cine, en la publicidad que te ponen justo antes de que empiece la película, proyectaron un anuncio de Finding Altamira. Esto me sorprendió, porque hasta entonces yo tampoco tenía ni idea de que hubieran rodado algo sobre este sitio, que me dejó maravillada desde la primera vez que tuve noticia de su existencia.

Al final no conseguí verla en el cine, pero como mi hermana y yo estamos haciendo el grado en Historia del Arte, se acercaba su cumpleaños y el profesor de arte prehistórico nos había recomendado esta película, decidí buscarla en DVD para regalársela a mi hermana y por fin tuve ocasión de verla, aunque no fuera en pantalla grande.

La historia que se nos narra es la del descubrimiento de la cueva de Altamira, y lo que supuso este hecho para la visión que hasta entonces se tenía tanto de la historia como del origen de la humanidad. Lo poco que yo sabía sobre la cueva era que la había descubierto un señor de Santander (bueno, en realidad fue su hija María) y que sus pinturas eran de las más antiguas del mundo; pero aparte de eso, poco más. Y cuando al estudiar el arte prehistórico profundicé en el tema, me enteré además de la importancia que supuso este hallazgo, porque todas las teorías que existían hasta entonces se fueron al traste con el descubrimiento de Altamira. Claro que los que tenían montado su chiringuito y daban sus teorías por válidas no se lo pusieron nada fácil al protagonista... Y para no recargar esto con datos técnicos, de reparto y demás, lo mejor es dirigiros a IMDb, que ahí lo cuentan todo; sí menciono algo que me llamó la atención, y es que la música ha sido compuesta por el mismísimo Mark Knopfler. En cuanto al reparto tampoco es que la película se caracterice por estar repleta de personajes, y desde luego los protagonistas absolutos son tanto Marcelino Sanz de Sautuola (interpretado por Antonio Banderas) como su mujer, Conchita (Golshifteh Farahani) y su hija, María (Allegra Allen).

Sanz de Sautuola es arqueólogo aficionado y junto a su hija se dedica a explorar la zona en la que viven; será precisamente ella la que, en uno de sus paseos por las galerías, descubre unas pinturas de lo más llamativo. Conchita no ve con demasiados buenos ojos las ideas tan disparatadas de su marido ni por supuesto que involucre a María, y es que ella está muy influida por la iglesia, cuyas teorías no pueden estar más alejadas de las de Marcelino... Y la pobre María, aunque adora a sus padres por igual, a veces se encuentra un poco confusa entre los dos: su madre es muy religiosa y su padre tiene una mente de lo más analítica y científica. También conoceremos a otros personajes como Cartailhac, el arqueólogo francés más reputado del momento que, por supuesto, tratará a Sautuola de poco menos que farsante; o a Vilanova, el paleontólogo y amigo inseparable de Marcelino.

En la época en la que suceden los hechos, a finales del siglo XIX, el origen de la humanidad se basaba, según los católicos, en el libro del Génesis; pero surgieron las teorías evolucionistas de Darwin, que afirmaban que ya existían hombres primitivos anteriores a Adán y Eva. Por supuesto, estas teorías eran rechazadas por la iglesia; será precisamente por esto por lo que el clérigo local llenará la cabeza de Conchita de ideas contra Marcelino, llegando a sugerir incluso que quizá no es buen marido para ella ni buen padre para María. Por su parte, aunque la comunidad científica sí está de acuerdo con las teorías evolucionistas, la mayoría de ellos no puede concebir que los hombres primitivos, que supuestamente eran unos salvajes, pudieran haber creado unas pinturas tan perfectas como los bisontes de Altamira; algunos incluso dieron por hecho que el propio Marcelino había pintado la cueva para llevarse el mérito del descubrimiento. Personalmente me sentí muy ofendida viendo cómo lo trataron, sobre todo teniendo en cuenta que esto sucedió de verdad; y es que en aquella época casi todas las máximas autoridades en arqueología eran franceses y además iban de divas, con lo cual no iban a admitir tan fácilmente que un "simple" español pudiera haber hecho un descubrimiento tan increíble. Y más ofendida me sentí cuando me enteré de que la autenticidad de las cuevas españolas se empezó a reconocer poco después de que en el sur de Francia comenzaran a hallarse cuevas con pinturas parecidas a la de Altamira; si no llega a ser por esto, quizá nuestro Marcelino aún seguiría siendo considerado un farsante por algunos. El propio Cartailhac publicó tiempo después de estos descubrimientos en Francia un artículo titulado La grotte d'Altamira, Espagne. "Mea culpa" d'un sceptique, precisamente para pedir perdón a la comunidad científica y sobre todo a Sanz de Sautuola por haber dudado del arqueólogo español; aunque, como muy bien se refleja en la película, a esas alturas el mal ya estaba hecho...

Además de que es tan fiel a la historia, me gustó también mucho la ambientación, porque el norte de España es una de mis zonas preferidas y aquí nos pasaremos todo el tiempo viendo esos maravillosos paisajes. Y creo que, aunque no se sea aficionado a la historia ni a la arqueología, merece la pena verla, a pesar de la indignación que se sufre en algunos momentos al ponernos en el lugar del pobre Marcelino; eso sí, creo que por no ir al cine me perdí algunas escenas que, en pantalla grande, estoy segura de que son espectaculares. Pero de lo que sí me alegro es de haberla visto más tarde, porque gracias a las clases de arte prehistórico he conocido muchos detalles que de otra forma me habrían pasado totalmente desapercibidos. Así que podríamos decir que le he sacado más "jugo" a la película, al tener ya una visión algo más profunda de la historia.

Y es que el hallazgo de la cueva de Altamira supuso toda una revolución en el mundo de la arqueología y de la historia en general; estamos ante una película totalmente recomendable si queremos conocer más detalles sobre estos sucesos.

22 de febrero de 2018

Hotel Escale Oceania, en Orleans

Imagen: Google maps
Como el viaje por Alemania ha sido una buena paliza de kilómetros, decidimos que al volver a España va a ser buena idea parar, en el camino de vuelta, dos noches por el camino en lugar de una sola como hemos hecho otras veces. Nos han dicho que Orleans es una ciudad muy chula, así que como hemos encontrado habitación para las fechas en las que volvemos a España, decidimos pasar una noche allí. Por el camino desde Maguncia nos caen todas las lluvias que no nos han llegado a caer en Alemania, así que se nos hace de noche y además no podemos ni ver los castillos que hay por esta ruta; normalmente se ven desde la carretera, pero esta vez no hay forma.

Por fin llegamos al hotel Escale Oceania, que está en Quai Saint Lauren 16; no se encuentra demasiado lejos del centro de la ciudad, pero sí lo bastante como poder considerar que aquello son las afueras. En cualquier caso nosotros lo que buscamos es un alojamiento en el que no tengamos problemas para aparcar, y este sitio es ideal porque dentro del propio hotel hay un aparcamiento para huéspedes, así que lo demás nos importa poco. Y a pesar de estar a las afueras, nos encontramos justo a orillas del río Loira, frente a uno de los puentes nuevos, con lo cual el entorno a priori nos gusta bastante, aunque hayamos llegado de noche.

El edificio no es demasiado grande, con tres pisos, el último de ellos abuhardillado; es totalmente cuadrado y en el centro tiene un patio, que es el espacio que hace las veces de aparcamiento. De todas formas, al llegar hemos visto que en la misma calle hay bastantes huecos donde poder dejar el coche; esto lo digo porque el precio del aparcamiento en el hotel es un poco raro: te cobran por día, pero sólo si tienes el coche aparcado allí entre las 9 de la mañana y las 5 de la tarde; el resto del tiempo, es gratuito. Al acceder al hotel nos encontramos en la entrada con un recepcionista que parece que no tiene demasiadas ganas de hablar en otra cosa que no sea francés; a mí esto me pone de los nervios, porque doy por hecho que en todos los hoteles del mundo y en los sitios turísticos los empleados hablan al menos inglés, pero no nos queda otra más que armarnos de paciencia. Y con algo de dificultad, porque estamos ya cansadísimos de tantos kilómetros en coche y lo que nos apetece es irnos a dormir cuanto antes, conseguimos entendernos...

Nuestra habitación es doble, bastante grande, con un armario empotrado en el que nos cabe absolutamente todo el equipaje, y un cuarto de baño completo también enorme. También tenemos un escritorio y un televisor que ni llegamos a utilizar. Y por último una cama de matrimonio en la que, no sé si por el cansancio o porque además es comodísima, dormimos de un tirón. Sinceramente, no me fijo mucho en los detalles, pero sí veo que en el lado izquierdo de la cama tenemos un ventanal enorme que da a la fachada principal del hotel; y aunque se trata de una calle bastante concurrida, no escuchamos ni un ruido en toda la noche. Y un detalle que me parece de lo más atento es que, encima de la cama, nos encontramos una notita en la que pone el nombre de la persona que nos ha preparado la habitación, deseándonos una feliz estancia.

A la mañana siguiente bajamos muy temprano a desayunar porque queremos dar una vuelta por Orleans antes de poner rumbo a nuestro siguiente destino. El restaurante está en la planta baja, detrás de la recepción; es bastante grande y el desayuno nos gusta mucho porque es muy variado, aunque una cosa que no me hace ninguna gracia es que haya moqueta en el suelo; en las habitaciones puede que tenga un pase, pero en un sitio donde lo más normal es que caigan restos de comida, no me parece muy higiénico.

En resumen, un hotel muy bonito y acogedor, que a mí personalmente me recordó a uno de esos castillos que hay por la zona (en pequeño, eso sí), una habitación que nos resulta amplia y cómoda, un desayuno bastante bueno y además a orillas del río, que le da su encanto. Lo único malo diría que es el precio, aunque ya íbamos advertidos porque nos han dicho que en Francia los hoteles suelen ser malos y caros; en este caso malo no fue, pero caro sí. Aunque, como siempre, es mejor investigar porque lo mismo encuentras una ganga.

21 de febrero de 2018

Cuadernos germánicos (XVI): crucero por el Rin

Esto de viajar está muy bien, pero hay veces en las que te pegas tantas palizas pateando y viendo cosas que te apetece tomarte algún que otro rato de relax. Esto es lo que decidimos hacer uno de los días que pasamos en Alemania; tenemos nuestro campamento base en Maguncia y desde allí nos hemos ido moviendo cada día a un sitio, y unos días antes hemos descubierto que muy cerca de nuestra casa está uno de los puntos en los que hacen parada los barcos que organizan cruceros que recorren el Rin.

Hay varias empresas, y nosotros elegimos Köln-Düsseldorfer simplemente porque además de a los cruceros turísticos también se dedica al transporte regular de viajeros, con lo cual los horarios que tiene son bastante más amplios. Y como durante el trayecto regular puedes bajar y subir del barco todas las veces que quieras, nos parece mejor opción ir a nuestro aire que con un crucero ya organizado. El trayecto completo que ellos realizan es el que separa las ciudades de Colonia y Maguncia, pasando por Coblenza (algo más de 200 kilómetros); nosotros ya hemos estado en Colonia y tenemos pensado visitar las otras dos y alguna más que hay a lo largo del recorrido, así que decidimos hacer el trayecto que hay entre Maguncia y Sankt Goarshausen; son algo menos de 70 kilómetros, pero como el barco va parando en los pueblecitos que hay por el camino y además el viaje de vuelta se hace a contracorriente, entre unas cosas y otras echamos todo el día en hacer este pequeño viaje (en líneas generales, el trayecto de ida se suele hacer en unas 3 horas y el de vuelta en algo más de 5).

Nuestro barco tiene dos pisos, el inferior con una cafetería y mesitas, todo muy cuco, y la cubierta con una zona acristalada y otra al aire libre. Este día hace sol, poca cosa para nuestros estándares españoles, así que fuera se está bien; y decidimos quedarnos en la zona descubierta para ir viéndolo todo mejor al mismo tiempo que, por megafonía, nos van explicando la ruta en alemán, inglés y japonés. Cuando nos subimos a bordo en Maguncia somos todavía poquísimos pasajeros, pero en Wiesbaden, muy conocida principalmente por sus balnearios y su casino, ya se empieza a subir un montón de gente. Aquí se nos une un matrimonio alemán con el que pegamos la hebra enseguida, y es que cuando nos oyen hablar español nos cuentan que han estado en España varias veces y que les encanta nuestro país; y hasta nos regalan unas chocolatinas típicas riquísimas, rellenas de yogur de fresa.

Rüdesheim
Un poco más adelante hacemos una parada en Rüdesheim, famosa sobre todo por su vino de Riesling, que por lo visto es buenísimo. Aprovecho para indicar aquí que algunos de los pueblecitos en los que para el barco están en la orilla contraria del río; en ese caso no hay ningún problema si quieres bajarte en cualquiera de ellos, ya que en cada parada hay además unos pequeños barquitos, tipo ferry, que te cruzan al otro lado. Muy cerca, precisamente en la orilla contraria, se encuentra Bingen, en la confluencia de los ríos Nahe y Rin; gracias a esta posición estratégica, siempre fue codiciada por guerreros y mercaderes desde que los romanos la fundaron en el siglo XI a.C. Desde el barco se puede ver su famosa Mäuseturm (torre del ratón), donde según una leyenda unos ratones se comieron vivo al arzobispo de Maguncia Hatto II, como castigo a su dominio opresivo. Sin embargo, parece que la realidad es que el nombre se debe a una mutación de Mauttutm (torre de peaje), que era la función de este edificio durante la Edad Media.

Castillo de Rheinstein
En el siguiente tramo nos encontramos cuatro pueblitos pequeños que destacan por ser vitícolas; en realidad durante todo el trayecto iremos viendo que estamos rodeados de kilómetros y kilómetros de viñedos, y de vez en cuando aparece algún que otro castillo. Uno de estos cuatro pueblos es Eibingen, famoso por sus vinos y también porque es lugar de peregrinación, ya que allí se encuentran los restos de Santa Hildegarda; los otros tres son Assmanshausen, Niederheimbach y Lorch, todos ellos muy pequeñitos. A continuación, en Bacharach, un pueblo medieval, se conserva una muralla del siglo XIV. Su calle principal, con numerosas mansiones construidas en madera, discurre paralela al Rin. Y muy cerca, prácticamente a las afueras de Bacharach, está Kaub, cuyo monumento más conocido es su castillo Pfalzgrafenstein, situado sobre una roca en mitad del Rin. Este castillo se utilizaba en la antigüedad como prisión y también como aduana para los comerciantes de la zona.

Castillo Pfalzgrafenstein
Sieben Jungfrauen, uno de los siguientes lugares por los que pasamos, es un mirador en la roca, en la localidad de Oberwessel. Cuenta la leyenda que en un castillo de la zona vivieron siete hermanas muy hermosas (siete doncellas, que es el nombre del mirador) pero también muy altivas, que rechazaban a cualquier pretendiente. Hasta que un día fueron convertidas en piedra y lanzadas al Rin. Justo al lado se encuentra Oberwessel, que también tiene una muralla; el resto de pueblos de la zona corona, cada año en abril, a la reina del vino; pero en Oberwessel son más originales y a quien coronan es a la bruja del vino. Y un poco más adelante llegamos a Loreley, el sitio más mencionado en las fábulas que rodean al Rin. Es una enorme roca de pizarra que debe su fama a una doncella que embaucaba con sus cantos a los marineros, llevándolos a una muerte segura en las traicioneras corrientes del río. Cuando el barco llega a este punto, por megafonía suena la canción de Loreley y todos los pasajeros se arrancan a cantarla a voz en grito.

Loreley
A estas alturas ya estamos a punto de llegar al final de nuestro camino, y la siguiente parada la hacemos en Sankt Goar; este pueblecito tiene un castillo, construido en el siglo XIII, que actualmente está en ruinas pero que en su día fue la fortaleza más imponente del Rin. Pero aunque está medio derruido, aún hoy se pueden explorar sus galerías y túneles subterráneos. El trayecto continúa, aunque nosotros ponemos punto y aparte a nuestra ruta, ya que nos bajamos en la siguiente parada: Sankt Goarshausen. Esta pequeña ciudad, de menos de 2.000 habitantes, tiene dos castillos. Uno de ellos es el Peterseck, construido por el arzobispo deTréveris para contrarrestar las prácticas recaudatorias del peaje impuesto por el conde Dieter; en respuesta, el conde mandó construir un castillo mucho más grande al que llamó Burg Katz (castillo del gato). Y para poner de manifiesto la desigualdad entre el conde y el arzobispo, el castillo Peterseck pasó a llamarse Burg Maus (castillo del ratón).

Aunque hemos salido de Maguncia bastante temprano, entre las paradas del barco y subir y bajar para ver cosas se ha pasado toda la mañana, así que como es la hora de comer decidimos hacerlo en Sankt Goarshausen. Después nos damos una vuelta por el pueblo y acabamos cogiendo el último barco que pasa de nuevo por Maguncia; ciertamente hemos tenido un día de lo más relajado, porque aunque hemos visto cosas, nos lo hemos tomado con muchísima calma y no hemos ido corriendo a ningún sitio ni con hora porque hubiéramos sacado entradas para acceder a algún monumento, ni nada parecido. Además, aunque no nos suele importar que llueva y ya nos habían advertido que en Alemania puede llover en cualquier momento aunque sea pleno verano, al final no ha hecho falta usar ni paraguas ni impermeable porque el sol nos ha acompañado durante todo el trayecto. Así que, con la misma calma con la que hemos hecho la ida, procedemos a hacer la vuelta. Llegamos de nuevo a Maguncia cuando ya está atardeciendo, y después de una cena ligera nos vamos a dormir, que al día siguiente volvemos a tener un programa bastante apretado.

14 de febrero de 2018

Truco o ramo

Imagen: Gettyimages
A Maripili le pone de los nervios el día de San Valentín; y no porque no esté llena de amor, tiernos sentimientos y buenas intenciones, que ya sabemos que ella es de lo más amoroso del mundo mundial. Pero si hay justo un día en el que no quiere ni saber ni oír a nadie decir que la quiere es, precisamente, el día de San Valentín.

Ya de por sí, tampoco el resto de los días del año es Maripili mucho de decir cosas sentimentales y sí más de hacer ya que, como dice ella, con los hombres es perder el tiempo eso de hablar y para hablar ya tiene amigas. Realmente, Maripili sabe que eso no es cierto y que los hombres tienen su corazoncito sensible y que, aunque lo nieguen, les encantan todas esas tonterías amoroso-sentimentales de los regalitos y los mimitos y tampoco hay que quitarles la ilusión. Pero todo en su justa medida y en horarios razonables, que si bien hubo un tiempo en que hasta cedió al imperativo legal de ser romántica-sentimental (o intentarlo, que en ella tiene mucho mérito), le salió tan rematadamente mal que, como gato escaldado que del agua fría huye, como mucho lo puede tolerar pero, por su parte, no ha puesto nunca más interés en semejante tema.

Y hete aquí que (también es casualidad) Maripili ha tenido la sublime desgracia de atraer siempre a hombres románticos. Y no un poco románticos, no. ¡Muy románticos!, de esos que mandan flores ya a primera hora de la mañana, un terrible error para con Maripili porque si algo hay que le guste y de lo que disfruta es de poder dormir por las mañanas como un camionero con resaca, es decir, profundamente. Y no hay cosa que más la irrite que que algo la saque de ese dulce sopor, y mucho menos el sonido de un timbre. Normalmente, aunque lo oiga, no hace ni caso porque no, porque no son horas de atender ni recibir a nadie y, sea quien sea, que venga más tarde o deje el recado en el buzón. Pero hay un problema con los repartidores de flores, y es que son particular y perniciosamente insistentes. Y, para colmo, no son como los repartidores de publicidad, que molestan pero acaban por irse. No, el repartidor florista cuenta con un arma secreta temible proporcionada por el instigador de la entrega: sabe el número de teléfono de su "víctima" y no duda en usarlo y, cual correo del zar en misión suicida, no cejará en su empeño y cometido de entregar, sea como sea, el ramo.

El puto ramo, que diría Maripili. Bueno, ella diría algo mucho peor, más largo y demasiado malsonante para que yo lo refleje por escrito y con "el puto ramo" ya todos nos damos por enterados de los sentimientos encontrados que provoca el repartidor florista en la mente de Maripili que, por una parte, entiende que ese es su trabajo y el trabajo es sagrado, y nada admira más Maripili que la gente cumplidora con su actividad laboral; pero por otra, se acuerda de toda su parentela, de la del repartidor, de la del florista y de la de todos los cultivadores de flores... Y no, no para desearles felicidad. Y sí, después de más de diez minutos de insistentes llamadas al timbre de casa, de las que se entera toda la urbanización (Maripili incluida, aunque se niega a darse por aludida y mete la cabeza con desesperación debajo de la almohada para intentar volver a dormir), el repartidor florista no duda en usar su arma y sí, llama y llama por teléfono con igual insistencia. Lo que ya resulta no solo irritante sino además el modo más eficaz de que Maripili inicie el día en modo cabreo y se le quede así para el resto de la jornada sanvalentinera. Y eso es algo que luego tenemos que sufrir todos los que la conocemos, por lo que yo rogaría que los enamorados de Maripili se abstengan de tal actividad. Por favor.

Aunque todo lo que puede ir mal puede ir a peor y, dada la peculiar y variada vida sentimental de Maripili, no es nada raro que se le acumulen los ramos y si bien, aunque de muy mal humor, puede esquivar un envío floral mañanero, lo peor sería mandar un amoroso tributo floral a Maripili al trabajo, algo que algún incauto lleno de romanticismo sanvalentinero ya intentó... Y de quien nunca se volvió a saber.

¿Tú te crees que es de gente normal que yo esté concentrada y a mis cosas, rodeada de empleados y clientes, y verme en ese horror sin fin de tener que pasar por la vergüenza de las risitas y sonrisitas del personal cuando se me aparece un repartidor de flores en medio de la sala del restaurante? ¡¡Diossanto, si hasta me aplaudieron y yo me quería morir!! Pero ¿quién se cree "ese" que soy yo, la Callas? Y aunque lo fuera... ¿Alguien se ha atrevido nunca jamás a interrumpir a la Callas mientras cantaba un aria de Norma? ¡Pues no! Y yo no canto ni falta que me hace, pero soy tan seria y profesional en mi trabajo que la diva griega o más, y ¡ni a un inspector de Hacienda le consiento que me venga a molestar en horas laborales, faltaría más! Vamos, ¡que ni el repartidor ni "ese" tienen vergüenza ni educación!

Sí, para Maripili el día de San Valentin es un día atroz, semejante a una jornada de ensayo de apocalipsis nuclear, en el que se ve obligada a desconectar timbres caseros y teléfonos móviles, bloquear WhatsApp y quedarse en casa encerrada a salvo de ramos de flores, reales o virtuales, y memes variopintos que a todo el mundo le da por enviar ese "maldito día".

No, a Maripili no le gusta el día de San Valentín.

12 de febrero de 2018

Cuadernos germánicos (XV): catedral de Colonia

La catedral de Colonia (Kölner Dom en alemán) es el principal reclamo turístico de la ciudad: recibe nada menos que unos 6 millones de visitantes cada año. Y por supuesto nosotros le hacemos un hueco en nuestra agenda el día que vamos a Colonia; dejamos el coche en un aparcamiento público que localizamos en la zona sur de la ciudad, y desde allí vamos caminando. Ya hemos atisbado las torres de la catedral al llegar, cuando hemos cruzado el puente Hohenzollern sobre el Rin, y sólo con eso no puedo evitar emocionarme. Con las ganas que tengo, desde hace años, de conocer por fin esta catedral, casi no me puedo creer que este vaya a ser el día.

Desde el aparcamiento echamos a andar en dirección al centro, como indican las señales. Es un paseo de lo más agradable y al tiempo que callejeamos vamos viendo todo tipo de edificios, parando a hacer fotos, incluso desviándonos porque hay una calle en obras... Llega un punto en el que tomamos Hohestrasse, que resulta ser la zona más comercial de Colonia. Y al final de esta calle desembocamos en una plaza en la que ya sí, por fin, nos topamos con la catedral en toda su magnificencia. Es increíble lo pequeño que te sientes cuando estás frente a ella...


El antecedente de la actual catedral es una iglesia anterior, consagrada a finales del siglo IX y a la que tres siglos después se llevaron las reliquias de los Reyes Magos; a partir de ese momento, Colonia se convirtió en centro de peregrinaje y, con el tiempo, se vio la necesidad de construir una catedral propia para la ciudad. Las obras comenzaron en 1248 y la catedral se consagró en 1322, aunque los trabajos se pararon por falta de financiación y no fue hasta 1842 cuando se reanudaron; y finalmente en 1880 se colocó la última piedra. Durante la Segunda Guerra Mundial salió casi ilesa de los bombardeos, excepto sus vidrieras que tuvieron que ser reconstruidas; y en 1996 fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Hasta la construcción de la torre Eiffel de París, era el edificio más alto del mundo con sus 157 metros; y hoy en día es el más alto de la ciudad, ya que está expresamente prohibido que se construya nada que lo supere en altura. Como curiosidad, si por un casual llegas a Colonia en tren, la catedral será lo primero que veas de la ciudad, ya que la estación central de trenes está justo a su lado.

Merece la pena darse una vuelta para verla primero por fuera. Al rodearla vamos parando en sus portadas, que están abiertas en las fachadas norte, sur y oeste. En la fachada norte destacan sus puertas de bronce, realizadas a mediados del siglo XX; en la fachada sur hay varias esculturas románicas; y por último, en la fachada oeste, existen tres portadas en las que figuran las esculturas de los principales santos de la catedral, así como las de los tres Reyes Magos y la de la Virgen María. Pero aunque el exterior es simplemente espectacular y no nos cansamos de admirarlo, no debemos limitarnos a observar la catedral únicamente por fuera; por supuesto tenemos que verla también por dentro.

Nada más acceder al interior, nos quedamos maravillados por la grandeza del recinto, y no hacemos más que estirar el cuello porque nos parece que no vamos a ser capaces de abarcar toda la altura con los ojos. El acceso es gratuito, aunque si tienes tiempo y te apetece, para sacarle el máximo partido a la visita puedes hacer cualquiera de los recorridos guiados que se ofrecen, tanto en alemán como en inglés; si no, siempre puedes comprar un folleto explicativo de los que hay en un expositor a la entrada, que sí está disponible en varios idiomas incluido el español. Si finalmente decides recorrer la catedral por tu cuenta, como hacemos nosotros, este folleto resulta de lo más ilustrativo, ya que incluye una imagen con la planta del edificio y además tiene marcados los elementos más importantes. En nuestro caso, lo que hacemos es ir rodeando todo el interior desde nuestra izquierda, para acabar llegando de nuevo a la entrada; y nos vamos parando cada dos por tres, incluyendo también por supuesto paradas en los lugares que indica el folleto:
  • Vidrieras de la nave septentrional: son cinco, donadas a la catedral entre 1507 y 1509, y muestran diversas escenas de la Virgen María, varios santos y los Reyes Magos.
  • Capilla de la Cruz: en ella destaca el crucifijo de Gero, donado por el arzobispo del mismo nombre y tallado en madera de roble.
  • Girola: tiene una serie de capillas consagradas a diversos personajes, tanto santos como personalidades religiosas, además de a la Virgen María.
  • Relicario de los tres Reyes Magos: es un cofre de oro macizo, plata e incrustaciones de piedras preciosas y marfil; está detrás del altar mayor, data de 1190-1225, y sus imágenes están dedicadas a toda la historia de la salvación, desde el Antiguo Testamento hasta el apocalipsis. En su interior se guardan los cráneos de Melchor, Gaspar y Baltasar.
Después de recorrer el interior, decidimos que nada mejor que subir los 509 peldaños de la torre Sur para ver la ciudad desde otro punto de vista. La entrada a la torre está en el exterior, en uno de los laterales de la catedral, y para subir a ella sí hay que pagar pero desde luego merece la pena. El primer tramo es una escalera de caracol un poco estrecha, así que como siempre lo mejor es intentar subir temprano porque todo el mundo sube y baja por el mismo sitio (aunque tienen preferencia los que suben). Si necesitas una excusa para tomar un respiro, lo tienes más o menos a mitad de camino en la campana de Pedro, la mayor del mundo en funcionamiento; aunque no te olvides taparte los oídos si estás pasando por allí justo cuando suenen las campanadas, porque hasta te retumba el cuerpo.

El último tramo se me hace algo más complicado, ya que entre el cansancio acumulado y que para remate los escalones son metálicos de rejilla, y a través de ellos se ve lo que hay debajo, me entra un poco de agobio. Pero desde luego, ni que decir tiene que cuando contemplo las vistas de toda la ciudad desde lo más alto, en el mirador que hay a unos 100 metros, no puedo más que pensar que sin duda ha merecido la pena hacer ese esfuerzo. Si tenéis ocasión de ir a Colonia, no dejéis de visitar su catedral; o incluso si ya la conocéis, que tampoco está de más repetir visita. Y desde luego, yo añadiría que si por la razón que sea sólo disponéis de unas horas y no os queda más remedio que elegir sólo uno o dos lugares para visitar, que uno de los que elijáis sea la catedral. No os arrepentiréis.

8 de febrero de 2018

Dunkirk: la guerra hecha arte

Imagen: Imax.
Cuando hace ya unos cuantos meses vi anunciado el próximo estreno de esta película, tuve claro que tenía que verla sí o sí; la espera se hizo interminable hasta que por fin pude disfrutarla en el cine. Ha pasado ya tiempo desde entonces y he visto hace no mucho que es una de las grandes nominadas para la ceremonia de los Oscar de este año; y aunque esto de los premios cinematográficos no es algo que me quite el sueño, aprovechando la ocasión no quería dejar pasar la oportunidad de hablar de ella.

La historia que narra esta película es de sobra conocida: la batalla de Dunkerque, una de las más famosas de la Segunda Guerra Mundial. Y como además tanto la sinopsis como la ficha técnica la podemos encontrar prácticamente en cualquier sitio (en iMDb, sin ir más lejos), no me enrollaré aquí con esos detalles, salvo mencionar la curiosidad de que ha sido la primera vez que su director, Christopher Nolan, se ha animado con una película basada en hechos históricos.

Creo que no habían pasado ni dos minutos de película cuando pegué el primer bote, y es que ya a partir de la primera escena empieza una acción que no nos dará respiro hasta prácticamente el final. Si ya habéis visto alguna otra película de Christopher Nolan, supongo que os habréis dado cuenta de que entre otras cosas le encanta eso de dar saltos en el tiempo; y aquí me parece que lo hace de una forma muy original, porque nos narra la historia de la batalla de Dunkerque desde tres puntos de vista diferentes: uno de ellos es por tierra, donde veremos a los soldados que llegan a la playa de Dunkerque y esperan el ansiado rescate; aquí la acción dura una semana. Otro punto de vista es el del mar, donde la acción dura un día y donde veremos cómo se intenta llevar a cabo la evacuación de los soldados utilizando los barcos, tanto militares como civiles (hubo una escena preciosa en la que aparecen varios barcos de estos últimos, llegando a las cosas francesas, con la que se me saltaron las lágrimas; y por cierto a Kenneth Branagh también). Por último tenemos el punto de vista desde el aire, en el que la acción dura escasamente una hora y donde veremos que es la RAF quien acude en ayuda de los soldados que están esperando en la playa, y a los que los aviones alemanes están bombardeando. Así, tendremos ocasión de ver la misma escena desde tres puntos de vista diferentes, dando esos saltos en el tiempo que a Nolan tanto le gustan; pero a poco que estemos atentos, nos daremos cuenta enseguida de lo que está pasando.

Otra cosa llamativa es que no hay prácticamente diálogos. Por supuesto los personajes hablan entre ellos porque tienen que hacerlo, pero si conocéis la música de Zimmer ya sabréis que en realidad casi no haría falta que hablaran, porque la música por sí sola es capaz de contárnoslo todo. Y lo hace desde el minuto uno de la película: en los momentos de tensión en los que tendremos el corazón en un puño; o en otro en el que un par de soldados corren todo lo que pueden para evacuar en el barco a un tercer soldado herido, al que llevan en camilla, y en esta escena el sonido ambiente es como el de un reloj, al que oímos avanzar al mismo tiempo que ellos corren, y no sabemos si van a llegar a tiempo... Incluso hay momentos en los que el silencio también nos transmite algo, la sensación de un peligro inminente o el miedo reflejado en los rostros de los soldados. Sin duda tanto la música como el sonido consiguen un efecto espectacular.

Aunque estamos ante una película de guerra, y aunque lógicamente el trasfondo es triste (y más sabiendo que lo que nos están contando son hechos reales y no tan lejanos en el tiempo), me pareció que a la vez que nos cuentan la historia de este capítulo de la Segunda Guerra Mundial se nos transmite un pequeño rayo de esperanza; y es que los personajes luchan por defender el honor de su patria, aunque sea en algo tan absurdo como una guerra. Desde luego hubo muchos momentos de tensión, de pasar mal rato, de incertidumbre... Pero también los hubo muy muy emocionantes, como en la escena que os contaba con los barcos civiles que llegan a la costa, o en la que los dos aviadores de la RAF intentan repeler los ataques de los aviones alemanes y desde la playa son coreados por los soldados británicos. Me recordó mucho a cuando leí El peor viaje del mundo, un libro en el que los protagonistas, también reales y también británicos, lo dan todo no sólo por la ciencia en este caso, sino también por el honor de su patria. Otra cosa que no puedo dejar de mencionar es el reparto, aunque no haya citado a todos los actores que aparecen en la película. Y es que, desde mi humilde opinión, aunque la mayoría de películas que nos llegan son estadounidenses, lo cierto es que creo que los actores del otro lado del charco no tienen nada que hacer al lado de los británicos; se nota que la mayoría de ellos empezaron haciendo sus pinitos en el teatro, porque la mayoría de las interpretaciones son soberbias. Y eso que es difícil transmitir sensaciones cuando los diálogos son tan escasos; pero desde luego lo consiguen.

No sé qué tienen las películas bélicas que desde siempre me han gustado muchísimo; y el caso es que no hago más que pensar (supongo que como todos) que las guerras son absurdas y que quienes más sufren sus terribles consecuencias son siempre los mismos. Pero no puedo evitarlo, es oír hablar de una película bélica y me puede la curiosidad; incluso hay veces que no es necesario que la película en sí sea bélica, porque con que haya una escena de batalla me suele servir, o mejor aún si hay una arenga previa a la batalla. Si lo vuestro no son este tipo de películas puede que os eche un poco para atrás el hecho de que la historia esté basada en un momento determinado de una guerra real. Pero yo le daría una oportunidad a Dunkirk, porque aunque tiene escenas propias de una guerra, es mucho más lo que transmite. Por lo general, cuando voy al cine siempre me suelo quedar hasta el final, porque me gusta ver los títulos de crédito al completo, mirar la lista de actores por si hay algún personaje que me haya gustado más y quiera investigar sobre ese actor en concreto, ver dónde se han rodado las películas, saber quién ha compuesto la música... Así que la mayoría de las veces salgo de la sala cuando ya no queda nadie; sin embargo en este caso fue muy llamativo, porque cuando la película terminó y empezaron los títulos de crédito, absolutamente nadie se levantó de su butaca. Allí nos quedamos todos sentados y ojipláticos hasta que la pantalla se quedó en negro...


Por todo esto, para mí Dunkirk fue la mejor película que vi en 2017.

5 de febrero de 2018

Cuadernos germánicos (XIV): Dokumentationszentrum Reichsparteitagsgelände

Zeppelinfield
Ya cité un poco de pasada este sitio, cuyo nombre en español se traduciría como "centro de documentación de la sede de las concentraciones del partido nazi", cuando escribí sobre nuestro paso por Nuremberg; en realidad fue este lugar el primer sitio que visitamos en la ciudad nada más llegar a ella, pero la visita es tan densa que creo que sin duda se merece una entrada individual dedicada tanto al centro de documentación como a toda la zona en la que éste se encuentra, que no es otra que la que está compuesta por las tribunas de piedra y las enormes avenidas (la principal es Zeppelinstrasse) en las que los nazis llevaban a cabo sus reuniones y sus multitudinarios desfiles.

A principios de los años 30, Hitler pensó en construir un espacio exclusivo para las actividades de su partido; fue así como nació este gigantesco complejo, que en realidad nunca terminó de construirse. Estaba previsto que albergara un espacio para desfiles, una sala de congresos que superaría en tamaño al coliseo romano, tribunas para los desfiles y los mítines (esto sí se conserva), un recinto de instrucción militar y un estadio, que no pasó de las primeras excavaciones. Sin embargo, y a pesar de que la mayor parte de las construcciones resultaron destruidas durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, lo que hoy día podemos ver nos sirve para hacernos una idea bastante aproximada de lo grandioso que Hitler pretendía que llegara a ser este lugar.

Mapa general
Y para comprender el contexto histórico de las instalaciones, nada mejor que visitar su Dokumentationszentrum, en cuyo interior se alberga la exposición titulada Fascinación y terror, que muestra el ascenso del partido nazi y analiza la figura de Hitler, la realidad de las concentraciones del partido y los juicios de Nuremberg; y que uno no debería perderse si está interesado en todo lo referente a la Segunda Guerra Mundial en Alemania. El Reichsparteitagsgelände se encuentra a las afueras de Nuremberg, a unos 4 kilómetros del centro; para llegar aquí se puede hacer en tranvía desde la estación de trenes, o bien como hicimos nosotros, en coche, ya que en toda la zona hay sitio de sobra donde poder aparcar sin problemas, y en nuestro caso nos venía mejor así porque llegamos directos desde Reims y paramos aquí antes de acercarnos al centro de la ciudad.

Si nos queremos empapar bien de todos los detalles, necesitaremos cómo mínimo un par de horas (nosotros estuvimos 3 horas largas). Hay un total de veinte salas, cada una de ellas dedicada a un momento concreto de la historia de Hitler y del partido nazi, y en todas podremos ver fotografías, objetos, paneles informativos, pantallas de televisión en las que se proyectan entrevistas, películas, maquetas, etc. La distribución es la siguiente:

Maqueta del centro
  • Sala E: Introducción. Es una sala pequeña en la que se encuentra una maqueta del palacio de congresos y, dentro de él, dónde está situado el centro de documentación. La audioguía (que está en español, entre otros idiomas) te hace un breve recorrido sobre lo que vas a poder ver en el centro, y también te da las instrucciones oportunas para manejarla (aunque, como todas las audioguías, es bastante intuitiva). 
  • Sala 1: El nacimiento del NSDAP (Partido Nacional Socialista Obrero Alemán).
  • Sala 2: La toma del poder.
  • Sala 3: Los comienzos de la dictadura.
  • Sala 4: El führer y la Comunidad Nacional.
  • Sala 5: El mito del führer.
  • Sala 6: La ciudad de las concentraciones nazis.
  • Sala 7: La construcción de los terrenos para el partido nazi.
  • Sala 8: Trabajos forzados en Nuremberg.
  • Sala 9: Las concentraciones del partido: análisis de un ritual.
  • Sala 10: Organización de las concentraciones del partido.
  • Sala 11: Las concentraciones del partido: una experiencia inolvidable.
  • Sala 12: Las reacciones en el extranjero. En esta sala hay una selección de noticias publicadas en la prensa internacional, entre ellas la española.
  • Sala 13: Las concentraciones del partido, filmadas para el cine. La sala está prácticamente dedicada a la figura de la directora de cine Leni Riefenstahl, conocida por ser simpatizante de Hitler y por haber rodado, entre otras películas, la famosa El triunfo de la voluntad, que es el máximo exponente de la propaganda nazi.
  • Sala 14: Racismo y antisemitismo.
  • Sala 15: La trayectoria hacia la guerra.
  • Sala 16: La guera de aniquilación contra la URSS.
  • Sala 17: La resistencia alemana.
  • Sala 18: Los juicios de Nuremberg.
  • Sala 19: Los terrenos del partido nazi después de 1945.

Interior del recinto
Cuando entramos en el centro de documentación no pensé que sería tan grande; pero al ver en el plano que nos dieron en la entrada que había tantas salas, me imaginé que tardaríamos en verlo un poco más de lo previsto, como así fue. La verdad es que me pareció un sitio muy interesante, pero acabé un poco saturada porque no estoy demasiado puesta en detalles sobre la Segunda Guerra Mundial y tuve que procesar muchísima información en poco tiempo. Así que creo que no estaría de más poder visitarlo de nuevo. Como documentalista que soy de profesión, he tenido oportunidad de visitar centros de documentación de lo más variopinto, pero nunca había estado en ninguno de las características de este; y además debe de suponer todo un reto crear desde cero un centro de documentación, y más en este caso en el que el tema que trata es bastante peliagudo. Lo que me pareció interesante es que, aunque en Alemania en general, por lo que hemos visto, a la mayoría de la gente no le gusta demasiado hablar sobre Hitler y los nazis, no les importa recordar lo que pasó y deciden utilizarlo para algo; sucede aquí con este centro de documentación, o con el museo de la paz que han construido en lo que queda del puente de Remagen, o con los campos de concentración que aún quedan en pie y que nos recuerdan toda esta época.

¿Hay que recordar la historia para no repetirla, o por el contrario la historia se repite de manera cíclica, hagamos lo que hagamos? Esta fue mi reflexión después de haber visitado este lugar tan diferente.

3 de febrero de 2018

Ibis muy céntrico en Reims

Imagen: Google Maps.

Para nuestro primer viaje a Alemania, decidimos hacer una primera parada en Reims. Como viajamos en coche y sólo tenemos pensado parar en la ciudad unas pocas horas para dormir, hacer algo de turismo y poco más, prácticamente el único requisito que buscamos es que el hotel tenga aparcamiento; después de varias búsquedas este nos convence, en primer lugar porque nos va genial que esté tan céntrico, y en segundo lugar por el precio; aunque a día de hoy aún seguimos esperando la confirmación de reserva de plaza de aparcamiento por parte del personal del hotel, a quienes habíamos escrito por correo electrónico semanas antes del viaje para asegurarnos de que no habría problemas con el coche...

Este hotel se encuentra en el Boulevard Paul Doumer 21, en pleno centro de Reims. De hecho está tan céntrico que si salimos del edificio y lo rodeamos hacia nuestra derecha para tomar la calle Libergier, en pocos minutos acabaremos llegando a la catedral de Notre Dam. El edificio es grande, con cuatro pisos, y la calle en la que se encuentra es bastante concurrida. Una vez allí nos enteramos (a buenas horas) de que sí tienen aparcamiento para huéspedes, y que se paga por días; aunque vemos que en las calles de alrededor hay bastantes huecos y nos sale más barato el parquímetro que el hotel, así que por unas pocas horas decidimos que no merece la pena aparcar dentro del edificio.

Nuestra habitación es doble, casi rectangular y bastante grande; aunque nos damos cuenta de que es casi más grande el cuarto de baño que el resto de la habitación. Una pena, porque un baño tan grande les ha quedado medio vacío y se ve un poco desangelado... A mí me recuerda un montón a los baños de los hospitales. A continuación tenemos un armario pequeño y un escritorio con una mesa y una silla, y al lado la ventana, que da a la fachada principal.

Al fondo de la habitación hay dos camas bastante grandes juntas, con un par de mesillas de noche a cada lado. Junto a una de las camas han aprovechado el hueco entre la pared y una viga para colocar un armario empotrado diminuto; se ve que son conscientes de que el armario que hay a la entrada de la habitación no es suficiente, y aunque no vamos a necesitar mucho espacio porque ni siquiera vamos a llegar a deshacer las maletas, siempre está bien que piensen en los huéspedes que sí lo necesitan. Aunque está disponible, no llegamos a utilizar la conexión a internet, ni la caja fuerte ni el servicio de lavandería, pero ahí están también. Y la televisión la vemos únicamente un rato por la noche antes de dormir, pero entre otros canales se puede sintonizar Televisión Española.

A la mañana siguiente, antes de continuar nuestro camino hacia Alemania, vamos al comedor ya que hemos reservado la opción de alojamiento y desayuno. El desayuno está bastante bien, de tipo buffet y con mucha variedad de cosas para elegir, lo cual nos viene muy bien para empezar el día con energía, que tenemos por delante unos cuantos kilómetros antes de llegar a Maguncia, nuestro siguiente destino. Únicamente nos queda pasar por recepción para devolver la llave de la habitación, y dedicarnos a recorrer la ciudad durante unas horas. La estancia aquí ha sido breve pero no tan traumática como esperábamos, y es que nos habían dicho miles de veces que los alojamientos en Francia son caros y por lo general bastante malos. A nosotros nos parece que una noche en régimen de alojamiento y desayuno no está nada mal por 62 euros, teniendo en cuenta entre otras cosas que estamos en pleno centro; pero como esto de los precios puede variar mucho según las fechas, como siempre lo mejor es consultarlo.