Imagen: IMDB. |
Esta película en concreto, si bien no se puede negar que está bien hecha pero se queda en mediocre, es totalmente incomprensible que tenga el éxito que está teniendo; y eso va a ser porque el respetable público o no tiene memoria o con tanto emoticono del "wassap" se nos ha reblandecido el cerebro y ya nos vale cualquier cosa.
No sé si ustedes se han fijado, pero los "éxitos" de cartelera de estos últimos años parecen sacados de cualquier década de atrás y muy atrás, y va a ser, quizás, porque el ser humano del siglo XXI, por una parte, está de lo más contento y satisfecho con sus smartphones de última generación y todo tipo de cacharritos de entretenimiento multidigital pero, por otra, ya está muy acojonado con tanto avance tecnológico y busca urgente refugio mental en series y películas que ya tenía algo olvidadas y, además, catalogadas como antiguas y hasta anticuadas. Y, sin embargo y por eso mismo, esta película que hace 20 años causaría risa y mofa y se iría de cabeza a la parrilla de la sobremesa televisiva sin ni siquiera pasar por las pantallas de cine, ahora es engrandecida y loada como si fuera lo nunca visto. Y hagan sus apuestas, señores y señoras, pero la mía es que ya no dentro de 20 años: ni siquiera el año que viene, casi nadie recordará esta película como una de sus favoritas. Y si me apuran, ni la recordará.
Pero, claro, esta es mi personal opinión.
Nos dicen, nos cuentan, que el argumento va de los sueños y de cómo lograrlos y, sin duda, de eso hay pero no en la trama de la película; más bien lo que aquí se cumple, en abundancia y con no pocos y efectistas recursos técnicos, son los sueños del director, un aún muy joven Damien Chazelle que, sin duda, se pasó su infancia y adolescencia viendo películas de Fred Astaire y Ginger Rogers, que adora al gran tipo que era Gene Kelly y que en algún momento se enamoró de la gran Rita Moreno. Y que también debe de ser un gran admirador de la faceta musical de Woody Allen. Y que no sabe o no le interesa saber que Casablanca fue un tormento de rodaje donde nadie sabía cuáles iban a ser sus frases hasta poco menos de media hora antes de rodar las escenas, porque nadie sabía cómo acabar ya "la maldita película". Y que tampoco sabe que Esplendor en la hierba es imposible de copiar sin caer en el más terrible de los ridículos.
Con todo ello y, sin duda, debido a esos sus recuerdos de una niñez cinéfila, Damien se ha montado esta historia-refrito de muchas cosas y cositas que a todos nos suenan, y será por eso que ha sabido llegar al corazoncito nostálgico del gran público al que, de una manera u otra, quizás le afecte la ilusión placentera de salir más joven del cine recordando aquellas antiguas películas de canciones y bailes sincopados sin que la trama importara demasiado, o el mero optimismo que da esto de ver bailar y cantar a un montón de gente y, cómo no, lo de las alegrías y sinsabores de una parejita ilusionada con sus cosas de parejita ilusionada. Eso lo tiene, sin duda, y lo que es aún mejor, ha conquistado los despachos de los jefes del negocio este del cine que, al fin y al cabo, es lo que importa en este negocio. Como en todos. Porque, no lo olvidemos, el cine es un negocio. Y en este caso, Damien sí parece que tenía muy claro lo que quería hacer, que era, sobre todo, un bonito e ilusorio espectáculo visual y, en esa faceta, lo ha conseguido; pero el resto es más que dudoso.
Sí, vivimos en la época en la que es más importante parecer que ser: posar, parecer, contar algo en imágenes tan agradables antes de que nadie se dé cuenta que todo es falso, solo fachada y, como producto de esta su época, esta película parece buena pero no lo es. En absoluto. Aquí el problema ya es que ni Ryan Gosling ni Emma Stone, siendo ambos buenos y solventes actores, no son, ni mucho menos, cantantes ni bailarines. Y ni se les ha dicho ni exigido que se esforzaran demasiado, y se nota, vaya si se nota. Y al presentar "un musical" con protagonistas que no cantan ni bailan lo suficiente para hacer meritorio eso de "un musical", va a ser que ya no vamos bien.
Entonces te dicen que no, que en realidad no es un "musical" al uso sino más bien una película con música y bailes. Pues me da igual, qué más dará arroz con guisantes que guisantes con arroz; esto no será un "musical" al uso pero es un musical que resulta que no lo es. Por lo tanto, ¿qué es? Pues una película falsa, no es nada, solo una historia romanticona como miles de otras que ya hay cada tarde de sábado en la televisión, a la que se le han metido bailes y canciones para disimular que es decepcionantemente mediocre.
No hay que ser un erudito del cine para ver, aquí y allá, "reflejos" (o ligeros espejismos) de escenas de clásicos musicales pero a un nivel mucho más amateur, como si se vendiera (y me temo que de eso se trata) como un pequeño "homenaje" a esas películas clásicas que SÍ emocionaron a generaciones de espectadores (y aún lo hacen, lo bueno es eterno); pero que no son más eso, pequeños guiños para hacerse, sin mucho esfuerzo, con esa nostalgia del espectador y metérselo en el bolsillo antes de que se dé cuenta de que es una (muy) mala copia de otras grandes escenas... Sí, señoras y señores, estamos ya tan acostumbrados a comprar en los mercadillos copias infames de las grandes marcas y a ir por la calle tan contentos con bolsos y gafas de Catalina Herrena, Chanpel y Pior como si fueran los originales, que cualquier cosa que suene o aparente similitud con algo bueno, aunque sea una copia infame, nos parece no solo aceptable sino admirable.
La sorpresa que servidora se llevó cuando esta mediocre copia-refrito de alguno de los clásicos títulos del cine arrasó en los Globos de Oro fue la misma que siento cuando la gente compra bolsos de mercadillo de marcas falsas por un mero sentimiento narcisista de "porque yo lo valgo y me da igual que sea falso": un profundo estupor con un no poco disimulado malestar. Sí, de eso va esta peliculilla, del "porque yo lo valgo", de la complacencia narcisista de esta época que nos acompaña, de los selfies y los multilikes en Instagram, de la mera autosatisfacción por encima de todo, de ser finalista de un reality show como meta sublime, de la fama del yo lo valgo, ahora y para siempre, y si el resto del mundo está equivocado o no entiende nada es porque son ignorantes y, porque yo lo valgo, te lo hago saber. O ambas cosas y todo a la vez.
Por tanto, no es la historia de la ambición por el propio talento, que eso siempre es de admirar, sino la ambición de y por la propia vanidad. Y vanidad y talento pueden ser coincidentes o no, pero la sola obsesión por la propia vanidad sin talento suficiente va a ser que no, no es lo mismo.