Con todo el dolor de mi corazón, el día que según nuestra agenda nos toca visitar Maguncia es también el día que se termina nuestro viaje por Alemania... Ya nos habíamos dado un pequeño rulo por la ciudad el día anterior, después de recoger a Mapi en el aeropuerto, pero cuando salimos era de noche y vimos pocas cosas, porque de todas formas teníamos previsto alargar la visita el jueves desde por la mañana hasta la hora de comer, en que volveríamos a España (haciendo noche en Francia).
Como de costumbre, dejamos el coche en un parking y recorremos la ciudad andando; además todo el
Altstadt (centro histórico) es peatonal, así que las posibilidades de moverse por allí en coche son más bien pocas. Hay una curiosidad, y es que las placas con el nombre de las calles están pintadas en dos colores: unas son de fondo rojo y otras de fondo azul. Nunca recuerdo cuál es el color que indica cada cosa, pero por lo visto se pintaron así para que, durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados supieran si la calle en la que estaban era paralela o perpendicular al río. Precisamente junto al río es donde aparcamos, muy cerca del muelle desde el que salen los barcos que hacen las
excursiones por el Rin.
Una de las cosas imprescindibles para ver en Maguncia es, por supuesto, su famosa Dom (catedral): es uno de los templos más imponentes de Alemania, y está construida en piedra arenisca roja, con multitud de detalles, y coronada por una torre octogonal. Tuvo su bautismo de fuego, nunca mejor dicho, en 1009, cuando se incendió por completo el mismo día de su consagración, y posteriormente se incendiaría unas cuantas veces más. Lo que hoy vemos es una muestra del arte románico del siglo XII, y la entrada al edificio es gratuita; si lo que queremos visitar el museo diocesano, que se encuentra justo al lado, sí deberemos pagar.
Más que nada como curiosidad, pasamos por la
Heiliggeist Kirche (iglesia del Espíritu Santo). Actualmente no se utiliza como iglesia sino que fue remodelada y se ha convertido en un bar de copas, con su terracita y todo. Además de la catedral, una de las cosas que me apetecía visitar en Maguncia era sin duda el
Gutenberg Museum (museo Gutenberg). Precisamente en esta ciudad fue donde nació, allá por el año 1398, Johanes Gutenberg, el supuesto inventor de la imprenta. Esto de si fue realmente él quien inventó la imprenta daría para muchas horas de conversación, porque según los expertos no está tan claro que fuera Gutenberg, que por lo visto era un poco espabilado y se copió del invento de otros... En cualquier caso y mientras los estudiosos no se aclaren, oficialmente fue él el artífice del invento, y fue gracias a él y a la asignatura "Historia del libro" por lo que Maguncia me sonaba y era una de las ciudades que quería visitar.
El museo Gutenberg es bastante grande, y ocupa varias plantas de un edificio, con numerosas salas que muestran la historia de la imprenta desde sus inicios hasta la impresión como la conocemos en la actualidad. Hay prensas históricas, máquinas tipográficas antiguas, salas dedicadas a la imprenta en otros países, así como manuscritos y obras de arte impresas. La estrella del museo es la famosa Biblia de las 42 líneas, que es la obra cumbre de Gutenberg. Yo ya la había visto en otra exposición que hubo en Madrid hace un montón de años, y aquí la vemos a duras penas porque está en una sala especial, y no para de entrar y salir gente todo el tiempo, y de amontonarse junto a las vitrinas. También se pueden ver demostraciones de cómo funcionaba la imprenta en la antigüedad. Como nosotros vamos por libre no tenemos guía que nos lo explique, pero pillamos a un grupo de turistas noruegos y, como la teoría ya me la conozco, mientras la guía lo explica en noruego yo se lo voy explicando a Juan. Por cierto, descubro que algunas palabras en noruego se entienden y todo, jaja.
La visita al museo la puedes hacer todo lo larga que quieras; nosotros estamos allí dentro unas dos horas, pero es que no puedo dejar de curiosearlo todo... La pena es que dentro no se pueden hacer fotos, ni con flash ni sin él, así que la única foto que tengo es de la entrada al museo. Si además de ver el museo quieres probar por ti mismo la tecnología de Gutenberg, puedes acceder a la Druckladen (imprenta), que allí te plantan una bata y te dejan una prensa para que hagas tus pinitos. Eso sí, esto hay que hacerlo previa cita, así que lo de plantarse allí a la aventura no puede ser. A la salida del museo tenemos la tienda, en la que casi me vuelvo loca porque hay tantas cosas que no sé qué comprar: imprentas en miniatura, imanes para el frigorífico, postales, láminas, cuadernos, material de papelería... Al final me decido por una reproducción de una página de la Biblia de las 42 líneas, concretamente la que habla del apocalipsis. Toma ya.
Al salir del museo nos damos una vueltecilla por el casco antiguo, y entre otras cosas vemos la
Marktplatz (que no puede faltar en toda ciudad alemana que se precie; es como nuestra plaza Mayor) y la fuente del Carnaval, además de callejear un poco y quedarnos alucinados al ver en el escaparate de una tienda un
HK G36; supongo que es de pega, aunque lo mismo resulta que en Alemania las armas están así de fácilmente al alcance de cualquiera...
Después del paseo, decidimos buscar un sitio donde comer para, a continuación, poner rumbo a Francia. Esto de visitar una ciudad con alguien que la conoce está muy bien, porque Mapi nos lleva a un sitio que no puedo dejar de recomendar. El lugar en cuestión es la cervecería Eisgrub, que está muy cerca del centro histórico, concretamente en Weissliliengasse 1. Aprovechando que nuestra última noche en Alemania la pasamos con ella, habíamos ido a cenar a este sitio el día anterior y hoy también comemos allí.
En Eisgrub sirven toda clase de comida típica alemana, pero su especialidad o platos estrella son dos, así que uno lo probamos para cenar y el otro al día siguiente para comer:
* Salchicha: pero no una salchicha cualquiera, no. En este sitio la especialidad es la salchicha de medio metro, y además acompañada de col y patata asada.
* Codillo: he probado el codillo varias veces, pero en ningún sitio tan rico como aquí. Siempre había comido el codillo digamos normal, sin más floritura que el repollo y las patatas. Pero en este sitio, además, te lo ponen con una capa crujiente por fuera que está de muerte. Por cierto, con una sola ración de codillo comemos los tres. Además de que comemos bien, el sitio no resulta nada caro. ya que tanto la cena como la comida (incluyendo también las ensaladas y las bebidas) nos sale a unos 10 euros por persona las dos veces que hemos ido.
Aprovecho también para hacer algunas aclaraciones que nunca está de más tenerlas en cuenta: en Alemania, si para beber pides agua, te la suelen poner con gas porque es bastante típico. Así que si no lo especificas, te la servirán con gas. Si la quieres sin gas, deberás pedir "ohne Gas Wasser, bitte" (el "gracias" y el "por favor" para todo, que desde luego da gusto lo correctos que son los alemanes).
Lo que más barato suele salir es siempre la cerveza, a ser posible en jarras de medio litro en adelante; no sé por qué pero tengo la sensación de que si pides una jarra más pequeña te mirarán raro. El agua no es tan cara, pero si pides alguna otra cosa como cocacola, fanta o cualquier otro refresco, prepárate para un buen rejonazo.
Cuando quieras pedir la cuenta, bastará con que le digas al camarero "Bezahlen" (pagar, así en infinitivo). Normalmente te preguntará: "Zusammen?" (¿juntos?). Siempre tienen la costumbre de preguntar si cada uno pagará lo suyo o si por el contrario lo pagarás todo junto. En cualquier caso, prácticamente todo el mundo en Alemania, salvo raras excepciones, suele defenderse bastante bien en inglés.
Y con esto y un bizcocho, se termina nuestro viaje por tierras germánicas... Después de comer empezamos nuestro viaje de vuelta, en el que tenemos previsto parar a dormir una noche en Orleans y la siguiente en Oiartzun (los hoteles en San Sebastián, que es nuestra última parada, estaban imposibles de fechas y de precios).