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28 de diciembre de 2015

Cuadernos cátaros (III): Carcassonne

Vistas desde el hotel.
Después de haber descansado y sobre todo de haber podido disfrutar de las estupendas vistas que tenemos de la ciudad medieval de Carcassonne desde la azotea del hotel, donde está la piscina, nos disponemos a explorar la zona. Nosotros estamos en la ciudad moderna, también conocida como Bastida, en la parte baja de Carcassonne; a esta zona le dedicamos menos tiempo porque lo que nos interesa es la ciudad medieval, pero sí podemos ver al menos un par de cosas destacables: por supuesto el puente viejo, que es el que da acceso al recinto amurallado; la catedral gótica de Saint Michelle y la plaza Carnot, donde organizan un mercado de flores y fruta; y el canal du Midi, donde podemos tomar los barcos que hacen excursiones por el río.

Para llegar a la ciudad medieval (también conocida como Cité), que se encuentra bastante cerca de donde tenemos nuestro alojamiento, solo tenemos que cruzar este puente viejo sobre el río Aude y después seguir las indicaciones hacia el centro histórico, que desde 1997 es Patrimonio Mundial de la Humanidad y por supuesto tiene una increíble historia que abarca desde los romanos a los visigodos, sarracenos y francos, además de multitud de enfrentamientos políticos, guerras y la famosa cruzada contra los albigenses, que también dejaron su huella en la ciudad. El camino hasta las murallas es muy bonito, cruzando el río y después subiendo un tramo por callecitas estrechas y llenas no solo de viviendas sino de restaurantes, cafés y tiendas de artesanía de todo tipo. Nos da el tiempo justo para buscar un sitio donde cenar, dar una pequeña vuelta por la ciudad y volver al hotel a dormir; pero ya nos damos cuenta de que Carcassonne tiene mucho encanto.

Murallas de la ciudad medieval.
A la mañana siguiente volvemos a recorrer el camino hacia la muralla, esta vez de día y pudiendo observar muchos más detalles de los que hemos visto la noche anterior. La entrada a la ciudad se hace por la puerta Narbonesa, en la que hay una escultura de la dama de Carcas, el símbolo de la ciudad y de la que se dice que la defendió de los ataques de Carlomagno. Muy cerca de la entrada está la oficina de turismo, así que nos dirigimos allí para pedir un mapa y organizarnos el recorrido por la ciudad. Además nos dicen que aproximadamente en una hora hay visita guiada, en español, al castillo, así que mientras hacemos tiempo hasta que abren, vamos a ver la basílica de San Nazario y San Celso. Es un edificio de estilo gótico y está construido sobre una iglesia anterior, de la época carolingia. La basílica es muy bonita tanto por dentro como por fuera, pero lo más llamativo son sus vidrieras, que incluyen escenas de la vida de Jesucristo y otras sobre San Pedro, San Pablo y los dos santos que le dan nombre.

Vidrieras de la basílica.
Después de pasar un rato en la basílica ya sí nos dirigimos al castillo para sacar las entradas de la visita guiada; en la propia taquilla nos enteramos de que también se puede ver el castillo por libre, pero como no hay demasiada diferencia de precio y además el recorrido guiado es un poco más amplio, decidimos que merece la pena que la visita sea con guía. El punto de encuentro es en el patio del castillo, así que no tiene pérdida aunque hay que estar allí puntualmente o la visita empezará sin ti. Tenemos la suerte de no ser un grupo demasiado numeroso, así que el recorrido es bastante más productivo que si lo hubiéramos hecho con un grupo grande; nuestro guía es un chico de lo más simpático, que nos hace la visita muy muy amena y divertida. Nos pasamos con él algo más de una hora, en la que recorremos varias de las torres del castillo, algunas salas, un museo lapidario con sarcófagos y balas de cañón, entre otras cosas, salas que no están accesibles con la visita por libre... Después del recorrido con el guía seguimos visitando el recinto, esta vez por nuestra cuenta, para ver más detenidamente algunas zonas que nos hemos dejado pendientes: la barbacana de entrada, que hemos visto fugazmente al acceder, el patio de armas, el resto de las torres...

Recorriendo el castillo.
La planta del castillo tiene forma rectangular, y todo su perímetro se encuentra rematado con torres defensivas que, unidas a otros elementos como el foso, la barbacana de la que hablaba antes, y los puentes levadizos, están destinadas básicamente a proteger la ciudad medieval de los ataques que sufrió en la antigüedad.

Se va acercando la hora de comer, así que nos dedicamos a callejear buscando un sitio que esté más o menos despejado; Carcassonne es una de las ciudades más visitadas de Francia, y eso en pleno mes de agosto se nota bastante. Decidimos entrar en un restaurante muy cuco, bastante apañado de precio y con un patio cubierto de parras, así que nos sentamos en una de las mesas que tienen allí; y por fin podemos probar el blanquette, que no hemos tenido ocasión de hacerlo cuando hemos visitado la abadía de Saint Hilaire.

En los ratos en los que hemos estado callejeando por la ciudad, hemos visto prácticamente en todas partes unos carteles anunciando un torneo medieval, una de las atracciones estrella. Hay dos torneos al día y como nos apetece pasear un poco después de la comida, compramos entradas para el último; mientras llega la hora nos dedicamos a pasear para hacer tiempo, a ver tiendas para comprar algún recuerdo (localizamos una tienda en la que hacen unos jabones artesanales estupendos)... Opciones hay, y es que Carcassonne es una ciudad perfecta para callejear, perderse y descubrir todo tipo de rincones. A última hora nos dirigimos a las murallas, donde tendrá lugar el torneo; la muralla de la ciudad es doble, y el torneo se organiza justo en el espacio que hay entre las dos hileras de muro. Está todo decorado de forma muy resultona, con gradas de asientos de madera y toldos de tela con escudos medievales pintados. Los organizadores nos dan la bienvenida en francés, inglés y español, pero a partir de ahí todo se desarrolla en francés, con lo cual a mí se me escapan ocho de cada diez palabras, más o menos. Aun así, la cosa está bastante entretenida.

Uno de los caballeros.
El torneo me recuerda un poco a las fiestas medievales de Teruel, en las que he estado en varias ocasiones, aunque allí lo hacen en la plaza de toros y claro, queda mucho más aparente en una muralla medieval como la de Carcassonne. Hay un rato de luchas entre los caballeros (tanto a caballo como a pie), un concurso de habilidad, y por supuesto un premio para el ganador, además de contar allí con la presencia de los "reyes". Después del torneo tenemos que exprimir al máximo las últimas horas que pasaremos en la ciudad, porque al día siguiente pondremos rumbo a nuestro siguiente destino, así que aprovechamos para callejear un rato más, buscar el sitio de nuestra última cena y, ya de noche, volver de nuevo caminando hasta el hotel y dejarlo todo listo para continuar nuestro viaje. Al día siguiente madrugamos y nos despedimos de una ciudad que, a pesar de estar totalmente orientada al turismo y dispuesta casi como si en realidad fuera un parque temático, nos ha dejado muy buen sabor de boca. No nos ha dado tiempo a visitar ninguno de sus museos, como el de la escuela, el de la caballería y el de los instrumentos de tortura; pero siempre está bien dejarse algunas cosas pendientes, así hay excusa para volver.

La Bastida y la Cité, desde el castillo.

10 de diciembre de 2015

Lo que se aprende viajando (y leyendo)

Et bien, es inevitable en estos días hablar y comentar sobre los sucesos del 13 de noviembre en París. Y se seguirá hablando durante mucho tiempo. Pero me he acordado de una anécdota personal que les iba a contar y sobre la que he ido escribiendo estos días atrás a ratos libres pero, que vaya qué casualidad, aunque solo era mi mera impresión, me encuentro que la anécdota personal que les iba a contar va en un sorprendente sentido coincidente con un reciente artículo de opinión del periódico francés Liberation, artículo o crónica de opinión que ha recibido todo tipo de improperios descalificatorios en las redes sociales.

Lo voy a decir y lo digo, y es que estamos que nos la pillamos con papel de fumar, si me permiten la expresión, porque parece que todo lo que sea salirse del buenrrollismo y del todoelmundoesgüeno es recibido en las redes sociales como un ataque a la humanidad. Y creo yo, si me permiten la opinión, que hay que distinguir un poquito de lo que es un pensamiento racista y xenófobo, que lo hay y nadie niega que existe y es reprobable, de algo muy distinto, que es la expresión de ciertas dudas y hasta temores que nadie está exento de sentir, dados los últimos acontecimientos macabros que durante estas últimas semanas han copado las portadas de los periódicos.

Hace un tiempo hablaba de los barrios de las afueras de París, donde con solo coger el metro en el centro e irse a uno de esos barrios, tal parece que ha llegado usted a una ciudad en algún punto de África; y eso no es exagerar ni es ser racista ni es ser xenófobo, es contar la pura realidad de las cosas por mucho que a la alcaldesa de París le indigne que se diga y se comente. Es la paradoja que se vive en los países europeos, donde a políticos y ciudadanos no se nos cae de la boca al hablar a todas horas, con orgullo y satisfacción, sobre la defensa de los derechos humanos, el estado de bienestar y la igualdad de oportunidades, pero nos vemos trasladados a ciertos gestos y hechos que ya considerábamos superados, como la nada recomendable costumbre islámica de imponer (sí, imponer, vamos a llamar a las cosas por su nombre) esa vestimenta infame que es el niqab, que reduce a las mujeres a ser meros bultos andantes. O ¿qué me dicen de la "peculiaridad" de que en un país que forma parte de la OTAN y aspira a ser miembro de la Unión Europea no solo se permita con total impunidad, más bien se aliente, el matrimonio de hombres maduros con niñas (¡niñas, de 9 años o menos en adelante! ¿Se imaginan ustedes casando a sus hijas de 9 años con un señor de 30 o 40?) ¿Decir que eso es una terrible ignominia es ser xenófobo? ¿Debe ser considerada tal aberración como un "patrimonio cultural"? Pues si eso es cultura, arrasemos con toda la cultura, la nuestra y la de otros, que no merecen la pena.

Y ¿qué me dicen de la "ceremonia" de ablación genital a las niñas, hecho infame que no viene avalado por ningún texto sagrado de ningún tipo y solo responde a un terrible concepto de sociedad machista en extremo? ¿Condenar la ablación genital es ser xenófobo? Al ser una "costumbre ancestral" ¿no se debe decir más que es "un reprobable asunto interno de determinados países"? O ¿qué me dicen de esos países donde hay más grifos de oro y coches de alta gama que arena en el desierto pero se prohíbe por ley que las mujeres puedan conducir? Y podríamos seguir con muchos ejemplos, como recibir 100 latigazos por hacer, un grupo de jovencitos, un vídeo bailando el tan popular "Happy"?

"Occidente" no es perfecto porque aún nos estamos quitando con mucho trabajo parte de esas costumbres bárbaras que también eran muy normales por estos lares hasta no hace tanto, y sí, "occidente" no está libre de culpa de hechos no muy distintos a los que criticamos de "otras culturas", pero la diferencia es que tratamos de ir adelante y no hacia atrás. Otras culturas pueden echar en cara a "occidente" que la pena de muerte no es cuestión solo de "otras culturas", y es cierto, lo mismo que la situación de la mujer occidental no es, ni mucho menos, la que debería ser en cuanto a igualdad de oportunidades. Pero oiga, le digo una cosa que marca la diferencia: el autor de ese artículo de Liberatión puede recibir todas las críticas posibles en la redes sociales pero ningún gobierno occidental le condenará a recibir 1.000 latigazos por expresar su opinión. En el caso de que sus palabras fueran o fuesen consideradas delito, tendría un juicio con derecho a defensa. Parece una tontería pero no lo es, y eso marca una gran diferencia.

Señoras y señores, estoy harta del buenrollismo, estoy harta de que se considere casi normal que vamos a tener que sufrir y aguantar que, de vez en cuando, un grupo de pirados, solos o en compañía de otros, se dediquen a tirotear a la gente por la calle invocando falsas consignas de "nuestra cultura" o de "otras culturas" o de todo a la vez, y no poder siquiera quejarnos. Quien quiere matar, mata, eso lo sabemos, y nunca ningún motivo puede servir de excusa a quien decide organizarse para matar. Y SIEMPRE, y en cualquier lado del mundo, habrá gentes que se arroguen el poder de disponer de la vida de otros a su propio capricho y antojo, pero no por ello el resto debemos conformarnos ni resignarnos con eso de "son cosas que pasan". Sí, claro, siempre pasan cosas y es imposible controlar a todos los tarados del mundo, pero a ver si ahora, a estas alturas de la película, el pensar libremente va a ser sinónimo de "ofender" y nos vamos a tener que quedar callados y ni siquiera poder expresar en libertad las cosas con las que no estamos de acuerdo.

Y a eso venía, a contar una mera experiencia personal que ni es ni pretende más que ser lo que es, mi personal opinión de las cosas del mundo con mi propia experiencia, que es la mía y guste o no guste, en esta parte del mundo no me va a suponer más que eso, el derecho de poder hacerlo. Que hasta ahí podíamos llegar, que no se pudiera expresar la libre opinión sobre las cosas de la vida por no "ofender" a las redes sociales. Ofender nos podemos ofender todos por muy variados motivos y eso nunca justifica acciones violentas, me da igual que sea un cristiano ultraortodoxo que tirotea una clínica de planificación familiar que un musulmán que hace lo mismo en una fiesta de empresa. Acciones despreciables ambas y ambas dignas de desprecio y punibles como delito. Y lo cierto es que Francia no puede ser considerado como un "país ejemplo" en su organización de acogida de inmigrantes de "otras culturas" ya desde décadas, pues los muy cacareados principios republicanos de la laica Francia dejan mucho que desear en lo que es la realidad de la vida cotidiana francesa pero, aun así, con todos sus errores y fallos, nada justifica el vil desprecio por la vida humana y, dada la coyuntura en la que nos movemos, no me nieguen ustedes lo evidente y es que se les encoge el culo si se ven en el trance de encontrarse en el metro con un ser humano cubierto de pies a cabeza con ese atuendo negro que recibe el nombre de niqab y que no es más que una cárcel portátil. Y una cárcel, sea consentida u obligada, es una cárcel. Y no, no podemos consentirlo. Una cosa es el derecho a libertad religiosa, que nadie niega, pero poner una cárcel a las mujeres por el mero de ser mujeres y que la vista de las mujeres "ofende" o "provoca" o cualquier imbecilidad por el estilo no tiene nada que ver con ninguna religión.

Y aquí vamos y llegamos a la anécdota de la Maru. Yo no sé ustedes, pero yo, en cada una de las visitas que he hecho a París, como toda persona que se acerca a la capital francesa como turista, casi se ve una obligada al rito cuasi religioso de subir a la torre Eiffel. Les confieso que no es mi visita favorita pues las alturas y yo no nos llevamos bien, pero siempre coincide que vas con alguien o que le hace especial ilusión o que nunca ha subido o que quiere repetir la experiencia, y una, que es amable tirando a boba sin remedio, pues cede a la visita de marras y se pone a la cola, compra los tickets y sube de mala gana porque ¿qué quieren que les diga?, tampoco es para tanto pues la torre Eiffel es más espectáculo y espectacular desde fuera que desde dentro. Sí, subes por un ascensor trasparente que va en ascenso diagonal y así te ahorras los centenares de escalones (345 a la primera planta más otros 359 a la segunda, a la última planta solo se permite acceso en ascensor), y sí, vas viendo todo ese ensamblaje de hierro que la forma, y tal y pascual, y bueno, que sí, que vamos subiendo. Y durante ese pequeño ascenso da tiempo a pensar que no siempre los parisinos amaron con el tanto fervor que ahora manifiestan sin fisuras a ese enorme engranaje de hierro y tornillos, pues al poco de finalizar la Exposición Universal de 1889, para la que se construyó, coincidiendo con el 100 aniversario de la Revolución Francesa, los parisinos clamaban furiosos para que se desmontara ese "monstruo de hierro". Pero como desmontarla resultaba más caro que haberla montado y que mantenerla en su sitio, las autoridades locales no hicieron ni caso de las protestas ciudadanas y la torre Eiffel se quedó donde estaba, sobre todo porque en todo lo alto se había colocado una potente antena de radio en 1909 y eso, además de pingües beneficios, constituía un avance técnico al que no se podía renunciar, por mucho que a los parisinos les molestara la visión de una torre que iba a ser provisional. Y ya ven qué buen partido tanto estético como económico le han sacado al "monstruo de hierro". Lo cual da que pensar en que no siempre la ciudadanía acierta en sus opiniones y deseos. Y bien, te subes en el ascensor con capacidad para más de 40 desconocidos y llegas al primer o segundo piso (nunca he subido al punto más alto ni tengo la menor intención de hacerlo jamás) y sí, se ve el Sena, que está ahí delante, se ven les palais, que también están ahí al lado, la torre Montparnasse, que está hacia el otro lado, y tal y pascual; efectivamente, se ve París, pero yo recomiendo más la "vista de París" desde lo alto de la escalinata del Sacre Coeur mejor que desde la torre Eiffel. Pero sobre gustos, cada cual tiene los suyos.

Bien, a lo que iba y venía.

En todas esas visitas a la torre Eiffel, en lo primero que te fijas es en que hay un buen contingente de militares armados por toda la explanada de los accesos, sobre todo por el que viene de las cercanías del Sena. La parte posterior está (aparentemente) menos vigilada aunque también es cierto que es menos transitada (y mucho menos atractiva, no es más que una larga y ancha explanada terrosa) y la presencia militar, de soldados muy altos y con sus armas a mano, bien visibles, se intensifica en la zona de la compra de entradas. Por tanto, para quien visite París, nada de extraño tiene encontrarse con militares armados no solo en los alrededores de la torre desde hace más de una década. Y son bien visibles. Por otra parte, casualidades de la vida, siempre en mis visitas me he encontrado con un grupo de mujeres musulmanas con niños. Niños pequeños, de entre dos y ocho años. Tal parece que a las mujeres musulmanas les subyuga de forma extraordinaria eso de ir en grupo y subir a la torre Eifel.

- Y ¿cómo sabe que eran mujeres musulmanas?
- Buena pegunta, porque podrían ser mujeres como hombres como estrellas del porno de incógnito, pero apunto lo de "musulmanas" porque iban absolutamente cubiertas con esa vestimenta negra de cabeza a pies y que solo deja ver los ojos.
- Ah, ya, un niqab.
- Pues eso...

En Francia, ya desde 2011 no se permite vestir con niqab en espacios públicos, pero antes de esa fecha no era nada extraordinario encontrarte con mujeres con velo integral por todo París y, sobre todo y como les comento, en la cola de la compra de tickets para subir a la torre Eiffel; y como tal intención lleva casi siempre un buen rato, pues mientras estás en la cola te fijas en que cada grupo de mujeres con niños, que suelen ser no menos de cuatro y no más de ocho, lleva como acompañantes a dos hombres. Los hombres que van con ellas no visten de ninguna manera particular y tampoco hay conversación con el grupo, solo están con ellas. En una de esas visitas, más casualidades de la vida, me tocó estar en la cola rodeada de dos grupos nutridos de esas señoras con sus pertinentes acompañantes masculinos. Y como no hay otra cosa que hacer en ese momento que esperar en la cola, te fijas. Eran todas jóvenes, entre "veintitantos" y "treintaypocos". O al menos eso deduces por sus ojos, que es lo único que ves. Y también, usando el principio de Arquímedes en espacio terrestre, por el volumen que desplazaban, se podía deducir que eran jóvenes y más o menos delgadas. Hablaban entre ellas pero era difícil entender nada porque tampoco es que estuviera pegada al grupo ni especialmente interesada en saber qué decían, y al hablar a través de la tela se entenderían entre ellas y poco más, pero su charla era animada. Los niños se impacientaban y reclamaban jugar o irse y las señoras no les hacían mucho caso, por no decir ningún caso, hasta que los acompañantes masculinos les indicaron que se ocuparan de los críos para que no molestaran.

Y me fijé en una cosa en particular y les confieso la sensación que me produjo y lo digo en lenguaje coloquial y hasta vulgar: tuve esa sensación de cuasi pánico que hace que se te cierren todos los esfínteres del cuerpo. No por las señoras y muchachas en cuestión, no; a ellas se las notaba muy tranquilas, alegres y muy normales (dentro de lo nada "normal" que es ir tapada con una sábana negra de la punta de la cabeza a la punta de los pies). Lo que me heló la sangre era la mirada hacia las mujeres de sus dos "cuidadores": desprecio y yo diría que hasta asco. No creo que fueran familiares del grupito de mujeres y niños, más bien eran eso, "cuidadores", los preceptivos acompañantes masculinos de las mujeres musulmanas. No sé si yo o alguien que yo conozca ha mirado a alguien con esa cara de profundo asco, yo espero no haberlo hecho nunca y no recuerdo una mirada en nadie que yo conozca que fuera tan expresiva como la de los "cuidadores" hacia su objeto de cuidado: una mezcla de asco e indiferencia muy lograda, no se me ocurre poner otro ejemplo que la cara que usted o yo podemos poner al ver una rata de cloaca atropellada, te da asco y a la vez es una rata, ¿no?, tampoco tiene mucha importancia. Por favor, no se me ofendan los animalistas pero es lo que hay: una rata de cloaca es un fijo transmisor de enfermedades.

Pues esa era la mirada, pero aplicada a las mujeres. No me digan que no es para preocuparse.

Estuve en esa cola unos veinte minutos, yo, mujer "occidental" por la pura casualidad de nacer en esta parte del mundo, con mi camiseta blanca de manga corta, mis vaqueros de toda la vida y mi pelo largo recogido con una sencilla pero cómoda diadema. Yo. Mujer occidental rodeada de otras mujeres como yo (y en situaciones así eres plenamente consciente) viéndome como una absoluta privilegiada por el mero hecho de llevar toda mi vida pudiendo ir sola a donde quisiera, hablar con quien quisiera hablar y hablar con quien se me antojara y entrar donde quisiera sin necesidad de "cuidador" ni de pedir permiso a nadie más que a mí misma y mi propia capacidad económica y, qué cosa tan tonta y a la vez tan importante, vestida como me diese la gana. Pero les digo una cosa y la digo como suena: que, rodeada de esos dos grupitos, realmente la extraña parecía yo. De hecho, para redondear la situación, uno de los militares apostados justo al lado de la cabina donde se compran las entradas, un militar alto, muy alto, atractivo, fornido y de clara e inequívoca etnia subsahariana (es decir, alto, muy alto, atractivo, fornido y negro), se me quedó mirando fijamente. Y no, no con cara amigable, no se piensen ustedes que la mirada fue agradable. Que me dije yo a mí misma: ¡vaya por dior, hay que joderse que el del rifle se me queda mirando con cara de qué precisamente a mí y no a los grupitos que me rodean!

Yo qué quieren que les diga, es lo que hay. Es decir, como decía Spielberg, "ya están aquí". En realidad, ya llevan muchos muchos años entre y con nosotros. Sí, claro, hablo de los musulmanes, la segunda religión más expandida por el mundo. Y no es que yo viaje mucho y a todas horas y, desde luego, mucho menos de lo que me gustaría, pero además de hacer turismo, conviene fijarse en más cosas que hacer fotos y selfies. Y como modesta turista curiosa, me hace una gracia loca cuando los tertulianos y periodistas cantan las excelencias de la convivencia europea, la Europa multicultural, y se escandalizan de quien dice que los musulmanes europeos nunca se han acabado de integrar en las convicciones "europeístas" que los "indígenas" europeos damos por entendidas para todos y ponen el grito en el cielo si algún periodista dice la verdad o una parte innegable de la verdad de las cosas, y es que en barrios de París y de Bruselas los musulmanes celebraban su costumbre de degollar corderos para sus fiestas en plena calle o en la intimidad de su casa. Porque es cierto. Y no es ningún comentario ni racista ni nada ista, es parte de la realidad; la gente a donde va se lleva sus costumbres y muy bien que hace, otra cosa es que esas costumbres entren en conflicto con normas sanitarias de consumo de alimentos y se deban regular para el bien de la salud de todo. ¿Cuál es el motivo de "escándalo"? ¿Nos "ofende" la realidad de las cosas? Pero claro, ya sale la periodista "moderna y concienciada" de turno (sí, que casi siempre somos las mujeres occidentales quienes ponemos la nota suprema de "buenrrollismo occidental", es que nos puede el buenrollismo para todo, vaya por dior) diciendo que no, que es mentira. Y no, no es mentira y decir que esas cosas pasaban en barrios de París y Bruselas no hace tanto no es ningún insulto, no nos colguemos la medalla de la civilización, que no hace tanto lo mismo se hacía en nuestros pueblos hispanos, ni más ni menos.

De verdad, yo es que no lo entiendo, o qué pasa, ¿que ya se nos han olvidado nuestras propias poco razonables costumbres? O poco viaja la gente que contratan en las tertulias televisivas, o la que viaja no se entera de nada. Porque de París no puedo afirmarlo, pero lo de los corderos en Bruselas sí y por familiares que viven allí desde hace décadas. Y vamos a ver, que tampoco tiene nada de particular, no nos pongamos exquisitos como si nosotros tuviéramos el culo de oro, porque por estos lares sacamos a los santos y las vírgenes de las iglesias en Semana Santa y fiestas patronales y vamos todos detrás vestidos de luto. O construimos preciosas, irónicas y gigantescas esculturas de cartón que luego quemamos, que viene uno de Finlandia y lo ve y se va a su país pensando que estamos locos de atar; y qué decir de esa costumbre tan ancestral como innoble de reunirse en un amago de teatro romano para ver cómo se mata con saña a los toros. Las costumbres son las costumbres y todo es negociable.

El problema de degollar corderos en medio de la calle o en una casa particular para celebrar sus tradiciones no es mucho más grave que soltar vaquillas por las calles de pueblos y ciudades, que no me digan que no es una costumbre igualmente extraña y que se sigue haciendo; pero el degollamiento de corderos en las calles ya no se hace y no se ha legislado por un problema estético (que no lo es, que ya sabemos que el jamón york ni nace en una lata ni es una fruta que crece en los árboles) y no, no es por eso por lo que ya se prohibió que se hiciera de esa manera. ¿O acaso no tenemos por estos lares la tradicional "matanza del cerdo" o lo de tirar cabras desde un campanario? Se prohibió hacer lo de la degollación de corderos en las calles de los barrios por cuestiones higiénico-fitosanitarias, nunca por cuestiones religiosas. Pero hasta hace unas décadas atrás sí es verdad verdadera que se hacía. Y es que las religiones no tienen nada de bueno ni de malo, son como todo, según cómo y para qué se usen. Nos parecen fatal muchas cosas de la religión musulmana pero, oiga, ¿qué me dice del derecho al voto para las mujeres "occidentales", si ha sido hace nada, en la década de los años 30 del siglo pasado, y no en todos los países occidentales y "modernos"? La verdad es que si yo fuera un hombre (y los dirigentes del mundo y las grandes empresas del mundo son hombres) no prestaría gran atención a que la religión musulmana se vaya extendiendo entre nuestras occidentales y democráticas costumbres. Al fin y al cabo, para un hombre poco cambia su situación vital en cualquier religión porque las mujeres siguen siendo minoría en altos cargos, y las que trabajan suelen tener, por ley, menos sueldo que sus compañeros masculinos por mismo puesto y trabajo. De permisos de maternidades ya sabemos que se dan de mala gana y pocos hombres se animan a pedir eso de poder cuidar a la prole en sus primeros meses. Las mujeres, en cuestiones laborales, siempre tienen las de perder.

Porque ¿cómo se inició el acceso de las mujeres "occidentales" a la universidad? Pues a escondidas, lo mismo que en el mundo del deporte y casi casi en el mundo de la empresa. De no ser por la II Guerra Mundial, a nadie se le habría ocurrido que las "frágiles y femeninas" mujeres pudieran trabajar y cobrar salarios como hombres. Y fíjense ustedes en el hecho histórico y contrastable de que, después de la guerra, fueron los sindicatos socialistas los más activos en las campañas anti mujeres trabajando en las factorías de las empresas y, personalmente, puedo recordar la escandalera que se montó con las primeras mineras que, como tales, ganaron el derecho laboral de bajar a trabajar con los hombres a las minas. Y cómo las mismas mujeres, las esposas, hermanas e hijas de mineros, no se cortaban un pelo en insultar a las mujeres mineras diciendo algo tan poco "moderno" y "sindical" de "¡¡están quitando el sueldo a los hombres, el sueldo de una casa!!". Afortunadamente ya esa mentalidad de que una mujer trabajadora "le está quitando el sueldo a un hombre" va descendiendo. Me gustaría decir que ha desaparecido, pero ustedes y yo sabemos que no es cierto.
Por tanto, señores y señoras musulmanes radicales que "odian" la vida del "infiel", no se alteren ni pierdan el tiempo matando a nadie en terrazas de cafés o en salas de bailes; el "moderno occidente" solo tiene una ligera capa de "modernidad", no hace falta que nos maten ni se manchen las manos, tienen entre nosotros a muchos afines, sobre todo a los señores "occidentales y democráticos" que no saben ustedes las muchas ganas que tienen de mandarnos a las mujeres a casa a solo limpiar, cocinar y cuidar de los niños.Y, por mucho que duela reconocerlo, también muchas mujeres "occidentales" son de esa mentalidad.

¿Les extraña el "éxito" de las radicales consignas musulmanas, incluso de las que son constitutivas de delito? Pues... a mí lo que me extraña es que no tengan aún más éxito. Porque esto es lo más raro, ¿qué necesidad hay de instaurar "el terror"? Sí, terror, niegue usted lo que dice el cronista del periódico Libération y que tantas críticas negativas ha tenido, niegue usted, si tiene valor, que no se le encoge su occidental culo cuando se encuentra a una mujer con niqab o velo integral sentada a su lado en el metro. Porque, oiga, el miedo es libre. Y porque ya sabemos que los señores del petroleo árabe y afines podrían tanto destruir como comprar Europa entera 30 veces y aún les sobraría dinero. ¿Por qué no lo hacen? Ah, señores y señoras, porque el "malvado occidente" y sus perversas costumbres de "joie de vivre" son mucho más entretenidos que las leyes musulmanas y, además, oído cocina, las mujeres occidentales les resultamos fascinantes, atrevidas y encantadoras y no resisten la tentación. Mais oui, cherchez la femme.

¿Somos las mujeres occidentales la última esperanza de Occidente? Sí. Y ya habríamos logrado nuestra ansiada y legitima igualdad de oportunidades si no estuviéramos perdiendo el tiempo suspirando y peleando entre nosotras por ese maromo al que queremos hacer padre de nuestros hijos, y consintiendo que por el mismo trabajo se nos pague menos. Pero, sobre todo, son las mujeres musulmanas las que pueden salvar el mundo. Démosles tiempo y nuestro apoyo pero sin caer en la demagogia del buenrrolismo, porque no será mañana ni dentro de una década, no sé cuándo será ni si primero tendrán que pasar su propio "bautismo de fuego" como combatientes a favor de algo que las condena a ser meros bultos, pero con el tiempo, con la toma de conciencia de su propia valía, con su propia "guerra mundial", yo sí creo que como siempre, las mujeres serán las que romperán las barreras de la barbarie hacia una deseable y civilizada hipocresía social. Esa que hace que aunque no estemos de acuerdo con el vecino, no por ello le tiroteemos o colguemos de un árbol.

Los radicales musulmanes ya han cometido el primer error y es la ingenuidad de reclutar mujeres occidentales para ser madres de sus cachorros o el usar mujeres musulmanas como bombas humanas, algo que solo estaba "reservado" para los hombres como soldados-héroes. Dele usted un arma a una mujer y se encontrará al más cruel de los seres humanos. Quizás sea la forma de que las mujeres musulmanas tomen conciencia de su poder, porque una vez que una mujer se hace fuerte se acaba su dominación. Llevará tiempo, mucho tiempo y mucho sufrimiento también, pero no nos hagamos los exquisitos y los sensibles ni tampoco nos resignemos ante la tragedia, ya que la humanidad, de una forma o de otra, siempre está en guerra. El problema es que la guerra la dirigen los hombres y, generalmente, hombres que, consciente o inconscientemente, aún consideran seres inferiores a las mujeres respecto a los hombres y solo les dan poder en contadas ocasiones. Parece una extraña y trágica paradoja pero lo mismo que la II Guerra Mundial sacó por necesidad de sus casas a las mujeres para trabajar en las fábricas o defender con armas a los suyos porque los hombres estaban en el frente de la guerra y eso significó que ya no hubo marcha atrás en el acceso de las mujeres a la actividad laboral, tengo la confianza de que las mujeres musulmanas se darán cuenta de que ni necesitan ser meros bultos por no "ofender" a sus "cuidadores" y que se puede ser practicante y devoto de cualquier religión sin necesidad de que eso suponga ninguna humillación.

Pero no nos las demos de listos, que tampoco en cuestiones teológicas de respeto andamos muy finos; que ayer mismo el Papa de Roma ha dicho la tontería del siglo y tan panchos nos hemos quedado. Sí, eso de que en este y solo este año de jubileo, el Papa de Roma ha decidido "perdonar" a las pecadoras mujeres que han abortado. Oh, mira, cuánta "generosidad masculina" por parte de señores que van vestidos con faldas. Mire usted, Papa de Roma, no me toque los ovarios , que "gracias" a unas inventadas consignas religiosas, todavía hay mujeres que van a la cárcel por abortar o por querer algo tan lógico como divorciarse de un marido maltratador, y lo que es más grave, con ese "perdón" no sé si se ha dado cuenta del "detalle" de que se está santificando a los violadores y las violaciones a niñas que quedan embarazadas con 10 años. E incluso menos.

Ya saben ustedes que la Maru se enrolla como una persiana y de la torre Eiffel nos vamos a los cerros de Úbeda, pero es que no puedo con ello: pero ¡qué manía tienen todas la religiones con fiscalizar los órganos sexuales de las mujeres, qué salidorros están todos los monjes y monjas de cualquier religión que es que parece que no se quitan a las mujeres de la cabeza y todo les lleva a fiscalizar, prohibir y tapar a las féminas por el mero hecho de serlo! ¡Venga ya, a ver si salimos ya de una vez de la Edad Media, joder!

Y sí, que no me olvido, que la Torre Eiffel está en París, mide 312 metros, 324 si incluimos la antena, y en cada planta han puesto unos acristalamientos bien altos para que no se incremente en más el numero de 370 personas que se han suicidado tirándose desde alguna de sus plantas. Es el monumento más protegido de Francia, después de los edificios oficiales de gobierno y, lo mismo que otro tipo de inventos semejantes, está en constantes obras de mantenimiento y solo en pintura son necesarias 40 toneladas. Desde hace años tiene iluminación nocturna que la hace visible desde casi cualquier parte de París. Bueno, no la iluminación de la torre en sí, más bien la luz a modo de faro que sale de la cumbre de la torre y que si bien hace la función de guía si estás cerca, también ejerce una extraña impresión que a mí no me acaba de convencer, parecen las luces de aviso de bombardeo inminente que vemos en tantas películas bélicas. Es que yo soy muy mía con mis manías y esa luz fantasmagórica que sobrevuela los tejados del barrio cercano a la torre no me gusta demasiado.
Contrariamente a lo que parece que piensa todo el mundo, la iluminación no dura toda la noche y de hecho hubo alguna moción para eliminarla del todo salvo para ocasiones especiales, porque la factura de esa iluminación es comprenderán ustedes, astronómica, pero no cundió la moción porque no deja de ser un atractivo turístico más.

Hay un bonito restaurante en la segunda planta que responde al nombre de Jules Verne y que, contrariamente a lo que se podría suponer, no resulta de precio prohibitivo y la visita merece la pena, no solo por las vistas, que ya les digo que bueno, que sí, pero que París es una ciudad más para ver desde el suelo que desde lo alto; pero las patatas soufflés del restaurante, además de curiosas son deliciosas, y aunque parecen muy fáciles de hacer, yo que he hecho la prueba en casa intentando imitar tan aparentemente sencilla y original presentación y preparación, y va ser que el truco no está ni en el corte ni en la calidad de la patata, ese truco está en la doble fritura y seguiré con mis intentos pero hasta ahora mi éxito de imitación ha sido muy limitado.

El señor Eiffel murió en 1923 los 91 años y le tocó vivir la época de controversia de quienes defendían la permanencia de la construcción y de quienes denostaban y odiaban ese enorme artefacto, lo que le ocasionó no pocos disgustos personales. Seguramente nunca imaginó que su obra sería el signo más inequívocamente reconocido y reconocible no solo de París, también de toda Francia. Pero tampoco se imaginaría que necesitaría estar permanentemente protegida por militares con armas bien a la vista.

Ya ven ustedes, ¡cómo en tan poco tiempo cambian y tanto las cosas! Y los problemas.

1 de diciembre de 2015

Cuadernos cátaros (II): Montsegur, Puivert y Sant Hilaire

Montsegur rodeado de nubes.
Dejamos Andorra por Pas de la Casa para empezar, ya en serio, nuestro auténtico viaje por el país cátaro. Nuestra primera parada es el castillo de Montsegur, que está solo a unos 100 kilómetros de nuestro hotel andorrano; pero el día ha amanecido bastante nublado y además el último tramo es de carreteras de montaña muy estrechas y con bastantes curvas, así que tardamos casi dos horas en llegar hasta allí. Sin embargo enseguida descubrimos que queda muy propio ver el castillo este día, porque se encuentra rodeado de nubes y apenas podemos divisarlo desde abajo.

Ya nos han advertido que la subida a Montsegur es de las más complicadas, una media hora larga a buen ritmo, y en este caso se junta que con la niebla no se ve demasiado bien, así que nos armamos de valor y comenzamos a dirigirnos hacia allí. En primer lugar paramos en el camp dels Cremats, el lugar en el que una estela de piedra nos recuerda que el 16 de marzo de 1244 murieron en la hoguera más de 200 cátaros, en un suceso que se considera el fin de esta religión. Y es que el castillo de Montsegur era la sede de la iglesia cátara, además de ejercer una función defensiva (de ahí su nombre: Montségur = Monte Seguro); y la historia de los cátaros hizo que también sea considerado un símbolo de la libertad y de la lucha por las ideas.

Torre del homenaje.
Cuando llevamos unos veinte minutos de subida, llegamos a la taquilla donde nos dan un folleto con información en español sobre el castillo, y además nos dicen que con la misma entrada podemos visitar también el museo de Montsegur, que expone todo tipo de objetos procedentes de las excavaciones realizadas en el castillo. Ya no hay marcha atrás, aunque al menos hemos llegado temprano y no nos cruzamos con gente que baja, ya que el camino es el mismo para todos. Y por fin, después de otros quince minutos por un camino de pedruscos, algunos escalones (si es que se pueden llamar así) resbaladizos, unas cuantas paradas para coger aire y de paso observar las espectaculares vistas, dentro de lo que la niebla nos permite, me parece increíble pero llegamos a la entrada principal, junto a la escalera de madera que a través de un arco da acceso al patio del castillo. Su planta es irregular, y su muralla tan ancha que en algunos puntos alcanza los 4 metros de espesor; toda una fortaleza, como vemos. Junto a la entrada secundaria, más o menos enfrente de la principal, se encuentra el acceso al primitivo pueblo cátaro, una zona en la que todavía hoy se siguen realizando excavaciones arqueológicas y se pueden ver los restos del pueblo.

Momento del rescate.
El castillo está medio en ruinas y de hecho lo poco que se conserva de él son los muros y parte de la torre del homenaje, por la que dicen que cuando llega el solsticio de verano entran los rayos del sol y atraviesan la torre de parte a parte. Mientras estamos dando una vuelta por el patio, observándolo todo, viendo esta torre del homenaje e intentando imaginarnos cómo viviría la gente allí dentro, y sobre todo admirándonos de cómo habrían podido resistir allí casi un año entero de asedio, vemos que aparece por allí un guía, se coloca en mitad del patio y la gente se empieza a sentar a su alrededor; a pesar de que la charla es únicamente en francés, decidimos quedarnos a escuchar por si acaso nos podemos enterar de algo. Y estamos allí intentando enterarnos de la historia de los cátaros y de este castillo, cuando de repente aparece en el patio un señor con cara de preocupación, que se acerca al guía, y así nos enteramos de que a alguien le ha dado un telele subiendo, y nuestra visita al castillo acaba con un rescate en helicóptero.

Después de tantas emociones, ponemos de nuevo rumbo a la falda de la montaña, no sin antes admirar de nuevo las maravillosas vistas desde lo más alto del castillo, aprovechando que el día se ha despejado aunque solo sea un poco.

Montsegur desde el castillo.

25 kilómetros nos separan de nuestra siguiente parada, el castillo de Puivert, en la localidad del mismo nombre. Después de haber subido los algo más de 1.200 metros hasta Montsegur, Puivert nos parece como un pequeño paseo, ya que no solo está en una montaña que tiene justo la mitad de altura, sino que además el aparcamiento está justo a los pies del castillo, con lo cual la subida es mínima aunque también es cierto que la carretera que llega hasta allí es un poco mala porque está sin asfaltar y es bastante estrecha. El castillo de Puivert es el que mejor conservado se encuentra de todos los que se pueden visitar en el país cátaro; no sé si porque pertenece a un particular y no al estado francés, pero el caso es que está perfecto.

Patio de armas de Puivert.
En la taquilla nos dan las entradas y un folleto, que únicamente está disponible en francés y es bastante escueto; para acceder al castillo debemos cruzar una barandilla de madera, bajo la cual antiguamente se encontraba el foso; al final de la barandilla hay una torre cuadrada con un arco, que atravesamos para acceder directamente al patio de armas. A nuestra izquierda tenemos un cartel en el que se nos indica (en francés y en occitano) cuál es el orden recomendado para hacer la visita. En él aparece el plano del castillo y junto a cada sitio hay un número, que podemos ir siguiendo ordenadamente para no perdernos nada; otra opción, como siempre, es visitarlo a nuestro aire sin hacer caso a los números. En el centro del patio se encuentra la torre del homenaje, que impresiona bastante con sus 35 metros de altura y 15 de lado; tiene cuatro plantas y podemos visitar todas ellas, aunque la planta baja sólo puede verse desde fuera. Para acceder al resto de plantas nos dirigimos hacia la parte trasera del patio: en la segunda se encuentra la sala de los guardas, en la que vemos diversas armaduras y escudos; en la tercera hay una capilla, con techos abovedados como si estuviéramos en una iglesia de verdad, además de unos tapices; y en la última vemos el salón de los músicos, donde tenían lugar los encuentros de trovadores, y que está decorado con figuras que representan a ocho músicos tocando diferentes instrumentos de la época en la que se construyó el castillo. También es posible subir a la azotea, y por supuesto ni que decir tiene que las vistas desde allí son espectaculares; aunque si vamos un día de mucho viento habrá que tener cuidado, porque aquí no hay barandillas ni nada, y en cualquier momento parece que vas a acabar cayéndote por allí...

Después de ver la torre del homenaje regresamos al patio de armas, en el que hay varias estancias que se han recreado como en la época de construcción del castillo: una celda que tiene el esqueleto de un prisionero que está custodiado por un guardia; un antiguo laboratorio, con recipientes de cristal y diversos materiales que se utilizaban para realizar experimentos o procesos químicos; y por último una estancia en la que han puesto una tienda de recuerdos donde además podremos tomarnos un café si nos apetece. En la tienda tienen desde libros y discos hasta llaveros y gorras con el símbolo de los cátaros, películas, plumas para escribir... Y precisamente viendo uno de los DVD que tienen puestos en la tele, es como nos enteramos de que es el castillo de Puivert el que aparece en una de las escenas finales de la película La novena puerta, aunque no llegamos a ver por allí a Lucas Corso...

Como ya se va acercando la hora de comer, decidimos seguir nuestro camino hasta Saint Hilaire, el siguiente sitio en el que tenemos previsto hacer una parada. En la calle principal del pueblo, aparcamos y comemos en un parque que hay allí mismo; y después nos disponemos a visitar el último lugar cátaro del día de hoy, la abadía de Saint Hilaire. El acceso a la abadía se realiza por la iglesia; junto a ella se encuentra el claustro, y en uno de sus pasillos veremos la taquilla, que también es tienda de recuerdos. Allí nos atiende una chica muy simpática que habla un español casi perfecto, y además de presentarnos al gato de la abadía y darnos las entradas, nos da también un folleto informativo, una hoja con información extra sobre el sarcófago de San Saturnino, y por último una tarjeta con la que nos explica que si vamos a la dirección indicada, correspondiente a la tienda que aparece en ella, nos darán a probar gratuitamente una copa del famoso blanquette de Limoux.

Claustro de Saint Hilaire.
Comenzamos la visita a la abadía por el claustro, que tiene una forma irregular no demasiado habitual. Sus cuatro galerías están decoradas con artesonado, y sus columnas dobles llevan motivos vegetales y animales, muy curiosos. En el centro hay una pila de piedra y, como no podía ser de otra manera, en una de las esquinas hay un ciprés enorme. Las cuatro galerías salen una de cada lado del perímetro del claustro: la galería norte es la que da acceso a la iglesia; la galería este nos lleva a la sala capitular y a los aposentos del abad; la galería sur da a los refectorios; y por último la galería oeste es la que nos conduce a las bodegas. Además de visitar la iglesia (de estilo románico, del siglo X, y cuyo objeto más famoso es el sarcófago de San Saturnino), la sala capitular (el lugar en el que los monjes se reunían con el abad para tratar los asuntos relativos al monasterio), los aposentos del abad (que son muy curiosos porque los techos de sus salas están decorados con pinturas, algunas de ellas con motivos eróticos), los refectorios (uno para monjes y otro para huéspedes) y las bodegas (a las que se accede por el exterior de la abadía y en las que ya en 1531 los monjes elaboraron el blanquette por primera vez), dejamos Saint Hilaire y nos dirigimos hacia Carcassonne, ciudad en la que pasaremos unos cuantos días alojados en el hotel Des Trois Couronnes. Llegamos allí ya a última hora, así que tenemos el tiempo justo para darnos una vuelta por la ciudad medieval (el hotel está bastante cerca), cenar y descansar hasta el día siguiente.